Si bien la educación en los últimos 50 años ha avanzado enormemente en disminuir la pobreza y en mejorar la vida de muchos y muchas, también ha exacerbado la exclusión social y desigualdad. La promesa de avance dado por la capacidad y esfuerzo de los estudiantes ha generado el efecto contrario, creando una nueva forma de exclusión donde las condiciones sociales, económicas y ambientales de una persona terminan por influir significativamente en sus resultados educativos.
Hoy, más del 50% de los estudiantes que ingresan a la universidad cada año son la primera generación de sus familias en acceder a la educación superior. Sin embargo, esto no es garantía de movilidad social.
El informe "Evaluación Internacional de Educación Basada en la Ciencia y la Evidencia" (ISEE, por su sigla en inglés) -iniciativa del Instituto Mahatma Gandhi de Educación para la Paz y el Desarrollo Sostenible (MGIEP) de la Unesco- analiza la expansión de la educación superior en varios países, incluyendo Chile y señala que el aumento de matrícula se ha convertido más en un reflejo de la lucha por estatus que en un proceso mediante el cual las personas y las sociedades pueden alcanzar su máximo potencial y promover un desarrollo sostenible.
En la mayoría de los países, la expansión del acceso ha llevado al credencialismo. A medida que el logro educativo diferencial (justificado por la ideología de la meritocracia) se convierte en la base para la asignación a posiciones sociales diferenciales, se crean y consolidan nuevas formas de estratificación social.
El potencial de la educación superior como vehículo de movilidad social dependería en gran medida de que estudiantes de origen social desaventajado accedan a programas de estudio que ofrezcan altos retornos económicos a sus egresados, lo que no sucede en Chile. La probabilidad de ingresar a la educación superior es 31% menor para un individuo proveniente del primer quintil que para uno proveniente de los cuatro quintiles superiores; y, además, la segregación es tal que los estudiantes provenientes del primer quintil tienen menores probabilidades de ingresar a aquellos programas que ofrecen mayores perspectivas de ascenso social.
"A broken social elevator? How to promote social mobility" señala que un niño chileno que pertenece al 10% más pobre tardará seis generaciones en alcanzar la media, entre los países OCDE el promedio es de entre cuatro y cinco generaciones, y en los países de mayor movilidad social es de tres.
La efectividad de un sistema de educación superior en su rol de generación de movilidad social depende de su capacidad de romper con las barreras sociales y atraer estudiantes desaventajados hacia instituciones y áreas de estudio que ofrezcan buenas perspectivas económicas a sus egresados.
El aporte que realizan las instituciones regionales es fundamental en este proceso, los programas con mayores tasas de movilidad social son aquellos que logran compatibilizar tasas de acceso y éxito intermedias, claramente las universidades de elite no entregan esta posibilidad. Como sistema educacional debemos buscar una fluida movilidad social de las personas, que en base a sus esfuerzos efectivamente puedan mejorar su calidad de vida, elemento fundamental a la hora de avanzar hacia el desarrollo humano integral.
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