Hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. Este año de acuerdo a las orientaciones de la OMS dedicado a la población juvenil. Según sus mismas estadísticas la mitad de las dificultades y trastornos de esta índole, comienzan antes de los 14 años, en donde la mayoría de los casos no se tratan o no se detectan.
En nuestro país la situación de la Salud Mental tiene tintes de dramatismo. Por una parte, con indicadores de morbilidad a nivel planetario; y por otra, con un presupuesto de solo un 2,4%, que es inferior al promedio de los países OCDE (8%) e incluso al mundial (3%). Tormenta perfecta.
A nivel educacional, según el estudio anual de la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras, comenzado en abril 2017 y terminado en abril 2018, hubo un aumento de un 25 % más de denuncias por maltratos físicos y psicológicos en los colegios públicos y privados de Chile.
Un estudio internacional de agosto de este año, y citado en diario El Mercurio, con el titulo de Los niños chilenos menores de seis años sufren la peor salud mental del mundo, señala la prevalencia de problemas, como déficit atencional e hiperactividad que llega a cerca del 15%, y que en nuestro país afecta al 25% de los escolares.
En indicadores relacionados con ansiedad y depresión - un 12 a 16% de los menores chilenos - reportaba tal situación, mientras que a nivel global el porcentaje no supera el 5%.
En este marco recientemente el gobierno ha enviado un proyecto de Ley denominado “Aula Segura”, que busca expulsar a los alumnos involucrados en actos de violencia al interior de establecimientos educacionales.
Esta semana una comisión del senado declaró inconstitucional la medida, por no contemplar garantías mínimas. Diversos expertos y organizaciones afines a la temática, han planteado sus objeciones y reparos. Aún no conocemos encuestas relativas a su apoyo, pero la persistencia del gobierno hace pensar en sus posibles resultados.
Sin embargo más allá de las refriegas políticas, la discusión respecto de un marco, donde comprender, para enfrentar la violencia escolar de este tipo, hace notar su ausencia. Todo sospechan que hay un “problemas de fondo”, pero es necesario empezar a hablar de cuáles son.
El gobierno, en que uno de sus lemas es Los niños/as primeros, ha preferido siguiendo su pulsión histórica, apretar el botón de la Moral de Pánico y reforzar la percepción de autoridad. Buscando como advierte el filósofo coreano Byung Chul Hung, el veredicto rápido de los “me gusta” (like) ciudadanos, como una política de gratificación narcisista.
La educación se apoya demasiado en inercias y tradiciones, y las propuestas de cambios educativos en intuiciones o creencias no siempre bien fundamentadas y respaldadas.
Respecto a lo primero por ejemplo, diversos estudios empíricos avalan la idea que las expulsiones de clase o del colegio, terminan agravando el rendimiento de los alumnos, incrementando altamente su probabilidad de abandono escolar. Su efecto positivo en la convivencia escolar, ocurría solo en forma transitoria cuando se produce tal castigo, para finalmente terminar teniendo un efecto perjudicial en el clima de convivencia de los colegios.
Es necesario que en el caso de jóvenes en formación, una conducta violenta o disruptiva tiene que ser entendida como el síntoma de un fracaso.
¿Un síntoma de que? Para Freud el síntoma es una suerte de resultado de un compromiso entre fuerzas opuestas, entre un deseo y su defensa. Una representación dolorosa o irrepresentable para quien la padece, que es desligada de su carga afectiva y desplazada a otra representación sustitutiva. La figura de autoridad, en esa etapa difícil de tránsito, como lo es la adolescencia, y que solemos olvidar que lo fue, suele ser una de las elegidas para depositar la angustia.
Lo anterior no quiere decir exculpar o justificar este tipo de conductas disruptivas por su característica sintomática. Si no más bien tomarlo en serio, interrogarlo, ya que es la expresión de la dinámica de una psiquis en formación y desarrollo, pero en un conflicto dramatizado.
Esto quiere decir por otra parte, no validarlo asignándole una causa ideológica o como una forma de expresión política radical o de rebeldía. ¿Cómo sería posible reivindicar acciones permanentes de encapuchados, o de intenciones de literalmente quemar a otro ser humano, cuando esas son imágenes tan características de lo que fue la dictadura en nuestro país? Por eso una política de la memoria tiene que ver con no olvidar, no solo para impedir que los victimarios vuelvan a hacerlo, sino también para no reproducir ninguna de sus prácticas.
Un síntoma también nos debe interrogar en relación a las expectativas sociales donde se inscriben, y las que como adultos y sociedad depositamos en nuestros niños y jóvenes.
Los educadores que viven en contacto con escolares testimonian sobre las graves alteraciones en sus capacidades de socialización, el enrarecimiento del contacto corpóreo y afectivo, los trastornos del ambiente comunicativo, y la aceleración de los estímulos a los que la psique es sometida y bombardeada.
Las dificultades que atraviesan en una sociedad donde el otro social, son las redes sociales, el imperativo de la imagen, y la angustia del anonimato que los amenaza. Y que los sitúa con enormes dificultades a la hora de encontrar un lugar de reconocimiento, que les permita constituirse como sujetos.
No hay ninguna probabilidad de éxito discutiendo en torno a una sola medida.
Al respecto la evidencia disponible sugiere, que cuanto más personalizado es el esquema del abordaje de las políticas e intervenciones, más resultados exitosos se logran, de sobremanera cuando se trata de enfrentar actitudes sostenidas de indisciplina, disruptivas o agresivas.
Así como cuando los profesores reciben formación específica sobre su funcionamiento y se cuenta con el acompañamiento de los profesionales del ámbito de la psicopedagogía, de la atención a la diversidad y del trabajo social.
En resumen, acciones coordinadas e integrales pero también de personalización de la intervención, de diferenciación curricular, de trabajo motivacional y de acompañamiento sociofamiliar.
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