Es evidente que cualquier pronóstico de futuro realizado hoy, en un escenario de plena incertidumbre, puede aparecer como aventurado y pretencioso. Lo cierto es que existen diversas reflexiones, estudios e hipótesis que nos anticipan un futuro próximo bastante distinto al actual o, por lo menos, con algunas de sus problemáticas agudizadas.
Algunas de las miradas respecto de lo que se nos viene en el futuro inmediato no son muy alentadoras. Sabemos que en los años venideros cada vez habrá menos trabajo como lo conocemos hoy o por lo menos como lo conocíamos hasta antes de la pandemia. A mediano plazo, deberemos resolver cómo garantizaremos una vida plena y digna para todos y todas, donde el trabajo tendrá cada vez menos centralidad en nuestro cotidiano, y donde nuestra posibilidad de acceder a salud, vivienda y educación no dependerá de nuestra ocupación y salarios, sino que deberán estar garantizados sólo por el hecho de estar vivos.
Este escenario puede resultar absurdo o irreal, sobre todo cuando se habla de crisis económica postpandemia, o cuando el credo que nos han inculcado como mantra sagrado no es otro que el crecimiento y competitividad para generar riquezas si queremos salir a flote. Lo cierto es que esto no ha sido así, ni siquiera en las épocas más prosperas del modelo se le ha permitido a las grandes masas acceder a trabajos bien pagados y a una mejor calidad de vida. El modelo no ha distribuido la riqueza, más bien la ha concentrado.
Lo cierto es que en ese escenario de catástrofe, la población no se puso a competir sino a colaborar. Muchas son las narraciones y las experiencias que conocemos de padres con trabajo que siguieron pagando los dividendos de sus hijos desempleados o de hermanos que transportaron a sus padres y familiares a realizarse exámenes y ponerse vacunas, a profesores y profesoras que visitaron a estudiantes en sus casas, a vecinos que se ofrecieron a realizar las compras para un grupo de casas o departamentos. Lo que ha hecho menos dura esta pandemia para muchísimas personas ha sido el apoyo mutuo. El conmovernos por el pesar del otro.
El escenario de elaboración de una nueva Constitución que aborde temas de tanta urgencia como estos o la relación con los pueblos originarios y la participación más efectiva de la población en las decisiones que la afectan, nos obliga a pensar la educación de una manera distinta, concebida como un derecho que esté por sobre la libertad de enseñanza, como un espacio que ha propiciado el negocio y el lucro, en desmedro de un proyecto de desarrollo colectivo y nacional.
Además de lo anterior, será necesario iniciar una reforma educativa profunda que dé sentido y pertinencia a la educación, en general, y a la experiencia escolar, en particular. A la base de esa reforma deberán estar, por lo menos, los siguientes asuntos: La convivencia democrática y el reconocimiento mutuo de las distintas comunidades; la protección del medio ambiente; el buen uso de los recursos naturales; el aumento de la producción científica para la solución de problemas que vendrán; la alfabetización tradicional y en TIC, que le permita a la población leer y moverse en el mundo y sus complejidades; los proyectos de vida que no dependan de la acumulación material, sino de satisfacciones personales y de los colectivos; la inclusión social de personas y barrios; la lucha contra el narcotráfico y la marginalización y la exclusión de jóvenes.
Como al inicio de la República, la educación jugará un rol clave en el Chile que viene, que aspira a mayor dignidad y justicia social. Las universidades formadoras de profesores y profesoras, como la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, tendrán que proponer caminos para cambiar el currículum y el aula mirando las particularidades de los territorios y de las necesidades de sus comunidades. Es posible combatir y vencer la pobreza con métodos basados en la colaboración y el apoyo mutuo, en el cuidado de la tierra, nuestro único hogar, la distribución de la riqueza y la sociedad organizada teniendo al centro a los seres humanos. Que nuestros y nuestras jóvenes se encuentren con la cultura en sus diversas manifestaciones y elaboren un proyecto de vida propio para su bienestar y el de su colectividad, que las vastas regiones del mundo que han sido excluidas total o parcialmente de la modernización sean incluidas en la construcción del mundo que viene.
Así como necesitamos una nueva Constitución, necesitaremos también una nueva Educación.
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