Tareas escolares ¿por qué y para qué?

Carmen Sepúlveda
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Desde hace algún tiempo está en el debate la utilidad y pertinencia de las tareas que los estudiantes  de  enseñanza básica y media tienen que desarrollar en sus casas, problemática que nos lleva a observar la relación entre la escuela y el hogar en aras del desarrollo integral de los niños y jóvenes.

Si las tareas tienen por finalidad desarrollar la habilidad de observar, de fomentar el conocimiento y la participación en el medio social, además de potenciar la reflexión, éstas constituyen una actividad útil;  las tareas para la  casa pueden ser actividades para acrecentar el conocimiento de los niños y niñas de forma lúdica.

Para cumplir con esta finalidad las tareas necesitan ser diseñadas para responder a los distintos intereses, conocimiento, habilidades y nivel de dificultad, para que el escolar pueda realizar la actividad sin ayuda o disfrutar de instancias de aprendizaje en conjunto con los padres.

No obstante, las modalidades que adoptan actualmente  las tareas no parecen responder a lo planteado y más bien resultan problemáticas.

Si las tareas tienen por finalidad desarrollar la capacidad de observar críticamente el actuar, con el objetivo de sacar aprendizajes para la mejora,  dicho fin no se está logrando cuando  esas  tareas consisten en trabajar materias que por diversas razones no se alcanzaron a ver en el aula, con indicaciones que no quedan claras y peor aún, con una calificación asociada.

Si las tareas son repetición de procedimientos, dicha actividad tampoco  favorece la reflexión;  los ejercicios de investigación desvinculados de criterios de búsqueda y selección de información al final de cuentas se transforman en buscar, identificar, cortar y pegar, habilidades que poco contribuyen a generar nuevos aprendizajes, sobre cómo educar más y mejor en un mundo en que abunda la información.

De acuerdo a esto, si las tareas siguen siendo labores desvinculadas del proceso de ejercitar el arte de pensar, de la expresión y de conocer el medio natural y social son actividades que consumen tiempo y tensionan al o los adultos del  hogar.

Algunos plantean que las tareas son una forma de involucrar a la familia en la educación de sus hijos. Puede decirse que éstas sí repercuten en la familia, dependiendo de la ubicación de ésta en la pirámide social, en cuanto las familias cuenten o no con un adulto que tenga el conocimientos, tiempo o recursos para pagar a alguien  que  acompañe este proceso y hacerlo ganancioso para el escolar.

Las tareas pueden contribuir en aumentar la brecha de aprendizajes de los niños dependiendo de la ubicación social de los padres.

También es habitual escuchar quejas respecto a que las tareas escolares ocupan tiempo en el hogar, de modo que el no tenerlas significa liberar lapsos para realizar otras actividades enriquecedoras y formativas; el ocio puede ser un espacio para la creación, pero la eliminación de las tareas escolares no es garantía que los escolares tengan más actividades para su desarrollo personal y social. Por ejemplo, dormir y ver televisión no son consideradas alternativas formadoras. Generalmente la segunda entretiene, pero difícilmente es un espacio para generar aprendizajes significativos o estimular la creación.

El debate a favor o en contra de las tareas no debe olvidar la labor formadora de la escuela y de la familia. La escuela, aún centrada en la trasmisión de conocimiento, ha quedado en deuda con la formación integral y ciudadana. Y la familia, mundo privado y único, a veces tensiona a los escolares con una sobre valoración de las notas y su esperanza de que la educación sea un efectivo instrumento de movilidad social.

Otras familias, que disponen de tiempo y recursos, pueden considerar las tareas como un dato que va paralelo a la realización de actividades extracurriculares y, en este caso, la meta radica en  ofrecer a los niños diversidad de experiencias para enriquecer la formación.

En el fondo, el debate no es sólo a favor o en contra de las tareas, sino en torno al para qué de las mismas; en cómo los niños pueden aprender sobre su mundo circundante y cómo éste se ubica en el mundo global.

Loable es la defensa del tiempo de los hijos por parte de aquellos padres o madres que sí disponen del tiempo y la voluntad para ofrecerles otra forma de ver, conocer e insertarse en la sociedad. Pero ésta no es la realidad de todos los escolares, puesto que muchas familias confían y delegan en la escuela la educación de sus hijos. El foco de la atención debe estar entonces en pensar en la finalidad de las tareas, en los aprendizajes deseados y en trasparentar el débil diálogo entre familia y escuela, logrando determinar quién hace qué.

Hubo tiempos de tareas maravillosas que no se olvidan: salir a conversar con los abuelos del barrio para preguntarles cómo jugaban cuando chicos, cómo era la escuela de su época o escuchar historias o cuentos sobre las tradiciones y la historia con sus distorsiones. Eran tareas que no resultaban buenas ni malas, sino actividades en un tiempo precioso y preciado para  asombrarse del mundo.

Más que debatir sobre la presencia o ausencia de tareas para la casa, es necesario plantearse qué actividades estamos ofreciendo a los escolares para que aprendan que son parte de una sociedad con historia, diversa, fragmentada, pero historia al fin.

El debate se mueve hacia transparentar la finalidad de la educación y de las tareas de los niños en la escuela, en la casa, en y para la sociedad. 

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