Septiembre trae infinitos sentimientos al corazón de chilenos y chilenas Se inicia recordando la victoria de los gobernantes democráticos en elecciones libres los días 4 del mismo mes hasta el trágico 11, en que el golpe de Estado echa abajo el régimen democrático y comienza la dictadura. Luego, viene el “18”, es decir, el desahogo que generan las Fiestas Patrias.
Se sabe que el “11” de septiembre se impuso el terror, unos usaron todo el peso del aparato armado del Estado, de aviones y tanques, artillería y metralla, frente a una población indefensa; obreros y estudiantes en fábricas y escuelas tenían palos y escudos de plástico. Hubo vencedores y vencidos; ganó la conjura, el pueblo no pudo resistir y comenzó la represión y el miedo.
Así lo estableció el recordado cardenal Raúl Silva Henríquez, en el Tedeum Ecuménico posterior al putsch, frente a Pinochet, pidió “respeto” a los vencidos que el implacable dictador nunca entregó.
Luego, el Informe Rettig en 1991, y el Informe Valech el 2004, acreditaron la violacion de los Derechos Humanos y el terrorismo de Estado, que provocaron miles de ejecutados y detenidos desaparecidos, decenas de miles de torturados, así como cientos de miles de exonerados políticos y de exiliados.
El costo humano y social de la dictadura no hay como dimensionarlo. El régimen pinochetista fue una regresión a un tipo de dominación ultraconservadora, de arrogantes gerentes del sector financiero y burócratas del aparato militar, un pacto de sangre sectario y excluyente como nunca hubo en la historia de Chile. Fue un atroz periodo de inquisición en el siglo XX. En las cámaras de tortura de la DINA usaron los mismos suplicios de la Edad Media, pero con energía eléctrica.
Pinochet, un cobarde y sádico burócrata con charreteras, recurrió a los peores métodos para consolidarse y terminó por imponer la paz de los cementerios.
No hay crimen o tormento que no sea el resultado de sus órdenes directas. El dolor que todo ello provocó es incalculable, por eso, recibió la reiterada condena de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.
Incluso, la misma derecha, que sin pudor ni arrepentimiento lo impusó y sostuvo, que lo halagó y protegió, una vez restablecida la democracia instalado otro contexto nacional, aprobó diversas leyes de reparación enviadas por los gobiernos democráticos.
Pero, la derecha nunca dejó de blindar políticamente al ex dictador, incluso turnándose como asistentes de cabecera para apoyarlo en su reclusión en Londres. Tal vez, si lo dejaban solo tenían temor a confesiones inconvenientes del sátrapa.
También por temor al repudio social, y en algunos casos sinceramente, la derecha se vio en la obligación de votar a favor la designación de Ministros de fuero en los Tribunales para buscar la verdad en las denuncias de las familias que han esperado justicia durante décadas.
Pero, el cinismo político de la derecha como sector político se desnuda cada cierto tiempo cuando reponen el negacionismo y señalan que las violaciones a los Derechos Humanos fueron un “montaje”, o como ahora que Bolsonaro ensalza a Pinochet y no pueden condenar sus ofensas a Chile y a nuestra Memoria Histórica, salvo contadas opiniones personales.
El terrorismo de Estado rompió el modo de vivir y el tejido social, generando heridas profundas y masivos dolores en el alma de Chile, consecuencia de los abusos y humillaciones cometidos en los actos de prisión política, persecución y violentos allanamientos indiscriminados por quienes se pensaban impunes y protegidos por el poder total de la dictadura, que creían era inagotable e ilimitado.
Entonces, a poco menos de medio siglo del inicio de la pesadilla las huellas de esos abusos están vivas, y que hacer ante los recuerdos que vuelven una y otra vez a la memoria, de esos familiares, amigos y compañeros y compañeras, que llegaron a ser tratados incluso de “ratas” por la prensa de la dictadura?
Lo primero es respetar el dolor de quienes lo llevan ya como parte de sí. El dolor por los caídos en la conciencia de las víctimas de tantos escarnios permanecerá como un sentido más, una llama alerta que impide el olvido y que sigue presente, sin retirarse, sin importar el tiempo que pase. El dolor por los que no están no se extinguirá jamás y da vida a nuestra Memoria.
Ese sentimiento no se puede suprimir, está incorporado en el alma de las generaciones que sufrieron y de sus descendientes. No hay nada que arranque el dolor que produce la vesania criminal de agentes del Estado, esa violencia desatada, sádica e implacable que aplicaron contra personas indefensas.
No hay orden que pueda evitar que desde el dolor se haga Memoria Histórica.
El terrorismo de Estado durante tantos años de persecución y luego de espera de los sobrevivientes y sus familias fue generando esa capacidad singular, saben vivir con el dolor para no doblegarse ni olvidar a los suyos, es su compromiso con esa víctima que fue capturada, secuestrada y asesinada, es su lucha contra la amnesia que afecta a tantos.
Hay quienes piden olvidar, unos quieren impunidad y otros no saben que interpelan a personas que sufrieron ignorando sus sentimientos y sus ansias de justicia. Craso error.
A las personas que después de tanto sufrir, están hoy en la lucha y se movilizan con sus familias y compañeros no hay que pedirles que dejen su dolor, hay que procurarles justicia y reparación.
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