Desde hace más de una década que diversos psiquiatras y sicólogos de nuestro país han estado realizando estudios e investigaciones sobre la salud mental de los chilenos.
Especialistas, tan destacados como Claudio Naranjo, Ricardo Capponi o Giorgio Agostini, han alertado a través de diversos medios de los serios problemas que tenemos de estrés, depresión, angustia y de infelicidad en definitiva. A pesar de lo relevante que son estos problemas, quienes toman decisiones y formulan políticas públicas, y en educación en particular, parecieran olvidar que el sistema educativo y sus énfasis curriculares siguen sin mayores cambios por décadas; por el contrario, acentúan actividades que afectan muchas veces la salud mental, el bienestar y la alegría de aprender.
Otro importante investigador, el doctor en Psicología de la Usach Felipe Lecannelier, publicó en estos días "Una epidemia de salud mental en niños", una extensa carta en la que hace síntesis de los diversos trabajos que, en conjunto con otros especialistas de diversos países del mundo, ha realizado en una década en niños y niñas de 1 a 5 años, comparando su situación de salud mental.
Los resultados de nuestro país son desoladores, ya que aparecemos siempre en los primeros lugares. Señala que a pesar de que lleva "diez años gritando a todo el que me quiera escuchar", la situación se ha convertido en una pandemia, y que la forma de criar que tenemos de nuestros niños la explica.
Agrega que "nosotros no criamos, sino controlamos y prohibimos", y que uno de los descubrimientos que se hizo es que "en Chile criamos como educamos y educamos como criamos".
Estas declaraciones son más alarmantes aún si pensamos los tiempos de pandemia que estamos viviendo, en los que muchas familias han tenido que estar constreñidas en casas pequeñas con muchos problemas de subsistencia y que sin dudas han afectado más la salud mental de todos.
Ahora que estamos en tiempos históricos de construir una nueva sociedad a través del proceso constituyente y de todo lo que se desprende de él (revisiones, redacción de nuevos artículos, leyes nuevas, programas, etc.), esperamos que éste y otros aportes que nuestros investigadores claman que se consideren se tengan presente cuando se defina el tipo de sociedad que deseamos, los fines educacionales, el o los conceptos de infancia(s) que deseamos favorecer, los currículos a propiciar, los tipos de evaluación, etc.
Ojalá se tenga presente el amor, el bienestar, el juego, el estar al aire libre y hacer ejercicios, junto con el humor, las artes, la alegría de aprender desde la curiosidad y sus intereses, buscando en definitiva la felicidad para un desarrollo personal que permita ser mejores ciudadanos locales y planetarios, y aportar a una sociedad más humana.
Para ello necesitamos un sistema educativo más abierto, flexible, que levante los techos y acerque oportunidades de un mundo interesante de conocer y comprender que les permita que se desplieguen las maravillosas cualidades de cada estudiante, donde la evaluación más que controlar dé cuenta cualitativamente de procesos de aprendizaje diversos. Las familias también tienen que participar en forma coherente con las instituciones educativas aportando su amor y su apoyo en todos los aspectos de formación.
Si no aprovechamos estos momentos históricos para hacer cambios significativos en educación, no sólo continuarán nuestros niños y niñas siendo individuos desesperanzados e insatisfechos, sino que además, se seguirá perdiendo la investigación y los saberes que existen sobre cómo formar mejor a las nuevas generaciones. Ojalá los constituyentes lean y reflexionen sobre estos aportes y los incluyan en todo lo referido a la nueva educación que queremos como un derecho social, pero con cualidades pedagógicas para todos desde el nacimiento.
Finalmente, deseo agradecer el trabajo de edición que hizo la querida Manola Robles quien ha trascendido en estos días, a quien los temas de educación de la primera infancia le interesaron siempre y ayudó a que fueran mejor expresados en estas columnas.
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