El drama de los economistas

Hemos leído con atención, muchas cosas que dicen los economistas sobre la crisis financiera mundial y sus efectos en Chile, y nuestra perplejidad va en aumento. Ello proviene de observar que aún admitiendo que la economía no es propiamente una ciencia, los análisis, diagnósticos y soluciones son tan disímiles entre los expertos en economía, que producen su total y completa anulación.

Conviene recordar que la crisis económica tiene su origen en problemas relacionados con la actividad económica y financiera y en ella tienen definitoria injerencia los economistas.

Sin embargo, podemos observar que casi ninguno de ellos admite alguna responsabilidad concreta y comprensible de la enfermedad que contribuyeron a crear.

En efecto, si la causa fue el exceso de dinero en algún país, ello dicen es producto de errores políticos o de gastos bélicos que también se deben a decisiones políticas.

Si algunos bancos prestaron en forma irresponsable para comprar casas, costear estudios o financiar consumo, la responsabilidad es de algún banquero o del exceso de dinero que los estados dispusieron para la economía, como si los estados y los banqueros no tuvieran nada que ver con los economistas.

Así lo reducen todo, cuando no afirman derechamente que son casos aislados de tipo delictual o errores en la gestión de riesgos.

Con absoluta falta de rigor, sin embargo, nos dan todo tipo de recetas y así se emiten opiniones sobre la necesidad de no confundirnos, en cuanto a que el modelo económico como si hubiera uno solo, no tiene ninguna responsabilidad, ya que “el modelo”, según algunos defensores se remite a la propiedad privada, la libre contratación, el comercio exterior sin restricciones; la competencia en los mercados y la responsabilidad de los agentes económicos y ello no estaría en juego.

Deben creer que sus lectores son débiles mentales. Con esos ingredientes se pueden hacer políticas muy distintas.

Nadie podría decir que se trató exactamente del mismo modelo que se implementó a partir de la Concertación con Foxley, con aumento de tributos, tratados de libre comercio, leyes laborales más beneficiosas para los trabajadores y regulación de la afluencia de capital extranjero golondrina, en los servicios financieros. Durante la época Concertacionista hubo variaciones significativas.

En efecto, Aninat fue privatizador; Eyzaguirre, un macroeconomista de reglas estructurales y Velasco un ortodoxo liberal y creador del ahorro externo vía fondos soberanos y entusiasta asistencialista.

De esta forma se limitan a decir que el problema no está en el instrumental económico, que en términos generales sigue siendo valedero como cualquier instrumento de una buena orquesta que permite tocar distintas melodías. No se escuchan opiniones sobre los cambios que requiere el modelo, en el día a día y año a año.

Por si lo anterior no fuera suficiente, observamos una discusión, que otros consideran innecesaria, sobre si Chile se encuentra o no blindado.

Mientras las autoridades, tratando de llevar calma, dicen que sí estamos blindados, omiten decir con claridad que el supuesto blindaje es débil y que consiste en dinero colocado en monedas extranjeras en las economías del primer mundo, que por ahora no tienen otro destino que permanecer en esos lugares, más en beneficio de esas economías que de Chile.

Nada se dice que ese ahorro se logró con el esfuerzo brutal de toda la población que asumió el alto costo del petróleo y a la decisión del Estado de no subsidiar esa importación, lo que provocó de paso una inflación que empobreció a todos los chilenos durante el año 2008 especialmente, mientras se “ahorraba” el precio del cobre.

Hoy nuevamente se repite la fórmula y se guardan los excedentes del cobre y se traspasa a la economía el precio de los combustibles.

Falta una autocrítica más profunda de los economistas y ahora me refiero a Chile en particular; a la ausencia de una referencia a la camisa de fuerza que imponen los tratados de libre comercio; a los efectos perversos de la concentración económica en los principales mercados; a una omisión a las diferencias de ingresos, para poner el acento sólo en los empleos de cualquier tipo; a la grave segregación social, cultural y económica que sufren los más pobres; a la creciente necesidad de asistencialismo estatal y cuando no a la limosna privada.

Nuestros distinguidos economistas, cuyos méritos académicos no desconocemos en modo alguno, no son capaces de dar un salto cualitativo por estar ideológicamente atados a ciertos paradigmas que se están derrumbando minuto a minuto. Algunos ven en el Chile de hoy estos signos.

Chile ha aplicado desde el año 1974 esencialmente una misma política económica con diferentes énfasis, pero con un mismo instrumental y en ese largo devenir de nuestra historia han existido muy distintos modelos económicos en aplicación.

Nadie podría decir que el modelo del dólar fijo, unido a gran concentración de capitales nacionales y privatizaciones a como diera lugar, fuese el mismo de aquel de aranceles medianos, reprogramaciones masivas, reducción de la deuda externa, dólar competitivo, ambos aplicados durante el gobierno militar; y nadie podría decir que se trató exactamente del mismo modelo el que se aplicó a partir de la Concertación con aumento de tributos, tratados de libre comercio, leyes laborales más beneficiosas para los trabajadores y gran afluencia de capital extranjero, especialmente en la gran minería y en los servicios financieros y de comunicaciones.

Concluimos, pues, que los economistas no están siendo ni totalmente veraces ni menos lo suficientemente creativos que se requiere. Su comportamiento conservador no permitirá una nueva fase de desarrollo y probablemente ello será tarea de algún estadista que el país espera.

Coautor del texto es el abogado Hernán Bosselin Correa.

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