Quienes nos desempeñamos en el mundo de la diplomacia solemos circunscribir nuestro trabajo a márgenes más o menos conocidos: relaciones políticas, económicas y culturales. Y, en casos especiales, la diplomacia debe hacerse cargo también de enfrentar desastres naturales, explosiones sociales, pandemias y otras crisis.
Pero sólo muy de vez en cuando, fundamentalmente cuando hay guerras o irrupción de dictaduras, los diplomáticos se ven emplazados al desafío vital de enfrentar a la autoridad del país que los acoge, para salvaguardar los derechos humanos de individuos que no son sus connacionales, pero que requieren con urgencia un manto de protección para salvar sus vidas.
Este es el caso, por ejemplo, del diplomático chileno Samuel del Campo, quien durante la Segunda Guerra Mundial -en calidad de cónsul chileno en Bucarest y representante del gobierno polaco en el exilio- emitió pasaportes chilenos y pasaportes polacos a muchos judíos residentes en Rumania, salvándolos de las atrocidades del régimen nazi.
En un plano diferente, 30 años más tarde, al otro lado del mundo, el embajador israelí Moshé Tov también dio un ejemplo de humanidad, gestionando asilo político para más de 300 chilenos que eran perseguidos por el régimen militar y que estaban en riesgo vital.
Los entretelones de la proeza diplomática de Moshé Tov forman parte del corto documental del realizador Raúl Gamboni, que se estrena en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Como sabemos, Moshé Tov no fue el único embajador acreditado en Chile que trabajó por salvar vidas. Bien conocida es la labor realizada por los diplomáticos de Suecia, Finlandia, México, Alemania, Canadá y tantos otros.
De hecho, por diversas razones, la gesta humanitaria de Moshé Tov quedó relegada al anonimato hasta que en el año 2015 la entonces Presidenta Michelle Bachelet instruyera a la embajada de Chile en Israel rendirle un homenaje póstumo, en el cual se entregó una distinción a la familia, considerando "su valiente y desinteresada ayuda humanitaria, que contribuyó a salvar la vida de miles de chilenos y extranjeros perseguidos por la dictadura".
Pero Tov, más allá de sus convicciones personales, no actuó solo. Lo hizo siguiendo los lineamientos humanitarios emanados desde Jerusalén, por los cancilleres Abba Eban e Yigal Alón, y para eso contó con el apoyo de su primer secretario Benjamín Orón y del equipo de funcionarios locales de la embajada, quienes arriesgaron su propia seguridad personal en esta misión.
Moshé Tov fue uno de aquellos elegidos para enfrentar los momentos difíciles con determinación. Y así fue como, con su escasa estatura física, pero con su tremenda altura moral, se paró en la puerta de la embajada para impedir el allanamiento que pretendía un pelotón del Ejército, amenazando la vida de una treintena de chilenas y chilenos que se refugiaba en las oficinas posteriores de la embajada.
Para esto, el diplomático recurrió a sus principios y a su liderazgo, contagiando rápidamente a todo su equipo. No por nada, reiteradamente alentaba a sus funcionarios a profundizar el trabajo humanitario: "Podemos y debemos", decía, marcando un compromiso personal y nacional con los derechos humanos... un compromiso tan importante entonces como ahora.
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