La semana recién pasada se conmemoró el Día Internacional de los Derechos Humanos, una fecha que nos invita a reflexionar, más aún en este Chile convulsionado de hoy. Para el judaísmo el inicio del principio de igualdad nace con la creación del hombre. De ahí se derivan dos puntos fundamentales que no deben pasar desapercibidos; el elemento de santidad inherente a la vida de toda persona y la condición de igualdad de cada uno frente a su hermano. Tal propuesta asevera de manera irreversible el bastión contra la desigualdad: el derecho de todas las personas a ser respetadas y valoradas, a tener una vida digna.
Un derecho que se abre paso como una realidad que no puede ser omitida y que se configura en toda persona, en el simple hecho de existir.
René Cassin, el jurista francés judío redactor principal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, escribió, en un artículo titulado “De los diez mandamientos a los derechos del hombre” que “desde el mismo día en que la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue adoptada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, el mundo no podía dejar de compararla a los Diez Mandamientos”.
Como judíos entendemos también, que la democracia está íntimamente ligada a los derechos humanos, su respeto es lo que nos permite construir sociedades en las que las personas pueden ejercer sus opciones, generar oportunidades, solucionar sus disputas de manera pacífica, y resistir a las amenazas con confianza y unidad.
En el turbulento mundo de hoy vemos indicios de que algunos Estados titubean en su compromiso con las normas fundamentales de los derechos humanos, y más que nunca debemos defender su respeto y convertirlos en la base ética de los gobiernos del mundo.
El ex Primer Ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz, Shimón Peres, declaró “la democracia no es un lugar de gente similar sino de gente diferente. Su principio no es de igualdad sino de igualdad de derechos para que cada quien sea diferente y no obstante las diferencias, y los puntos de vista variados, sea posible vivir juntos y sin violencia… por ello no hay victorias en las democracias, hay paz y la paz es la verdadera victoria de la vida política de los pueblos”.
La paz, la democracia y los derechos humanos son una triada indisoluble para el pleno desarrollo de los Estados. La tarea de aprender a convivir, en igualdad y justicia, es el desafío más antiguo y fundamental de la humanidad.
El diálogo y el respeto de los derechos humanos, fomentan la confianza y la lealtad, y propician el dinamismo de las instituciones políticas y económicas.
Por ello es que es tan relevante reflexionar sobre los Derechos Humanos, y más fundamental aún educar sobre éstos, sólo la plena conciencia, relevancia y educación en la materia, nos permite situar en su lugar su aporte, pilar fundamental de una sociedad más justa, equitativa, solidaria y en paz.
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