La Corte de Apelaciones de Santiago ordenó la devolución de los dineros y bienes decomisados a la familia de Augusto Pinochet. 17 millones de dólares a alguien que, como dictador, logró juntar solo 1. No cuadra, ni por las cifras ni porque a un dictador deba pagársele un sueldo, pero así es. En fin. Yo propongo tomar un dólar cada uno de los 17 millones de chilenos, e ir a devolvérselos a los Pinochet.
De paso, devolvamos también el deambular eterno de madres y abuelas, preguntando desesperadamente por sus hijos y sus nietos, con tan sólo una fotografía de sus rostros: es moreno, llevaba pantalón azul y camisa blanca. ¿Lo han visto? ¿Alguien lo ha visto? ¡Por favor díganme que lo han visto!...
Silencio.
Miradas condescendientes.
Impotencia.
Devolvamos la amargura espesa en la garganta de esas madres y abuelas, cuando pasaban y pasaban los días, y las noches se hacían cada vez más frías y cada vez más largas, y ellos no aparecían por ningún lado, ellos no estaban.
Y nunca más estarían.
Fueron detenidos.
Son desparecidos.
Devolvamos los rieles del tren en que amarraban los cuerpos humanos antes de lanzarlos al mar.
Devolvámosle el cadáver frío de esas niñas, de 15 y 16 años, que un día sacaron del Liceo 1, y que sus padres nunca más volvieron a abrazar, a besar, a ver.
Devolvámosle las lágrimas y el desconsuelo de aquellos padres que veían como destrozaban sus familias mandando a sus hijos al exilio.
Devolvamos las cárceles donde se encerraba a la gente para que el mercado fuera libre.
Devolvamos la sangre, los gritos, las lágrimas, el miedo y el fuego.
Devolvamos la noche que cayó sobre Chile.
Saquemos de la historia todos esos días en que un puñado de maniáticos de la DINA y la CNI eran dueños de un país. Y devolvámosle todos esos días a la familia Pinochet, que ellos los guarden en algún Banco de la injusticia universal.
Todo devolvamos.
Que nada quede.
Devolvámosle el fuego con que quemaron vivos a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri, también las declaraciones de Lucía Hiriart, “para qué se queja tanto esta niña, si se quemó tan poco”.
Devolvámosle el otro fuego, ese que utilizaba Sebastián Acevedo quemándose a lo bonzo al no encontrar justicia por la desaparición de su hijos.
Devolvámosle los cartuchos de las balas con que apagaron el canto de Víctor Jara.
Y los 14 cartuchos con que reventaron el cráneo de Pepe Carrasco.
Y el cartucho de la bala que incrustaron en el cuello del sacerdote André Jarlan, mientras en su Biblia buscaba alguna respuesta para tanta masacre.
Devolvámosle la noche en que acribillaron a los hermanos Vergara Toledo, colmando de ruido el alma de su madre. Devolvámosle todas las tardes en que Luisa Toledo buscaba a sus hijos en el color de las nuevas flores que brotaban de su jardín, en la profundidad de la tierra, en los atardeceres de nubes rojas y al interior de su vientre.
Pero sus hijos no estaban.
Y nunca más estarían.
Devolvámosle el golpe de Estado, los toques de queda, las patá en la raja de los milicos y los culatazos en las costillas. Devolvámosle El Mercurio, el cometa Halley, el vidente de Peñablanca, la UDI, Jovino Novoa, Villa Grimaldi, Londres 38, los sapos en las universidades, los chanchos espiando en los autos sin patentes, Colonia Dignidad y Karadima.
También a Hernán Larraín, que ponía las manos al fuego por Karadima, las mismas manos que años atrás ponía por Colonia Dignidad.
Devolvámosle todo a la familia Pinochet.
Que nada quede.
Devolvámosle su sistema de pensiones, que tiene a los profesores de esta nación recibiendo 4 veces menos pensiones que un militar. Devolvámosles su sistema electoral. Su constitución. Su transición pactada y el saqueo de Chile.
Llevémosle todo a los Pinochet, todo.
Vaciemos a Chile de ese Chile.
Y entonces, desde las ruinas, sobre las montañas y los bosques, construyamos otro Chile. No uno hecho por mercaderes, custodiado por militares y bendecido por los “curitas” amigos del dictador.
Un Chile donde quepan muchos Chiles. Un país que no confunde nivel de vida con nivel de consumo. Un país donde todavía hay señoras que invitan a tomar el té y a comer tostadas con mantequilla bien cerquita de la estufa, mientras se habla del clima o se juega a las cartas, y se vive por puro vivir nomas, así como juega el niño sin saber que juega o canta el pájaro sin saber que canta. Ese Chile sencillo que quedó aplastado por el miedo al otro, el consumo y la apariencia.
Todo devolvamos.
Que nada quede.
Allá vamos, familia Pinochet.
Les devolvemos la noche.
Les devolvemos los dólares y su Chile.
Tómenlo, es suyo.
No queremos ninguno de sus rastros.
Nada que nos recuerde su paso.
No más.
Nunca más.
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