Finalmente cayó Rozas, no porque el Presidente de la República cumpliera con su responsabilidad política de pasarlo a retiro para asegurar el respeto a los Derechos Humanos de modo de salvaguardar la paz social en el país, sino debido a que el baleo por carabineros de dos menores de edad, en una residencia del Sename, hizo imposible e impresentable su permanencia en el cargo.
El inamovible general tuvo que irse, pero no hay de que enorgullecerse, durante más de un año hubo reiteradas y crueles violaciones a los Derechos Humanos en el actuar de Carabineros y ello no fue razón suficiente para remover la protección presidencial de la que gozó para respaldar acciones brutales de sus subalternos y justificar la violencia policial en contra de la ciudadanía.
El trabajo de los historiadores en el futuro, tal vez, descubra la causa de lo que hoy es inexplicable: la terca resistencia de Piñera a la inevitable sustitución de quien violó un deber esencial, la protección de los Derechos Humanos cuya doctrina institucional fue la justificación de abusos inaceptables contra la población. Incluso, en la hora final Piñera desfiguró torpemente los hechos al hablar de niños “accidentados” para referirse a los jóvenes baleados en Talcahuano.
La globalización es una intensa interacción de la civilización humana con la naturaleza y el entorno, así como entre sus diferentes integrantes, en ese desenvolvimiento se cruzan y entrecruzan factores y fenómenos profundamente contradictorios entre sí, el más singular de ellos resulta ser que, al interior de la producción social de la riqueza y de la apropiación individual de sus frutos, mientras la humanidad se unifica en torno a un mismo sistema económico-social más crece la diversidad de sus componentes.
Por una parte, la comunidad global se homogeneiza en la producción y el consumo, incluso se estandarizan ciertos estereotipos comunes en hábitos y costumbres, y a la vez, crece el pluralismo político y la pugna de los intereses económicos, se agudiza el dominio de las mega corporaciones pero se intensifica la acción de los Estados, credos religiosos y expresiones culturales, en suma, la diversidad en el ámbito de las ideas hace imposible la uniformidad ideológica o la unificación de la humanidad bajo un solo régimen institucional o sistema de convivencia.
Al mismo tiempo que requiere agruparse, entenderse y cohesionarse, la humanidad no podrá ser una especie de cuartel castrense sometida a una visión única, un liderazgo mesiánico o el latigazo agobiante del dictado de las tasas de interés.
Por tanto, hay una lucha política y social entre la marginalidad y la discriminación que genera el sistema versus la exclusión y la justicia social a la que cada cual, individual y colectivamente, tiene derecho como fruto del avance civilizador. Se trata de una ardua brega que el régimen democrático, expresado en una institucionalidad legitimada por la voluntad popular, debe resolver a largo plazo.
Esta es la razón histórica que fundamenta la vigencia de la democracia y la lucha del socialismo por la superación del capitalismo, a través del ejercicio irrestricto del pluralismo y la libertad. Lo que Allende llamó “vía chilena” al socialismo.
Por eso, el respeto a los Derechos Humanos es una norma esencial de la humanidad en el siglo XXI, sin el mandato imperativo que la dignidad de hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos mayores, es norma inamovible de la vida en comunidad no hay como asegurar la viabilidad futura de la civilización humana.
El irrestricto respeto a los Derechos Humanos es garantía fundamental para el ejercicio de la integración y la diversidad que, a su vez, son un dato objetivo básico de cómo se constituye y organiza la existencia del ser humano luego de más de medio millón de años de evolución en el planeta.
Sin cohesión social, hoy agobiada por la desigualdad, la humanidad solo podrá desintegrarse, y sin disfrutar la diversidad que hace florecer lo propio de cada cual la vida humana no tendrá otra opción que apagarse. La condición que permite la interacción creadora entre ambas condiciones es la dignidad de las personas, sus Derechos Humanos fundamentales.
Esta conclusión no se encuentra en los manuales redactados para gente solo interesada en ganar plata, defender privilegios anacrónicos o encubrir abusos inaceptables, de modo que no forman parte del elenco de criterios que mueven la acción del actual gobernante de Chile. La defensa que ha hecho Piñera de Rozas no hizo más que confirmar su miopía política y ausencia de visión nacional.
El respeto de los Derechos Humanos está en el centro del futuro de Chile como nación y así deben ser reivindicados y defendidos.
Las multitudinarias movilizaciones sociales, conocidas como “el estallido social” vinieron a implantar para siempre esa verdad histórica. Esa lección nunca debe borrarse.
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