En el mes de diciembre, antes de las fiestas de Navidad y fin de año, un incendio arrasó en la comuna de Quilicura con el campamento "las totoras", en el que vivían decenas de familias humildes en precarias condiciones, la mayoría de ellas formadas por inmigrantes que se han avecindado en Chile. Las imágenes mostraron el drama que emerge en situaciones como ésta, la pobreza, el dolor, la angustia de la marginalidad, el hacinamiento y la desolación.
Es la cara de la desigualdad, de la injusta distribución de la riqueza, de esa enormidad de bienes y servicios que la humanidad es capaz de concebir y crear, pero que luego se reparten de modo inaceptablemente desigual. Ese lamentable y amargo fenómeno universal de inequidad que también se expresa dramáticamente en nuestro país.
Un reportaje de canal 13 entrevistó a parte de los niños, venidos desde lejos que, a pesar de que casi todo se quemó, aún viven en el lugar, en los restos o escombros, incluso hay frágiles viviendas que por milagro permanecieron en pie. Los niños aún sonríen y afirman que se sienten como si ya fueran chilenos.
¡Qué paradoja! Cuando hay entre nosotros quienes no los desean y se apuran a tratarlos o confundirlos con delincuentes u otro tipo de "gente inconveniente". Ello ocurre ignorando la realidad, ya que pocas veces como ahora la programación televisiva ha recurrido a un uso intenso y cada vez mayor de producción cultural traída desde fuera y, sin embargo, se pretende rechazar a las personas que deben emigrar desde sus países. En el fondo se está diciendo sí al mercadeo, no a los seres humanos.
Estamos ante una insensibilidad descomunal, que niega nuestra propia canción nacional la misma que entonamos con fervor, al decir que Chile es una nación de asilo contra la opresión, aseveración que además podemos entender, perfectamente bien, como una tierra de refugio y acogida de tantas familias y personas afectadas por graves e imprevistas convulsiones económicas y sociales que remecen países y continentes.
No cabe duda que por diferentes causas las migraciones, sea por crisis geoestratégicas o conflicto armados, continuarán constituyendo un rasgo distintivo del desarrollo humano en el siglo XXI, la idea de un planeta en armonía y paz es una meta aún lejos de alcanzar. Hay incluso claros retrocesos que nos alejan y separan de ese horizonte anhelado por tantas generaciones.
Entonces, qué pena que no se asuma lo que somos, un país pluricultural y multiétnico en que todos y todas tienen cabida, una patria que tiene en su diversidad una de sus más valiosas fuentes de riqueza y una de las palancas fundamentales de su desarrollo futuro y que, sin embargo, tropieza con la ofuscación racista de grupos privilegiados que rechazan a personas y familias que pueden llegar a ser parte de esta nación
Ya se ha dicho tantas veces, el valor de la dignidad a la persona humana le es intrínseco, consustancial a su condición de tal y que no está supeditado a su lugar de origen, de modo que la presencia de inmigrantes que se incorporan al país no puede estar sometida en caso alguno a razones de conveniencia, de la contingencia política o de vetos vinculados a hipotéticas situaciones delincuenciales. La persona humana en si misma está por encima de todas aquellas consideraciones.
La dignidad del ser humano y la inviolabilidad de sus derechos fundamentales es íntegra, no es a medias, la persona no es "casi" o "semi"humana, lo es plenamente. No hay razón alguna para relativizar o supeditar ese valor esencial en nuestra civilización.
Al comenzar un año en que se elegirá la conducción del país es urgente reafirmar y promover estos principios y valores fundamentales.
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