El abrazo

Fabiola Quiroga Villagra
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Fue un abrazo de esos que transitan con energía, con cariño, con esperanza, con felicidad y alegría, es decir fue un abrazo honrado, verdadero, hermoso, exacto. ¿El motivo? no había uno en particular, era la convergencia de los buenos recuerdos, del buen trato, del respeto, del arrumaco y la ternura.

La abrazadora, una mujer de unos 40 años; la abrazada la profesora que tuvo en 1° básico y que había dejado de ver por más de 25 años. La señorita Mónica, la misma que le había enseñado a leer, a escribir y también a ser escuchada. La mujer que la había abrigado ese día tan lluvioso que llegó toda mojada, empapada de invierno, cubierta de aguacero, mojada de tormenta, inundada de tempestad.

El abrazo era también por esa ocasión en que le ingenió un disfraz de la nada, cuando a ella, niña despistada, se le había olvidado que ese día debía ir caracterizada de algún personaje. Aquel viernes llegó como todos los anteriores, con su delantal de cuadrille azul, sus dos trenzas, el jumper con la basta a medio caer, la blusa blanca y botones menos en las mangas.

En dos minutos estaba interpretando a la mismísima Cleopatra -la reina de la dinastía ptolemaica-, una de las mujeres más importantes del Antiguo Egipto, y de la historia. Su "profe" le inventó con las cortinas de la sala la túnica característica, hizo de otra una especie de haike, y con él un delineado perfecto a usanza de la belleza de esa parte del nordeste de África, como si por el Nilo mismo hubiese navegado dicha vestimenta.

Fue un éxito, no sólo por el traje, sino por que se sintió una más entre sus compañeros, no se notó la falta de su madre, que era temporera en el sur, no se notó la omisión de su abuela, quien cuidaba a 4 nietos más, no se notó la indiferencia de su padre, que hace meses no le hablaba y menos visitaba, no se notó la soledad ni la pobreza, ese momento fue felicidad y fortuna, lo tenía todo.

Ese abrazo también era la vez que fue a dejarla hasta su casa porque nadie venía por ella, y mientras caminaban le iba ensañando los números en inglés porque en eso Martita fallaba, repetían, aprendían, andaban. Sacó un 7 en esa prueba, y desde ahí sólo mantuvo las buenas calificaciones, ya que está comprobado que la vinculación positiva y afectuosa con los profesores, genera adherencia en la escuela y también aumenta el desempeño escolar. Originando una infancia cariñosa, mimosa, esmerada y dilgente.

La "profe" Mónica no sabía del efecto, lo que ella sí sabía es que cada vez que recibía en marzo un nuevo primero básico divisaba niños y niñas llenos de ganas de aventuras y aprendizajes, en cada uno de ellos y ellas veía potencial, fuerza, ganas, fuego de saber, sed de querer, ambición de aprender, necesidad de ser amados.

Ese envolver de querencia fue el decir gracias por todo, incluso por los regaños, y claro por sacarle ese diente que estaba suelto y se negaba a dejarlo ir, el que ella sacó tan rápido que no lo sintió. Ese abrazo fue devolver con el latido de su corazón de mujer el mismo latido que la hizo feliz siendo niña.

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