Socialismo y automatización

Alfredo Joignant , en una columna de un vespertino, invitó a los socialistas a concentrar la reflexión en los contenidos políticos sustantivos como camino de superación de la derrota política y electoral reciente. Dicha invitación es pertinente y necesaria. La crisis del Partido Socialista en Chile y del socialismo democrático en el mundo tiene que ver con el progresivo agotamiento de nuestras propuestas en una sociedad que cambia a pasos agigantados. Es en la discusión de contenidos donde se fraguará su reconstrucción.

En ese marco, Joignant nos convoca a repensar nuestra vinculación con el trabajo y el efecto de la automatización sobre nuestro electorado natural, los trabajadores. Concordando con lo señalado, me parece interesante recoger el guante y plantear algunas ideas al respecto.

La automatización se presenta de forma simultánea o relacionada con un conjunto de transformaciones que vive el mundo del trabajo hoy. La Organización Internacional del Trabajo ha convocado a conformar una Comisión Global sobre el futuro del trabajo, en cuyo informe preliminar [1] propone entenderlo en el marco de cuatro megatendencias sociales que lo afectan: globalización, cambio tecnológico, transformaciones demográficas y cambio climático.

En este contexto, la transformación tecnológica aparece como un factor que introduce una serie de incógnitas respecto de la organización productiva.

El avance tecnológico y el impacto del mismo en el trabajo no es nada nuevo. Su percepción como una amenaza, tampoco. Ya en el siglo XIX, las revueltas luditas en Inglaterra destruían los telares mecanizados que reemplazaban la labor textil tradicional.

Sin embargo, la velocidad que dicho cambio adquiere hoy nos plantea la duda razonable de si asistimos sólo a la aceleración de procesos ya conocidos o bien estamos ante un fenómeno de naturaleza y efectos distintos.

La incorporación de tecnología tiene dos efectos posibles en el puesto de trabajo. El primero es aumentar la productividad de la persona que lo ejerce. Un ejemplo de ello es el paso desde la cajera de supermercado que digitaba manualmente cada precio a aquella que pasa los productos sobre un escáner.

Un segundo efecto es el reemplazo de la persona en el puesto de trabajo como sucede cuando dicha cajera es reemplazada por una estación automatizada operada por el cliente.

La gran mayoría de las veces, el efecto es combinado. Se mejora la productividad de quién se mantiene en su puesto, a la vez que se reduce la cantidad de trabajadores que la empresa necesita en esa labor.

Los estudios de Autor, Levy y Murname en 2003 [2] nos entregan dos ideas importantes respecto al riesgo de reemplazo por automatización.

La primera es que el riesgo que corre un empleo no tiene que ver con la complejidad ni la calificación que se requiere para desarrollarlo, sino con lo rutinario y predecible de la tarea.

El reemplazo que el software del Servicio de Impuestos Internos llevó a cabo respecto de los contadores que realizaban las declaraciones anuales hace unos años es una muestra de ello.

La segunda es que empleos que hoy son variables e impredecibles, mañana pueden ser mecánicos y rutinarios. Sólo se requiere la inteligencia para descomponer la labor en un conjunto de acciones y decisiones definidas. La automatización progresiva de la conducción de trenes es un buen ejemplo de esa idea. Puestos que antes no eran automatizables, ahora lo son.

¿Implica esto que la automatización llevará a una reducción en la demanda total de fuerza de trabajo? No lo sabemos.

El mismo informe de la OIT recoge estudios que hablan de 47% de empleos en EEUU en riesgo de reemplazo o un 56% en el mismo riesgo en la ASEAN.

Sin embargo, también se cita un estudio de Roland Berger que proyecta la destrucción de 8,3 millones de empleos en Europa Occidental pero también la creación de 10 millones en el mismo territorio hacia 2035. El cambio tecnológico puede acarrear la destrucción de empleos a la vez que crear otros.

Tomemos un ejemplo local y conocido. Quizás una de las industrias que ha experimentado el cambio tecnológico con mayor intensidad es la bancaria. Los cajeros automáticos, el desarrollo de plataformas de transacciones telefónicas y especialmente la masificación del Internet como canal de atención han revolucionado el sector en las últimas décadas.

Si miramos la evolución de tres indicadores (sucursales, cajeros automáticos y total de trabajadores propios), en el Banco Santander Chile en la última década, en base a la información de sus memorias, tenemos que en 2005 poseía 350 sucursales, las que pasaron a 504 en 2010 y a 434 en 2016.

Respecto al número de cajeros automáticos, estos pasaron de 1.422 a 2.018 y a 1.295 en las mismas fechas.

En cuanto a su dotación, esta pasó de 7.482 personas en 2005 a 11.001 en 2010 y a 11.354 en 2016. No ha habido, por tanto una pérdida neta de empleo en dicha empresa. Lo que no implica, en ningún caso, que no haya habido destrucción de puestos de trabajo. Probablemente detrás de la cifra total, se esconde la pérdida de cientos de empleos y la creación de otros tantos.

En el caso del comercio supermercadista y de grandes tiendas, es posible advertir una tendencia a la disminución del trabajo en tiendas, a la par de un mayor foco en el esfuerzo en la producción y logística necesaria para abastecer las mismas y reforzar los nuevos canales de venta. Nuevamente empleos que desaparecen y empleos que aparecen.

La calidad de los empleos que se crean, versus la calidad de los que se perdieron, así como la capacidad efectiva de los trabajadores con nombre y apellido de reconvertirse y no quedar cesantes, son realidades escondidas tras esas cifras generales. Y ahí hay un espacio enorme de posibles impactos negativos en el mundo del trabajo.

El desafío del socialismo democrático ante estos cambios sigue siendo el fortalecimiento de los mecanismos con que cuentan los trabajadores para acceder a una mayor proporción de la renta que ellos mismos generan.

Ideas como la renta universal u otras que son interesantes desde el punto de vista de la seguridad social, pueden derivar en un subsidio público al empleo precario, si no van acompañadas de una distribución más justa de la riqueza entre capital y trabajo allí donde esta se genera, que es la empresa.

Las herramientas que el socialismo ha promovido en el mundo han sido la sindicalización y la negociación colectiva. ¿De qué forma estas herramientas siguen vigentes cuando la factibilidad técnica de reemplazo del puesto de trabajo es mayor que nunca?, ¿o cuando las trayectorias laborales se hacen cada vez más variadas e impredecibles?

La negociación colectiva es un ejercicio de solidaridad horizontal, con los compañeros y compañeras de trabajo y vertical con quienes vendrán después. Si se rompen los vínculos que aún ligan a la persona con su unidad productiva, queda poco espacio para el ejercicio de dicha solidaridad.

Es también un ejercicio de diálogo social que presupone una cierta estabilidad de las partes en el tiempo, las que se facultan así para adquirir compromisos futuros y confían en su concreción.

Fortalecer a la acción colectiva como herramienta y la potestad de los propios trabajadores para ejercerla en su beneficio, en un contexto laboral que muta, es un tremendo desafío del socialismo en los próximos años.

1.  OIT. Inception Report for the Global Commission on the Future of Work. Geneva, 2017.

2.  Autor D., Levy F. y Murname R. The skill content of recent tchnological change: an empirical exploration. Quarterly Journal of Economics. OxfordUniversity Press. 2003.

 



 

 

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