Las guaguas no son “cosas”

En el difícil reconocimiento de los párvulos como personas-sujetos de la educación, las “guaguas” son el grupo que mas ha costado que las sociedades e incluso las instituciones educativas los consideren como tales.

Debido a su dependencia y a su fragilidad, la humanidad ha confundido esta situación con incapacidad afectiva, cognitiva y motora, lo que ha llevado a sobre actuar con ellas en todos estos planos, sin reconocer sus sensibilidades, potencialidades, curiosidad y creciente autonomía.

Ejemplos de ello encontramos muchos. Por una parte, los programas educativos para este grupo etario, si bien es cierto que nacieron precozmente en el siglo XVII con el padre de la Educación Moderna, J.A. Comenio (1592-1670), sólo se instalaron con salas cunas educativas o alternativas no formales en el siglo XIX en el mundo y XX en nuestro país.

Los hospicios, las “guarderías”, los “hogares de cuidado diario” entre otras, han sido las respuestas asistenciales más extendidas para su atención por cuatro siglos.

En la actualidad, si bien se ha avanzado en contar con locales adecuados para su atención y se les ha dotado de mobiliario, materiales y personal educativo, lo cierto es que subyace en el inconsciente colectivo e incluso en algunas de las recientes propuestas técnicas y normativas, una mirada restringida y “cosificante” de los bebés.

En efecto, muchos de los “programas de estimulación” existentes, los consideran unos seudo “objetos”, que sólo se movilizan cuando son “estimulados” externamente, como si ellos no tuvieran intereses, iniciativa y ciertas capacidades para hacerlo.

Se les mueve las extremidades, se les sienta, se les hace rodar como se haría con un monigote.

Este tipo de actividades desde los años 50 fueron cambiadas por los trabajos de la Dra. E. Pikler en Hungría, donde se propicia “su” movilidad y autonomía integral, lo que es mucho más favorecedor del desarrollo que estos movimientos forzados en forma externa.

En esa misma línea, experiencias actuales de ciertas instituciones con evidentes intereses comerciales, han llevado a que sean sobre-estimulados con tarjetas o “bits” donde se les muestra todo tipo de imágenes, incluso palabras a gran velocidad, con el propósito de “cablearles” el cerebro.

Afortunadamente, hay trabajos especializados recientes como los de la psicóloga estadounidense Alison Gopnik, que han ido entregando bases científicas para un cambio de estas equívocas percepciones sobre los bebés.

En su último libro “El jardinero y el carpintero” (2016), plantea con este título una metáfora sobre las relaciones padres-hijos, que podemos extrapolar a su formación educativa. Procurar criar a un hijo, argumenta Gopnik, es para la mayoría, comportarse como un carpintero, cincelar algo para lograr un objetivo final en particular, en este caso, un determinado tipo de ser humano. 

Un carpintero cree que él o ella tiene el poder de transformar un bloque de madera en una silla a su estilo. Cuando actuamos como jardineros, no creemos que somos los únicos que vamos a influenciar en el cultivo de las flores. 

Por el contrario, nos esforzamos por crear las condiciones en las que las plantas tienen la mejor oportunidad de crecer y florecer, pero se sabe que los planes a menudo cambiarán, porque intervienen muchos factores no siempre controlables, además de la propia fuerza que tenga la planta.

Si se actúa como jardineros, el objetivo es crear un espacio protegido en el que los bebés se conviertan en ellos mismos, desde su iniciativa y actuar.

Ojalá los instrumentos educativos que hay en el país, revisen sus planteamientos bajo este paradigma.

Tenemos dudas de algunos de ellos, que parcializan a las guaguas en su desarrollo y determinan todo de ellas, hasta sus emociones negativas (pena, temor, llanto), como se observa en algunos objetivos que se les formula.

Sabemos también que desde el MINEDUC se va a realizar un programa educativo oficial a partir de las Bases Curriculares de la Educación Parvularia recientemente actualizadas, para el nivel de Sala Cuna. Ojalá se tenga en cuenta esta visión más humana e integral de los bebés y no sigamos con enfoques restringidos.

Junto con lo expresado, se hace necesario revisar también el sistema de Salas Cunas cuyo horario se ha vuelto a extender en función a la madre trabajadora, pero para los bebés, no es lo mejor, como se sabe por diversas investigaciones.

Si se quiere apoyar a la infancia, es necesario pensar en horarios más protegidos para las madres sobre todo en el primer año de vida, y en apoyos para su labor formativa en el hogar que es insustituible aprovechando el posnatal de seis meses. 

Los bebés son maravillosos seres que necesitan una educación de calidad para desarrollar su fantástica humanidad, pero para este fin, debemos creer en ellos, amarlos, tratarlos y formarlos desde la confianza, como diría H. Maturana, con una mentalidad de respetuosos “jardineros”.

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