El verdadero motor del cambio

La extrema concentración en casi todos los mercados, es el principal obstáculo para los emprendimientos y desde luego para el crecimiento económico

No basta con afirmar que es motivación central del gobierno fortalecer los pilares del emprendimiento y la innovación en Chile, porque ese discurso no se condice completamente con la importancia que se le sigue dando en Chile al gran capital y especialmente a las grandes conglomerados que conforman grupos económicos nacionales y extranjeros que continúan siendo en la práctica, aunque no en el discurso, los verdaderos privilegiados y actores gravitantes.

A este respecto conviene recordar que Sebastián Edwards, economista, chileno muy escuchado, en reciente intervención, en un diario de alta circulación, señaló que después de una decena de años que la productividad creció a un ritmo vertiginoso entre 1986 y 1997, durante los últimos 15 años las ganancias de eficiencia en Chile han estado estancadas, y que retomar el crecimiento de la productividad requiere de un conjunto ambicioso de regularizaciones y modernizaciones.

Sobre el tema de la productividad, el profesor Alfonso Cruz N., comenta que, comparando la productividad total de factores de varios países miembros de la OCD durante la última década se demuestra un deficiente desempeño de Chile ocupando los últimos lugares en el ranking.

El profesor Cruz concluye que “los datos son concluyentes. Chile y las empresas chilenas tienen un atraso significativo en innovación tecnológica que es imperativo revertir para asegurar altas tasas de crecimiento durante la presente década, lo cual desde un punto de vista estratégico puede ser visto como una oportunidad; hay un espacio interesante para convertirla en una fuente de “competitividad”.

En este mismo orden de ideas son relevantes los siguientes datos que el profesor Alfonso Cruz consigna: de los US 80.500 millones que Chile exportó en el año 2011, más del 95% corresponde a materias y productos básicos.

Menos del 5% son exportaciones de bienes y servicios de alta tecnología. Ello es diferente de lo que sucede en países con acelerado desarrollo como Finlandia, Suecia y Corea, donde este tipo de exportaciones supera el 50%.

Durante los últimos 10 años Chile ha logrado obtener en EEUU sólo una patente por millón de habitantes por año. Nueva Zelandia e Irlanda obtuvieron 35 y los países escandinavos más de 180.

Chile destina sólo el 0,4% de su PIB a financiar innovación y desarrollo, valor significativamente inferior al de los país de la OCD que asignan en promedio el 2,3%, y a países líderes en esta materia como Finlandia y Suecia, con aporte sobre el 3,5% (antecedentes tomados del trabajo “La Innovación Tecnológica es Fuente de Competitividad y Crecimiento” del profesor Alfonso Cruz).

Lo anterior se debe a que hasta ahora, en materia de emprendimiento, no se puso el énfasis en lo que correspondía.

El país ha continuado desde el régimen militar y bajo cinco gobiernos democráticos en una senda que reiteradamente privilegió el desarrollo de grandes concentraciones económicas, que se tradujeron en que el país se transformó en un paradigma oligopólico, que resulta incompatible con el desarrollo profundo de las pymes.

La extrema concentración en casi todos los mercados, es el principal obstáculo para los emprendimientos y desde luego para el crecimiento económico.

En efecto, desde hace más de quince años los grandes grupos no han aportado un aumento significativo en la productividad, en los términos que se requería. La locomotora del desarrollo, es decir, estos grandes grupos nacionales y extranjeros, no han sido capaces por sí solos de empujar toda la economía.

Hemos sostenido reiteradamente que sólo habrá un cambio económico que el país aceptará y tendrá más como propio si la viga maestra del desarrollo deja de ser la concentración económica en los mercados.

Para ello es preciso una vasta y profunda política económica que ponga en un mismo nivel a las micro, pequeñas y medianas empresas con los grandes conglomerados.

Debería comenzar por promover el Estado, entre muchas otras medidas, algunas en curso, un sistema que democratice efectivamente el crédito, desconcentrándolo, y que permita que el factor del riesgo, de alguna u otra forma, sea parte de un esquema socialmente compartido.

No es racionalmente admisible que el emprendimiento dependa de una cierta característica psíquica de quien intenta desarrollar nuevas acciones. Coincidimos con quienes sostienen que es una dramática ironía asumir que el emprendedor debe poseer un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH); como igualmente rechazamos cualquiera insinuación de que el emprendimiento pueda nacer sólo en personas de una determinada clase social, practiquen una determinada religión o pertenezcan a una raza en particular. Esas son interpretaciones muy segregacionistas o incluso de orden racista.

Una república democrática debe pensar estas acciones pro emprendimiento precisamente rechazando cualquier mito sobre la materia.

Asimismo cuando se habla de emprendimiento no se debe entender por aquel exclusivamente el ligado a materias productivas o económicas, ya que también existen emprendimientos culturales, deportivos o científicos, etc.

Coincidimos con la importancia de que se desarrolle un proceso educativo en que se enseñe a los niños a tomar riesgos y a transformar sus necesidades en oportunidades y atreverse a equivocarse. Con razón se habla de crear una “cultura emprendedora”, lo que en cierto modo es aún más potente que desarrollar una mera política económica.

Todo emprendedor es valioso, y por ello hay que evitar el endiosamiento de quienes llegan a tener un gran éxito. Incluso quienes tienen un devenir menos exitoso son útiles a sí mismos, sus familias y a la sociedad.

Coincidimos en que el sistema educacional chileno, no solo el universitario, sino también el escolar no preparan a las personas adecuadamente para emprender y curiosamente tenemos la sensación de que se está formando un ejército de futuros funcionarios del Estado y de los grupos económicos.

Esto puede convertirse en un detonante de un movimiento de incontenible presión sobre toda la organización social que conocemos.

Sólo la valoración social al masivo emprendimiento y el apoyo a su desarrollo desde una perspectiva de política estructural de carácter esencial hará que realmente un país como Chile, con una enorme riqueza intelectual, pueda dar un paso significativo y exponencial hacia una sociedad desarrollada, evitando el drama en que nos encontramos de una concentración creciente de poder político, económico y social que parece que ya no puede ser detenida, a menos que existan transformaciones institucionales efectivas, urgentes y muy profundas.

Este desafío es más grande que la fase exportadora, la modernización del mercado de capitales, o meras nuevas reformas laborales o tributarias y mucho más útiles y desde luego urgentes que discutir teóricamente sistemas electorales o políticos. En el fondo aquí está el verdadero motor del cambio de poder que el país exige cada día más.

N de la E: Coautor del análisis, el abogado Hernán Bosselin C.

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