¿Tiene sentido pagar impuestos?

Pedro Rodríguez Carrasco
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Cuando el gobierno anuncia que bajará los impuestos a las empresas surgen preguntas, ¿tienen sentido los impuestos? y más elemental ¿tiene sentido el Estado? El Estado, la sociedad nacional organizada, es garante de la pertenencia donde cada persona es reconocida como tal, con derechos y deberes.

Sin Estado quedamos a expensas de la ambición de unos, a la violencia de otros, a engaños de oportunistas, como individuos indefensos y los abusadores impunes. Algunos dirán que con Estado ya somos indefensos ante los poderosos. En parte sí, estamos lejos de ser una sociedad equitativa. Las luchas sociales y políticas buscan mejorar las condiciones injustas, pero sin Estado esas luchas no serían conducentes.

En lo inmediato, necesitamos Estado como órgano resolutivo de tensiones entre individuos, grupos y donde cada cual tenga su lugar.

El Estado necesita recursos para desarrollar su acción pública, de ahí los impuestos. La complejidad social implica impuestos complejos, bajo ciertas lógicas de economía, de equidad y equilibrios sociales, de responsabilidad humana y ecológica, de restitución y preservación patrimonial y cultural. Considerar solo uno de estos criterios empobrece su sentido, decae el compromiso y su significación. Más aún, administrar el Estado bajo un sesgo reduccionista distorsiona el planificar y destinar recursos. Los impuestos nos comprometen corresponsablemente con la tierra, lo construído, lo público, el bienestar humano, lo cultural y la convivencia social-ciudadana.

Sin siquiera hablar de la historia de desigualdad, otro hecho es que hay ciudadanos con recursos millonarios y otros en pobreza; los primeros, habitualmente y por sus inversiones, utilizan ampliamente la infraestructura pública; los segundos suelen recibir del Estado escasos recursos subsidiarios. Es lógico que los primeros tengan una carga impositiva mayor permitiendo equilibrios, proporcionalidad y ecuanimidad ante la común responsabilidad por el Estado, sin olvidar que todo trabajo es necesario y digno.

El solo anuncio de bajar impuestos a quienes más tienen, aunque sea por favorecer inversiones, predice un desequilibrio social y cultural que ocurrirá aunque mejore la inversión en el corto y mediano plazo.

Esto dañará la convivencia y deteriorará la corresponsabilidad. Quebrará la significación de lo que entendemos por bien común y la pertenencia social. Puede que la macroeconomía esté boyante por un tiempo, pero en beneficio de unos pocos y en desmedro de muchos, lo cual dura “una temporada” hasta sobrevenir la crisis económica, cuando sufren los más vulnerables.

La Responsible Wealth cercanos a los Demócratas, advirtió en EE.UU., que, “la reforma fiscal republicana beneficiaría de manera desproporcionada a individuos ricos y a empresas con recursos”. Sí, lo dicen desde la oposición a Trump, pero también desde su posición privilegiada de millonarios.

Nuestro país ya favorece impositivamente a los más ricos y accionistas, dejando el peso a la mayoría ciudadana de clase media y no tan media. El significante dice que los más ricos son privilegiados y colaboran muy poco en el bien común.

No es sólo un problema de proporciones, de matemáticas y de desarrollo económico. Es sobre todo un problema social cuando la mayoría ciudadana observa cómo los privilegiados se cuidan entre sí para aportar lo menos posible al Estado de todos, expresando además amenazas de no invertir y pérdidas de empleos si suben los impuestos.

Un aspecto más hondo e invisibilizado son los supuestos de toda producción: para producir tomates se aprovechó la tierra, el aire, el sol, el agua y todo lo que la naturaleza milenariamente cuida para que finalmente un tomate esté disponible.

También hay supuestos humanos, de calidad ética, de biografía, de habilidades blandas… hay supuestos culturales, espirituales… una larga lista que no los paga el empresario. Como impuestos sagrados los antiguos sacrificaban sus mejores animales o vertían vino en la tierra, para devolver a los dioses y a la naturaleza con gratitud el reconocimiento de estos supuestos.

Nuestra política económica imperante es materialista en el sentido más profundo. Es pragmática y pagana, es elitista y esclavista, pone su interés no en el bien común, sino en el enriquecimiento. Todo enriquecimiento, para ser tal, no beneficia a todos sino a pocos, los cuales prometen un compartir (chorreo) que siempre se posterga.

En conclusión, rebajar impuestos a empresas es un acto político que beneficia a pocos para que aumenten su riqueza y otros asuman los supuestos. Este enriquecimiento traerá de inmediato mayor inversión, sí, pues en consecuencia se abren oportunidades a inversionistas hasta que se sature el mercado y sobrevenga la crisis, que son futuras oportunidades para ellos mismos.

Un gobierno que se declara cristiano contra del aborto, se muestra ultra materialista en la economía y los impuestos, pues más importante que el Dios de Jesús, en cuyo corazón está el sufrimiento de los pobres, es que los ricos puedan invertir y generar mayores riquezas para ellos mismos. Gobiernan los mismos empresarios que encuentran en el gobernar una oportunidad para mejorar las condiciones de sus iguales.

Ultra materialistas en lo económico, adoradores solo del dios Mammón, de la avaricia y la codicia: si no tienen ganancias se enfadan y si las tienen pero deben pagar impuestos se quejan así, “nos roban desde el Estado”, “para que se aprovechen los políticos y la burocracia pública”.

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