El gobernante chileno, junto a otras administraciones de derecha, autorizó un rezongo seudo diplomático a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, reclamando lo que llamaron “autonomía” para decisiones judiciales en el ámbito de los Derechos Humanos. Es decir, para socavar o anular la legitimidad de los tratados internacionales en la materia.
En este tema no hay doble estándar posible, las normas sobre los Derechos Humanos son universales e inalienables. No admiten color político ni discriminaciones de género o raza, y excluyen los tratos degradantes por condición sexual o credo religioso.
Piñera debiese entender que sea en el país que sea, el respeto a la dignidad del ser humano y sus derechos inalienables no admiten ningún tipo de relativismo, presentado como “autonomía” al decir del gobierno.
Al parecer allí creen que para gobernar lo que importa son grandes golpes mediáticos, como el anuncio demagógico de un nuevo mundial de fútbol, hacer creer que como por encanto se hará otra línea de metro, o peor aún, pensar que el “Comando Jungla” iba a ser la solución a la demanda histórica del pueblo mapuche.
El ruido comunicacional les seduce, pero son muchas las personas y los actores sociales que se sienten violentados por la frivolidad gubernamental en el tema de los Derechos Humanos.
En China, Piñera ávido de noticias y titulares lanzó su nueva doctrina internacional, “cada uno tiene el sistema político que quiera”, esa puede ser su cuestionable posición en las relaciones exteriores, profundamente falsa y errada en materia de Derechos Humanos, por ejemplo, en el caso de los países que lapidan mujeres por tener una nueva pareja. Esa barbaridad con la dignidad de las personas siempre será inadmisible.
Resulta evidente que ante los Derechos Humanos el desapego o ignorancia del gobernante le lleva a decir esa frivolidad, pero en Chile su displicencia resulta inaceptable. Dónde vaya puede hacer los negocios que le parezca, legales por cierto, pero los Derechos Humanos no son un mero mercantilismo.
De manera que el reclamo suscrito por los gobiernos conservadores del continente, entre los cuales lamentablemente Piñera incorporó a Chile, resulta ser una acción anacrónica, de una matriz reaccionaria propia de las dictaduras castrenses de los años 70-80, las mismas que se parapetaron en el argumento de la “seguridad nacional” para justificar la “autonomía” de su conducta cruel y degradante, así como la permanente y criminal práctica del terrorismo de Estado.
Para ciertas autoridades y gobernantes pareciera que el tiempo no ha transcurrido y no han asumido lección alguna del pasado reciente.
Otros oportunistas creen que estos reclamos en contra de la doctrina universal sobre los Derechos Humanos son útiles concesiones para apaciguar el extremismo nacionalista de la ultraderecha.
Por eso, de pronto da la impresión que los diplomáticos continúan siendo los llamados “empolvados” del periodo pinochetista, que cuál estatuas de sal, siguen imperturbables sin importarles lo que piensa Chile y la comunidad internacional.
Es penoso que el negacionismo en materia de Derechos Humanos se transformara en doctrina en la Cancillería, donde el ministro de Relaciones Exteriores, se considera un converso en el campo de las ideas, lo que no le autoriza a comprometer el país en una alianza contra la historia, aceptando encabezar las exigencias de la ultraderecha del continente.
Por eso, reclamamos un mínimo de dignidad y altura de miras en la conducción de la política exterior del país. Situarse como aliado de lo más retrógrado del continente le hace un enorme daño a Chile. ¿Habrá alguna posibilidad que el gobierno lo entienda?
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