Se cumplen 45 años desde que bajo el gobierno del presidente Allende se inaugurara en su actual ubicación y bajo dependencia de la DIBAM el Museo Gabriela Mistral en Vicuña, dando continuidad a un proyecto de los amigos y admiradores de la Mistral en esta ciudad.
Ha sido para mí una muy feliz coincidencia el poder presentarme ante su comunidad como nuevo director del museo con ocasión de este importante aniversario. Vengo de una experiencia que podría calificar como intensa y conmovedora, como director por cinco años del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un desafío que absorbió mis energías y del cual creo que salí convertido en una persona más sensible al dolor humano, pero también más consciente, especialmente en estos tiempos de auges populistas, de nuestras responsabilidades para con la democracia y las instituciones.
Pablo Neruda, refiriéndose a los Sonetos de la Muerte, obra con la que una desconocida Gabriela Mistral entró al panteón literario, dijo que “la magnitud de estos breves poemas no ha sido superada en nuestro idioma. Hay que caminar siglos de poesía, remontarnos hasta el viejo Quevedo, desengañado y áspero, para ver, tocar y sentir un lenguaje poético de tales dimensiones y dureza”
Alone, conocido en su época como el principal crítico chileno y admirador incondicional de la poetisa decía que “lo que en ella vale, se levanta y vibra, por encima del tiempo, es su amor y su dolor, la pasión eterna y las palabras inmortales con que la ha dicho. Inmortales, no perfectas, suaves, retóricas, dentro de tal ritmo y tal medida. Humanas, terribles.”
Muchas personas en Chile se preguntan ¿quién era esta mujer nacida y criada en las profundidades de ese valle, que desde una formación autodidacta, con un tesón increíble, superando todas las oposiciones y dificultades, se consolidó prontamente como una gran educadora, ocupando allá y aquí cargos directivos en escuelas públicas y llamando la atención del ministro de educación mexicano, José Vasconcelos, que la embarcó sabiendo que se llevaba lo mejor de Chile, como alguna vez lo dijo?
Esta mujer que hoy reúne a gentes tan diversas, que cambió su nombre como queriendo hacer un gesto de autonomía, de afirmación de sí misma, de convicción con un proyecto de vida basado en la poesía, la educación y la cultura.
¿Quién era entonces esta mujer admirada y recibida en toda América como se recibe la luz, que colmaba los auditorios con conferencias sobre el oficio del maestro, su manera de escribir, la pasión de la lectura, cuyas obras fueron publicadas primero en Estados Unidos, en España, en Argentina, antes que en su Chile, que le fuera tan esquivo?
¿Quién era esta mujer que formando parte de la iconografía nacional junto a los héroes y padres de la patria, sigue siendo tan desconocida, tan incompletamente asumida, tan mal leída, tan ignorada por unos y otros que quisieran apropiársela?
Me gusta pensar en esta mujer que llevó sus montañas elquinas a pasear por el mundo, que nunca se despegó de su tierra natal, que se autoexilió hasta la muerte pero que siempre llevó consigo la tierra de Montegrande y una indesmentible pasión y deber por Chile.
Pasión que finalmente dejó plasmada en ese maravilloso y profundo poemario póstumo en el que ella vuelve convertida en un fantasma a recorrer, y más que eso, a construir un Chile mítico, lleno de aquellos aromas, paisajes, tierras y gentes que llevaba en su corazón. “Tanto fervor tiene el cielo, /tanto ama, tanto regala/que a veces yo quiero más/la noche que las mañanas”, dirá en su Noche Andina, del Poema de Chile.
Hay una Gabriela para cada uno, y sobre todo un enorme libro abierto por descubrir. Cada uno puede tomar la mano de esa Gabriela trágica de Los Sonetos de la Muerte, o la Gabriela apasionada de Desolación, o la Gabriela polémica de sus conferencias y debates, o la Gabriela feminista que reivindica la instrucción de la mujer y también la Gabriela que discute con el feminismo porque no respeta la especificidad femenina, o la Gabriela política que reclama contra el fascismo y se declara demócrata, socialista y a la vez cristiana, franciscana específicamente, pero muy vinculada al budismo también.
O la Gabriela amorosa de Ternura, la Gabriela que pide a gritos la reforma agraria, la Gabriela que inaugura bibliotecas populares en México, la Gabriela trascendente de Lagar, la Gabriela divertida del Poema de Chile, la Gabriela indigenista, la Gabriela astronómica que dijo “Soñarás, hijo, que tu madre/ tiene facciones abrasadas,/que es la noche canasto negro/ y que es frutal la Vía Láctea”, como premonición del descubrimiento de la Nebulosa NGC 3324, que recibe su nombre y dibuja su perfil severo en el cielo infinito.
Cada uno de nosotros puede amar a su Gabriela Mistral. Finalmente, ella, como sostuvo Enrique Lihn, para nosotros está hecha de palabras, no de aquellas que se lleva el viento, sino de las que perduran en nuestros corazones y son eternas como las montañas de su valle de Elqui, o como dijo el viejo Alone, “ningún otro grito, ni el suyo propio, ha llegado tan lejos y tan hondo”.
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