A regañadientes

El día que, hace 46 años, se derrocó al Presidente constitucional y se instauró una dictadura militar que hizo del terrorismo de Estado su instrumento privilegiado de dominación, el actual Jefe de Estado rehuyó su responsabilidad de mandatario de toda la nación y pretendió excluir su administración de todo pronunciamiento relativo al significado del “11 de Septiembre”.

No lo consiguió. La idea de ignorar un hecho histórico tan determinante del último siglo en nuestro país era una pretensión absurda, tan fuera de la realidad que el gobernante se vió obligado a improvisar, al mediodía del “11”, una declaración de escaso contenido, lejos de sus propias pretensiones de dictar cátedra en cuanta materia existe. Lo hizo a regañadientes, sin que sus palabras lograran  trasmitir interés en el hecho histórico en referencia ni convicción en sus dichos.

Tal vez en La Moneda debieron creer que sin nombrarlo el problema no existía, pero ese milagro no es posible, desde 1973 han pasado los años y la necesidad de abordar esa parte de nuestra historia para las nuevas generaciones es aún más importante y la sensibilidad por el respeto a los Derechos Humanos ha crecido.

Por eso, aunque en la derecha política la mayoría se refugia en el silencio y pocos lo acepten, con el paso del tiempo y la evolución de la conciencia social y moral del país pesa todavía más su nefasto pasado de tolerancia con la violación de los Derechos Humanos y su eterno acompañante, el terrorismo de Estado. Los más astutos tratan de camuflarse y recurren al argumento de la supuesta eficiencia “económica” del régimen dictatorial.

Con el tiempo los que en público aplauden a Pinochet han pasado a ser un grupo de ultraderecha, que carente de argumentos agita la controversia revanchista, pero que tiene que apelar a Bolsonaro para vestirse como posible alternativa de poder.

Hoy, en estas materias no se pueden ocultar los hechos, el negacionismo es inviable. Fue inútil el esfuerzo de la autoridad que intentó eludir una inevitable toma de posición, o la democracia o la dictadura, es imposible el término medio en esta disyuntiva.

En el desafío histórico entre la libertad o la opresión no hay punto de encuentro. El actual mandatario cree que puede gobernar dejando tras la puerta el hecho de público y notorio conocimiento que entre sus colaboradores más cercanos están quienes fueron parte de la derecha que sostuvo al dictador. En particular, de esos funcionarios hoy se exige una posición categórica por la democracia y contra la dictadura.

La permisividad ante crímenes atroces o el negacionismo cómplice que esconde esas sevicias han causado ayer y causan hoy un daño profundo a la democracia y alientan la presencia de extremistas de ultraderecha a través de sórdidas expresiones políticas, tanto de antiguos parlamentarios vinculados al revanchismo de la oligarquía agraria y también de jóvenes figuras caracterizadas por su ignorancia histórica y cultural, así como por el desconocimiento de la tragedia moral que provocó la dictadura.

Incluso, esa terrible tolerancia con los crímenes del Estado, conduce a que gobernantes como Piñera sean rebasados en su ala derecha por la demagogia y las soluciones fáciles del populismo autoritario de las posiciones neofascistas que se incubaron estos años al alero de los nostálgicos de Pinochet.

En consecuencia, los inquilinos de La Moneda debieran tener más valor y ahuyentar de su entorno las reminiscencias pinochetistas estableciendo con nitidez y no de manera vergonzante la línea separadora  entre su confuso gobierno y la ultraderecha.

De otro modo será difícil que mantengan a largo plazo la hegemonía en un sector donde circulan los nostálgicos de la dictadura y crecen las consignas fáciles y grandilocuentes del extremismo de derecha, que son minoritarias en Chile, pero que se amplifican ante una auto designada “derecha liberal” que hasta ahora termina retrocediendo por el temor de enfrentar los resabios pinochetistas en una fuerza social esencialmente conservadora, como es la derecha chilena.

En el gobierno falta resolución o no hay convicción para separar aguas de toda esa palabrería autoritaria y ultraconservadora, si no Piñera no hubiera intentado escapar de un hecho del cual era imposible huir, ahora bien, sí no lo hacen y siguen siendo una fuerza regresiva, crecen las posibilidades de un amplio entendimiento de la centroizquierda.

Así de evidente.

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