El 11 de septiembre de 1943, el Presidente Juan Antonio Ríos instauró por primera vez la conmemoración del Día del Profesor en Chile, atendiendo a la fecha de fallecimiento del profesor argentino Domingo Faustino Sarmiento, educador-pionero que fundó la primera Escuela Normal de Maestros de Chile y América Latina. No obstante ello, en 1974 la Junta Militar cambió la fecha al 10 de diciembre, evocando el día en que Gabriela Mistral obtuvo el Premio Nobel, tres años después, la misma dictadura vuelve a modificar la fecha, al 16 de octubre, atendiendo al día en que se crea el Colegio de Profesores.
Estas fechas no han estado exentas de polémicas para poder definir un horizonte colectivo, y necesariamente nos retrotraen a las diferentes imposiciones operadas durante la dictadura militar que terminan con el Estado Docente iniciado en el siglo XIX. Cambios que se caracterizaron por una fuerte represión y desarticulación de organizaciones docentes y un mayor control del radicalismo de derecha sobre el profesorado, al crear el Colegio de Profesores en 1974, junto con un segundo cambio que se caracterizó por la adopción de mecanismo de mercado que favorecieron la educación al sector privado pasando de un Estado docente a un Estado subsidiario. Así, los profesores chilenos fueron traspasados a un sostenedor privado o municipal perdiendo su condición de empleados públicos, su ingreso y el desarrollo de su carrera profesional. Sumado a lo anterior, se instaló una campaña de desvalorización del rol docente, negándoles su carácter universitario hasta el año 1990, cuestión que instala un imaginario catastrófico de precariedad intelectual para la docencia que es posible sentirla hasta el día de hoy.
Aunque los años postdictadura nos devolvieron el Estatuto docente, solo se ha reparado en parte las condiciones laborales a cambio de desempeño por remuneración, donde el saber pedagógico se sigue situando en el péndulo del mercado y las demandas internacionales que no dialogan con la complejidad de la práctica pedagógica en los territorios y la diversidad de contextos chilenos. No es casual entonces intentar hacer frente al retiro temprano y de la movilidad de las y lo profesores chilenos. El profesorado recién egresado se retira antes de cumplir los 5 años, no sin antes una gran rotación laboral.
Si bien las causas son multisistémicas, la mayoría cree que no goza de estabilidad laboral y que sus sueldos son precarios, junto con ello el exitismo nacional del mercado universitario mandata estudiar carreras con mayor prestigio social, mejores sueldos y trabajos más descansados y ello nos vuelve a retrotraer a las permanentes campañas de desprestigio vividas durante los últimos 49 años, que han fragmentado la docencia en el tiempo, y hoy por más que se intente ponerlas en valor, se hace difícil proyectar un futuro si no nos hacemos cargo de la dimensión subjetiva que la sociedad chilena ha instalado en los imaginarios y donde las escuelas/liceos son cada vez más centro de guarderías y comedores sociales que espacios para disfrutar del conocimiento. Sumado a lo anterior, la violencia simbólica expresada por el Estado y su marginación hacia lo docente, hoy también es expresada hacia las y los profesores por los padres y los propios estudiantes, dificultando la estabilidad y los entornos de aprendizaje al fracturar la autoridad pedagógica, componente indispensable para una acción pedagógica exitosa por cuanto la violencia, debilita la triada padres, estudiantes y profesores.
No obstante ello, todos los años llegan a matricularse a pedagogía, y particularmente "al Pedagógico" de la UMCE, cientos de estudiantes que siente el fuego de la vocación docente. Esa vocación que te arma y desarma para salir a transformar las voluntades de aprender, que te hace todo terreno para ir a pedir ayuda, buscar soluciones y apoyar a las infancias y adolescencias más precarizadas de Chile. Esa que no duerme cuando hay hambre en las casas de sus estudiantes, que vigila sin velas las opresiones por ellos vividos, esas vocaciones que iluminan las escuelas especiales, escuelas hospitales, escuelas cárceles, escuelas rurales, escuelas hogares, con nuevas maneras de aprender, esa vocación que no teme salir a correr la línea del horizonte para mejorar las condiciones de vida ajenas y propias. Esa vocación que sabe que educar es eminente político, porque educar es otorgar justicia social.
Por eso hoy quiero saludar al profesorado que sigue iluminando la vida de nuestros niños niñas y adolescentes. A los que resistieron la pandemia y a los muchos que partieron por el Covid-19. A los que financiaron la internet de sus estudiantes, llevaron las tareas casa a casa y educaron durante dos años, desde sus hogares, con las mínimas condiciones. A los que cada día madrugan para acompañar a los estudiantes que deben llegar antes que se abra la escuela para que sus padres puedan trabajar y que se van al final cuando ven que por fin pueden ser recogidos en las tardes. A los que venden en las ferias para comprar útiles a los estudiantes que no tienen y a los miles que en silencio cuidan la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes fortaleciendo la voluntad de aprender.
Cierro este texto señalando que educar es propio de lo humano, nosotros las y los profesores de Chile, nos dedicamos a ello, por eso somos una profesión indispensable para la cultivar la vida en sociedad. Recuperar la autoridad pedagógica es también romper con la violencia simbólica y los imaginarios que destruyen un profesión con sentido social. Invito a la sociedad chilena y al Estado a trabajar en conjunto en esta tarea. Fortalecer la profesión docente y sus condiciones como sociedad sin duda permitirá armonizar también parte del malestar social que vivimos.
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