La dominación patriarcal se remonta a tiempos inmemoriales, tanto que al mirar atrás sólo se ve sometimiento y subordinación femenina, son larguísimos períodos de inclemente opresión masculina sobre la mujer en el hogar y la vida social.
Por eso, surgió el Día Internacional de la Mujer, que se conmemora el 8 de Marzo, para reivindicar la movilización por los derechos de género que son esenciales y para apoyar la lucha por la superación de esa dominación patriarcal de siglos.
Ahora, multitudes feministas han surgido en ciudades de los cinco continentes, incluso en países de irreductible misoginia, incontables mujeres levantan la voz con increíble valentía, creatividad, audacia y desplegando una energía inagotable por el ejercicio de sus derechos, abren cerrojos y generan condiciones insospechadas hasta hace muy poco tiempo atrás.
Entre los potentes símbolos culturales de este nuevo tiempo está el colectivo Las Tesis y su himno-denuncia “un violador en tu camino”, cuyo mensaje de rebeldía ha sido capaz de conmover las conciencias de la humanidad en los cinco continentes.
Igualmente, la aprobación en el Congreso Nacional de la paridad de género para la redacción de una nueva Constitución, una vez que el Plebiscito del 26 de abril lo haya resuelto, es un avance fundamental en la concreción de los derechos de la mujer.
La resolución, que contó con un enorme apoyo parlamentario para saltar la barrera del elevado quórum exigido por la Constitución del 80, fue posible por la unidad de acción de toda la oposición y el quiebre de la derecha, a través del cual se manifiesta una ruptura de hondas repercusiones en la política nacional del próximo tiempo.
En la paridad de género para la Convención Constituyente hay una clarísima derrota del sector ultra conservador que, liderado por la UDI y un sector de financistas y tecnócratas dogmáticos, mantuvo durante décadas el timón de la derecha chilena, pero que ahora pierde esa preponderancia decisiva, la que le permitió sostener la dictadura, justificar el terrorismo de Estado, defender los enclaves autoritarios y el Estado subsidiario que es la base institucional de la desigualdad que Chile ya no quiere soportar más.
Entre el trasfondo global de avances y la realidad cotidiana hay un conflicto y un desajuste dramático.
En efecto, la dureza de la violencia intrafamiliar, el atropello de los derechos laborales, los abusos y sevicias sexuales, la aberrante injusticia en los ingresos que sufre el trabajo de la mujer y el desbalance en la participación en el Estado, como también, hasta ahora, en los órganos de representación política constituyen, en su conjunto, una situación de discriminación o menoscabo inaceptable que se debe corregir con urgencia.
En Chile reviste especial gravedad y provoca dolor y secuelas irreparables la violencia contra la mujer.
En particular, el brutal maltrato en el seno de las parejas es un salvajismo machista que aniquila familias y destruye vidas de mujeres y niños, incluso cuando esa relación se ha terminado.
La violencia contra la mujer ha penetrado a tal grado que crímenes horrendos y agresiones iracundas son cometidas por muchos hombres jóvenes que ya son portadores de la ira irracional de la cultura machista. Hay casos estremecedores que rompen todos los límites humanos con una violencia siniestra y desvergonzada.
Son terribles los casos de golpizas y abusos inenarrables que llegan al cruel asesinato de mujeres indefensas. Se trata del uso descontrolado de la fuerza por individuos con propósitos criminales y que deben ser efectivamente castigados. Pero, hasta hoy la respuesta del Estado es estéril y, en muchos casos, deplorable.
El lunes recién pasado, al hablar en La Moneda a Piñera se le escapa lo que piensa, tan crudamente que debe desdecirse de inmediato, sus dichos culpabilizan a las víctimas y avergüenzan al país. El criterio presidencial culpabiliza a la mujer agredida y le “avisa” que tendrá ayuda cuando haga la “denuncia” si así no pasa el Estado no tiene responsabilidad.
Se trata de una excusa muy simple para justificar la inacción y la ineptitud. La mujer que vive la pobreza carece de respuesta a su marginalidad y permanente exclusión de los avances económicos, sociales y culturales.
Las indignantes condiciones de vida que en las mujeres crea la dominación neoliberal son desconocidas sistemáticamente por jerarcas como Piñera que sólo buscan la violencia en las conductas sociales para satanizar la pobreza y tener la excusa que decore la violencia del Estado.
Lo demás no cuenta: la super explotación, las golpizas, la insalubridad, el hacinamiento, la prostitución y la trata de blancas, la drogadicción, el alcoholismo, son hechos que en la mentalidad neoliberal se consideran para aumentar el gasto en equipamiento policial y financiar la represión. Tampoco importa al frío cálculo económico libre mercantilista la escasez que marca la vida de la mujer que llega a ser evaluada como adulto mayor y recibe una pensión con la que apenas consigue arrastrar las penas.
Las injustas condiciones laborales están en el origen del movimiento de la mujer, así fue en Nueva York el año 1857, una de las primeras manifestaciones de las mujeres trabajadoras, super explotadas con jornadas agotadoras y salarios inferiores a la mitad de los recibidos por los obreros de sexo masculino, su reclamo llevó al ensañamiento policial y una represión feroz que costó la vida a más de cien de ellas, convirtiéndose esa marcha en uno de los hitos aludidos en 1975, en Naciones Unidas para convocar al Día Internacional de la Mujer. Ese hecho y muchos más impactaron a la humanidad configurándose el legítimo derecho a la igualdad de género.
Esa es la gran contradicción que conmueve a la sociedad global, el reconocimiento público de los derechos de la mujer y la protección de su vida frente a la violencia machista y el desconocimiento de ese derecho a cada paso y a cada rato, es el abismo entre las palabras y los hechos, entre lo que se dice y se hace.
En rigor, el capitalismo salvaje opera sobre la base de la gratuidad del trabajo femenino en el hogar y los niveles de utilidades de los mega conglomerados transnacionales no serían posibles de alcanzar si no es que existiera ese abaratamiento del costo de la fuerza laboral.
En efecto, con los salarios de hoy, la mayor parte de la clase trabajadora no podría pagar el costo del trabajo de la mujer para mantener la casa familiar. En Chile, recientemente, se informa por la ONG, Comunidad Mujer, que el servicio doméstico calculado por separado significa la “rama” de la producción que más aporta al PIB. Tal es su trascendencia, desconocida por los apologistas de la sociedad patriarcal.
Allí se ve con claridad la hipocresía de los gestos de “equidad” del paternalismo conservador de la oligarquía patriarcal y de tantos que hablan sin creer lo que dicen, simplemente, obligados por el eco y la repercusión de las manifestaciones multitudinarias, que por su magnitud no se atreven a contradecir.
Por eso, en su esfuerzo contra el cinismo y la mentira, el feminismo converge con una amplia diversidad de movimientos sociales que son ignorados, que solicitan y no son oídos, que reclaman y son perseguidos, por gobernantes ensimismados, auto referentes, insensibles, que son y representan minorías rebosantes de privilegios, que se creen dueños absolutos de la verdad y si son denunciados por su conducta se auto victimizan en los medios de comunicación afines, como hace Piñera.
Los gobiernos conservadores, cuyas autoridades se formaron con el hábito de la explotación patriarcal han sido desbordados por la amplitud del movimiento feminista, no son capaces de confrontar sus ideas-fuerza, pero las tramitan, no rechazan el alma de dignidad y justicia de la demanda feminista porque no pueden defender abiertamente la opresión de la mujer, que provoca una sanción social que no querrán pagar, pero tampoco actúan, disimulan para evitar un cambio auténtico.
El paternalismo burocrático machista crea una práctica cínica de las autoridades que fingen escuchar los abusos a la mujer y que después vuelven a su rutina burocrática sin asumir su tarea, es una simulación que a la postre no hace nada. Así es el gobierno de Piñera que simula ser receptivo y que después no mueve un dedo por los derechos de la mujer. Hay una conducta falaz, un doble discurso, ante las cámaras se promete y en los hechos se aplica mano dura para que no haya cambio alguno.
El caso más claro del doble estándar o discurso mentiroso de la autoridad es la ministra que esta semana en la Cámara de Diputados dice que el gobierno no ha violado los Derechos Humanos mientras en la realidad del país se suman por miles las denuncias por el abuso y atropello de la dignidad y la integridad de las personas.
A Piñera, típico gobernante de la derecha conservadora le complace el feminismo de salón, muchos tecitos en vistosas oficinas públicas o privadas, genuflexiones, espléndidas risas, aplausos y calabaza, calabaza, cada uno para su casa. Que parezca cambio, pero que nada cambie, que la opresión de la mujer siga intacta.
Es el criterio oligárquico que apacigua y reduce el desarrollo social a la medida de los dueños del poder y la fortuna, pensado con el propósito que todo siga igual.
Por eso, la lucha del feminismo debe proseguir, ganar consistencia sin perder amplitud, no ceder ante cantos de sirena inoficiosos y paternalistas que sólo quieren manipular el movimiento para ganar tiempo, no cabe duda que la tarea es inmensa, lograr avanzar sucesivamente hacia la superación de la dominación patriarcal de tantos siglos. Ha sido mucha la espera.
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