La Comisión Asesora Presidencial para la Actualización de la Medición de la Pobreza ha propuesto diversas medidas que se pueden asociar, principalmente, a la medición de la pobreza por ingresos y multidimensional. Estas se pueden leer en carriles distintos, aunque un avance significativo sería utilizarlas de manera conjunta.
Una de las recomendaciones para avanzar en esta materia es integrar un indicador complementario que mida la pobreza severa, la cual identifica a los hogares que experimentan en forma simultánea situaciones de pobreza monetaria y multidimensional. Esto es, hogares cuyos ingresos son insuficientes para adquirir la canasta de bienes y servicios definidos como mínimos del bienestar (pobreza por ingresos) y que, a la vez, experimentan un número de carencias en dimensiones distintas al ingreso, en facetas de la vida humana tales como la educación, la salud, el trabajo, la vivienda o las redes y cohesión social (pobreza multidimensional).
Los hogares que comparten ambas pobrezas se encuentran en una situación más compleja de pobreza, la que también se puede asociar a la pobreza crónica o de largo plazo. Para abordarla, entonces, se requiere de otro tipo de políticas, no tan focalizadas sino más bien integradas, que logren combinar apoyos en ingresos, servicios sociales e infraestructura.
Si vemos los porcentajes de pobreza a nivel nacional, de acuerdo con las recomendaciones que hace la comisión, la tasa de pobreza por ingresos el 2022 sería 22,3%; la tasa de pobreza multidimensional sería 24,6% y la tasa de pobreza severa representaría 10,6%. Entre varios elementos, estos números nos permiten señalar dos grandes puntos.
Lo primero, es que la intersección de la pobreza por ingresos y multidimensional representa sólo una fracción de los dos tipos de pobreza. En otras palabras, no todas las personas que experimentan pobreza por ingreso son pobres multidimensionales. De la misma forma, se puede experimentar pobreza multidimensional, es decir, presentar carencias en aspectos como el aprendizaje escolar, la inseguridad alimentaria, la calidad del empleo, déficit habitacional o percibir un trato no igualitario, entre otros, pero no experimentar pobreza por ingresos.
Lo segundo, y vinculado directamente a lo anterior, es que la pobreza por ingresos y la multidimensional están identificando a grupos distintos, que solamente en un porcentaje menor se entrecruzan. Esto implica que ambas metodologías ayudan a identificar y caracterizar a poblaciones diferentes que están en pobreza, medidas cada una a través de factores distintos. Si se toman por separado, pueden guiarnos a distintas medidas de política y focalización de recursos. Por ejemplo, las regiones más pobres, si se considera la pobreza por ingreso o la pobreza multidimensional, podrían estar en el sur o en el norte del país respectivamente. Ahora bien, si se complementan, el potencial de estas medidas es identificar grupos como los que padecen pobreza crónica, o caracterizar de manera mucho más rica a poblaciones específicas, regiones o áreas, tales como las urbanas y las rurales.
Los dos enfoques son valiosos, y la toma de decisiones en políticas públicas debería profundizar en su uso conjunto para enriquecer la comprensión de la pobreza en el país. Los datos están disponibles y pueden aportar enormemente para entregar evidencia que oriente y haga más eficiente la inversión pública para enfrentar las complejas dinámicas de la pobreza.
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