Los científicos bajaron del Olimpo

Durante el siglo pasado, la poesía en Chile dio un giro que, por razones diversas, el mundo de la educación superior está dando solo ahora con la profundidad debida, en el ámbito específico de la denominada Extensión universitaria o Vinculación con el medio.

El giro puede evidenciarse con dos citas contundentes. Vicente Huidobro, a comienzos del siglo XX, declaraba en tono rotundo. Solo para nosotros / Viven todas las cosas bajo el Sol / El poeta es un pequeño Dios.

Comparemos esos célebres versos con los que, varias décadas más tarde, Nicanor Parra espeta en esa voz lírico-paródica que a la postre se convertirá en su sello: A diferencia de nuestros mayores (…) Nosotros sostenemos / Que el poeta no es un alquimista / El poeta es un hombre como todos (…) Los poetas bajaron del Olimpo.

Pues bien, la academia se encuentra en una transformación similar que el académico Heinrich von Baer, quien ha escrito artículos muy iluminadores al respecto y al que sigo en estas líneas, caracteriza como el paso “de la torre de marfil a la universidad interactiva”.

La forma tradicional de hacer Extensión universitaria era una relación con los agentes que se ubicaban en las fronteras del sistema educativo, como “el estado, los donantes de las universidades, los egresados, los beneficiarios de las actividades de extensión y servicios asociados a las prácticas docentes”, donde la propia universidad era el centro y articulador de la relación.

En la actualidad, existe consenso en la urgencia de modificar esa vinculación de carácter “unidireccional” (es decir, dirigida de la universidad hacia el exterior), por una “bidireccional”, donde los diversos grupos de interés puedan incorporarse “transversalmente en la definición estratégica y funcionamiento de la universidad”. Es el intento de la academia por abandonar la generación y trasmisión de conocimiento arraigado en lógicas “aisladas, distantes y de espaldas a la dinámica evolutiva de la sociedad”. Expresado de otro modo: el esfuerzo porque la producción del saber no se realice de manera elitista, endogámica y autorreferencial a la academia.

Sin embargo, la idea de fondo es todavía más potente. Al instalar la bidireccionalidad y los vínculos horizontales entre la universidad y su entorno, se piensa en una co-construcción del conocimiento. Las disciplinas, de este modo, no generan sus saberes “para” la comunidad a puertas cerradas, en las aulas, los laboratorios y centros de investigación; más bien es “con” la comunidad pues los actores (un dirigente vecinal, una mujer micro-emprendedora, el empleador de un egresado) tienen una información y experiencia rica en “calidad, pertinencia y aplicabilidad”.

El “nuevo trato” de la universidad con su entorno significativo sería, entonces, descubrir, respetar y legitimar lo que tienen que decir los agentes que se ubican por fuera de sus límites.

Esta idea ha comenzado a movilizar a todas las casas de estudio. A la Universidad Viña del Mar, que es la experiencia que conozco, la llevó, a través de un Convenio de desempeño 2014 de Educación superior regional Mineduc, a desarrollar el Centro Regional de Inclusión e Innovación Social. Y la premisa es cardinal: los saberes emergen desde la comunidad y sus diversos actores, portadores de una sapiencia indispensable para el quehacer universitario.

Así, la academia y la ciencia, como antes los poetas, bajaron del Olimpo.

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