Aunque la especialidad y vocación de Ana María Contreras, artesana en crin de Rari son los "bichos", como ella les llama a los detallados insectos que realiza en pelo de caballo, fue con un tapete conformado de muchos círculos blancos y negros -la estructura más básica del oficio realizados en colores naturales del crin- que ganó el Sello de Excelencia a la Artesanía en 2016.
Este tránsito entre una mayor o menor complejidad en la ejecución de sus oficios y la búsqueda creativa de nuevas formas y representaciones habla de los cambios permanentes que se producen en las manifestaciones artesanales y que les dan continuidad.
Las artesanías que contamos hoy entre las más representativas del territorio están lejos de ser estáticas y se han ido transformado en el tiempo. No por los frenéticos caminos de la producción industrial, pero sí por la consistencia y la adaptación a las materias primas disponibles, la inventiva y la significación que su creación tiene para las personas y comunidades que las producen.
La delicada cestería en crin que se realiza en Rari, en la región del Maule, da vida a coloridas mariposas, damitas, brujas, canastos y una gran cantidad de otras pequeñas y livianas figuras. Se trata de un oficio principalmente femenino que tendría antecedentes en el uso del voqui en cestería que el Pueblo Mapuche Pehuenche realizó en el territorio hace cientos de años. Sin embargo, la utilización de las raíces de álamo para la confección de esta cestería en miniatura es un antecedente más cercano a la producción que conocemos hoy.
Según Oreste Plath en "Arte Popular y Artesanía Chilena" (1972), las historias sobre cómo surgió esta tradición son muy variadas y van desde la llegada de unas monjas que comenzaron a urdir pequeñas figuras con este material, a un vagabundo que vio las raíces de álamo en el río mientras se daba un baño e hizo lo propio; o a unas hermanas que al conocer las dúctiles fibras se aplicaron al oficio para luego difundirlo a más mujeres.
Lo cierto, es que en el Museo de Linares se pueden encontrar las piezas más antiguas que están hechas en raíces de álamo, las cuales fueron producidas en torno al año 1900.
La contaminación y la privatización de los terrenos cercanos al río habrían hecho que las raíces de álamo se hicieran escasas y las artesanas probaran nuevos materiales de origen animal, como el pelo de caballo y vaca. Este último tempranamente desechado, debido a lo corto de cada uno de sus filamentos.
La crin de caballo, sin embargo, presentó una mayor ductilidad y durabilidad, especialmente el proveniente de la cola del animal que por su longitud presenta mejores posibilidades para tejer sin hacer cambio de la fibra.
El procesamiento de la materia prima incluye una etapa de preparación en que la crin se lava (con remojo incluido), peina, selecciona y tiñe. El pelo del caballo tiene diferentes colores que las artesanas usan en su tono natural, aunque buscan con especial aprecio la crin blanca, susceptible de ser teñido en una gama de colores saturados que caracteriza sus obras.
Sólo la preparación de la fibra puede tomar 7 días, luego de los cuales las artesanas proceden a tejer y "sumir" cada obra, palabra con que las cultoras se refieren a la terminación en que los crines se esconden, logrando cerrar los tejidos evitando así que se desarmen.
Pero la crin no es la única materia prima que se utiliza. Los pelos se entrelazan sobre una fibra vegetal llamada ixtle o tampico, que hoy se exporta desde México y que es el material del que están hechas algunas escobillas. Suele usarse en el color natural, pero actualmente de manera más reiterada se puede encontrar teñido.
Con una aguja y una tijera, pero fundamentalmente con las manos, las artesanas aprovechan el tiempo libre que dejan las labores del hogar y el campo y se instalan por horas en espacios iluminados de sus casas a tejer. Estos mismos lugares, integrados a la cotidianeidad familiar, favorecen la transmisión del conocimiento en que las niñas aprenden la estructura más básica que es el círculo. Desde allí avanzarán en su conocimiento para lograr formas volumétricas e irregulares complejas. Algunas recrearán imaginarios que son antiguos en la zona y otros que son fruto de su creatividad y búsqueda por la perfección; la mayoría, asumiendo una especialidad en su producción que es reconocida por el resto de la comunidad.
Pese a lo ocupadas que pueden ser las jornadas, para Ana María Contreras, "un día sin tejer es un día perdido". Principalmente en la noche se instala a crear y a experimentar con las crines, porque Anita encarna perfecto esa vocación por la continua renovación que hay en Rari. Una que ha permitido que su artesanía se mantenga viva hasta hoy.
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