Violencia escolar

Mi hijo asiste a un colegio de la zona centro de Santiago, todas las mañanas le doy un beso en la frente y el digo cuanto lo amo, mientras lo veo alejarse refunfuñando por tener que levantarse temprano. A veces da dos pasos y se devuelve solo a decirme que tenga un buen día y que me quiere un mundo entero. Y para mi eso es la verdad que acompaña mis horas, con esa tranquilidad de verlo caminar entre las sombras de los sueños, venciendo con cada andar la pereza de la adolescencia, alejándose de casa rumbo al saber, a sus amigos y compañeros, a las asignaturas que le gustan y a las que preferiría no tener, en la bonanza de la mocedad, su mochila al hombro y el aroma embriagador del ser querido.

Así comenzamos los días con la calma del ir y venir. Esta placidez, cuya imagen pareciera estar más cercana a las calmas aguas del lago Neltume o Calafquén se quiebra, rompe, fractura y troncha cuando la escampada de la apacibilidad naufraga, hundiendo este sosiego, en olas que sabotean la tranquilidad y alargan las jornadas.

La noticia alarmante de violencia escolar, en el espacio que debe abrigar, proteger, cuidar, custodiar y atender a los niños y niñas, comienza a ser un peligro de acecho que nutre la desconfianza y el temor, mientras va atiborrando de necedades las angustias. Más famélicas se convierten las afabilidades, las tranquilidades, creencias y seguridades.

Los malos tratos llegaron al colegio de mi hijo, que semejaba ser un oasis de grandes avenidas con olor a antigüedad, que pinta en sepias los pasajes de la historia. Sin embargo, no logró permanecer ajeno a la violencia y a la aspereza de la agresividad, la misma que reportaba entre los años 2022 y 2023 más 28.500 casos de violencia escolar.

El tenaz incremento de casos en todas las regiones del país horroriza y entristece, y en esta alza destaca la Región Metropolitana con 39%, seguida por las regiones de Valparaíso y Biobío, con 12% y 7%, respectivamente en comparación a años anteriores.

La destrucción de la buena convivencia escolar puede destruir anhelos, asolar afanes, arruinar a los violentados y los violentadores, demoler las percepciones y los afectos.

Esta sombra de constreñimiento afecta más allá de lo declarable, cae como eclipse de opacidad en más colegios de los que podemos contar. ¿En qué fallamos? ¿Qué no logramos prevenir? Pero lo más importante, ¿qué podemos hacer?

Desde ya fortalecer el vínculo con nuestros hijos e hijas, estrechar el trabajo colaborativo con las escuelas, sumarnos a las soluciones, albergar con cercanía las inquietudes de nuestros menores, pero sobretodo estar muy atentos a la violencia del entorno.

Yo quiero seguir despidiendo con esperanzas de un buen día a mi hijo en la puerta de nuestro hogar, y que cada tarde él llegue con historias de juegos y aprendizajes, que me hable de sus amigos: del Pancho, Alonso y Santi. Yo quiero seguir despidiendo en nuestro umbral a un niño feliz. Y, por sobre todo, deseo que siga llegando con la alegría intacta de una jornada sana, amable, colmada de saberes y de buenas intenciones.

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