Educar es amar

Cuando hablamos de lo medular de la educación es importante recordar lo dicho por Humberto Maturana (1928–2021), en cuanto a que "el amor es la única emoción capaz de ampliar la inteligencia". Y con esto, por favor, no pensemos en el amor romántico, el sentimiento efímero, ni la emoción idealizada que nos entregan las novelas trágicas de amores imposibles y dolores extremos.

Pensemos más bien en la aceptación legítima del otro, habitando en el aprendizaje y la convivencia con enfoque humano, librándonos del miedo y la siempre presente necesidad de control. Cuando hablamos de amor es desde "la emoción que nos constituye en la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia". con la perspectiva que nos permite despojarnos de los prejuicios y expandir nuestra capacidad de pensar, siendo esto una afirmación empírica, ¡"somos seres biológicamente emocionales"!

Sabemos que el fenómeno de la educación no pasa solo por una transmisión de contenidos, se le suma que es un acto permeable al afecto, la empatía y el reconocer a otro, "la biología del conocer y la ética del convivir", ya que claramente el conocimiento no puede ser percibido como algo pasivo. En educación construimos desde la curiosidad, del interés y sobre todo desde el motor de la emoción, ya que el aprender y la emoción son bidireccionales.

Las emociones influyen en la memoria, lo que nos lleva a reflexionar sobre el propósito y la práctica educativa, ya que nuestras decisiones, interacciones y aprendizajes, están mediadas por el sentir. Un estudiante que se siente valorado por sus docentes abrirá su mente al aprendizaje, podrá descubrir sus potencialidades en armonía y con seguridad navegará por corrientes artísticas, musicales, deportivas y otras, sabiendo quizás que el espacio seguro no es el dispositivo IA anclado a su mano sino, la acción del aprender del otro a través del habitar en la humanidad.

"La emoción del amor, en particular, es el pilar sobre el cual se construye la cooperación, la convivencia y el aprendizaje". Paulo Freire (1921-1997) acuñó para esto la palabra amorosidad, que es la cualidad del educador que se niega a ver al estudiante como un depositario de conocimiento.

Educar es amar se traduce en libertad, dejar lo que nos va esclavizando cual cadena atadas, y no se habla de las pérdidas de límites sino de una exploración de los propios intereses, una libertad responsable, no queremos estudiantes más competitivos, sino ciudadanos más plenos.

No olvidemos nunca que "las emociones son el fundamento de todo hacer", no existe acción que realicemos que no sea sostenida de una emoción, ya que está en su biología, es el cimiento para la aceptación mutua, "cuando educamos, estamos creando una red de afectos y confianza que permite al otro aprender desde su propia existencia".

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