Un cuerpo y múltiples sentidos: la escucha

Cristóbal Fernández Suárez
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No es una exageración aseverar que la vida del ser humano mejora y se enriquece cuando toma conciencia de la importancia que tienen los sentidos en nuestra relación con el mundo. La naturaleza y las personas son seres vivientes que nos afectan de manera positiva o negativa, según el poder que le demos. Incluso, existen quienes no manifiestan interés alguno por relacionarse con el mundo disfrutando de manera consciente su infinidad de paisajes (vista), aromas (olfato), texturas (tacto), sabores (gusto) y sonidos (escucha).

Interactuamos con nuestro entorno a través de nuestros sentidos, y poco o nada nos enseñan en la infancia a ser conscientes de este "súper poder" que nos puede colmar de felicidad si aprendemos a recibir del exterior ese regalo, para luego volcarnos hacia adentro y sacarle buen provecho.

El sentido aural, la audición, es un universo extenso y fascinante. La escucha, que a diferencia de oír (escuchar y oír, dos caras de una misma moneda), se define como poner atención al sonido que se percibe, entrar en una tensión, para decodificar el mensaje, y desprender del significante (sonido) su significado. La escucha es el único sentido que no se puede "apagar", muestra de ello es que a media noche si se escucha una explosión, o una olla que cae de la cocina, nos despertamos. Es más, no podemos ver lo que hay detrás de la puerta cerrada, pero si podemos oírlo.

El músico y académico canadiense Murray Schafer, en la década de los '70, acuñó el concepto de paisaje sonoro para referirse a los sonidos que nos rodean. Así como podemos ver un paisaje, este también tiene la cualidad de ser entendido a través de la escucha. La ciudad tiene una gran cantidad de estímulos sonoros, algunos interesantes y misteriosos, otros excesivamente fuertes y molestos (ruidosos), pero todos ellos construyen desde lo aural, lo que entendemos como el lugar que habitamos.

La contaminación acústica de las autopistas, los vendedores ambulantes, los músicos callejeros, la música de los parlantes, los personajes populares que ofrecen sus productos y avisan su llegada con un sonido en particular (organillero, afilador de cuchillos, heladero, chinchinero, etc), las campanas de las iglesias, las manifestaciones, y los sonidos de la naturaleza (el viento, las aves, la lluvia, maullidos y ladridos), entre muchos otros, son la prueba concreta de un mundo que suena y se escucha.

Por desgracia, los ruidos de los sonidos artificiales han ganado terreno sin cuestionamiento, dejándonos huérfanos al parecer de los sonidos más gratos y bellos. Pero la belleza sonora no se ha ido, aún están ahí, esperando maravillar y calmarnos de un mundo que nos grita, pero que también nos susurra sus misterios.

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