Etnos es una palabra griega que significa comportamiento. De ethos deriva el término ética, que es el estudio de la actividad o conducta humana en relación con los valores. El ethos refiere al modo de comportamiento o rasgos de la conducta humana que forman su personalidad y su carácter.
Es el ethos de nuestra sociedad la que en estos momentos se transparenta y se sincera y se muestran con nitidez las personalidades, los rasgos de la conducta, el carácter y la personalidad de lo que somos.
La pandemia sólo ha puesto a prueba nuestra ética y valores. No tenemos un problema solo político, social o económico, sino más bien uno ético, cultural y moral, respecto a qué tipo de sociedad queremos.
¿Una que se haga cargo de los ciudadanos, sobre todo los más desvalidos frente a una catástrofe como ésta y otras que hemos pasado en el país, como el despertar social de octubre?.
O, un ¿Estado ausente que haga caso omiso de las penurias y necesidades de su pueblo?
El neoliberalismo sostiene que el mundo privado y el dogma ideológico de la rentabilidad son la viga maestra para que toda la actividad humana, desde esta filosofía económica permita el desarrollo pleno de las personas y de la sociedad entera. Todo ello sin la intervención del Estado y solo regulada por las leyes del mercado, es decir, por la oferta y la demanda.
Son demasiados los ejemplos de como este tipo de pensamiento económico ha impuesto perversamente los intereses económicos privados de las grandes empresas por sobre el bien común, la salud pública y por sobre los intereses de los chilenos.
Hoy son 10 millones sin poder optar al bono Covid 19, cientos de micro empresarios enfrentados a la indiferencia y el abandono, Isapres que rechazan licencias médicas por contagio del virus, empresarios despidiendo trabajadores y éstos, a su vez, gastando su seguro de cesantía.
Somos el único país que cobra por el test del coronavirus, en donde existe una gran precariedad en los hospitales, nación en la cual cierran botillerías de barrios para favorecer cadenas de supermercados. Pero que, paradojalmente, quieren abrir los malls y que los trabajadores públicos vuelvan al trabajo y que los niños y profesores vuelvan a clases.
A pesar de todo lo anterior, no se puede hacer el plebiscito, ni reuniones, manifestaciones o protestas. Nada se dice de los abuelos abandonados y aislados, sin visita y en cuarentena total, en los hogares de ancianos. Tampoco nada dicen de los menores del Sename, que están aún en un confinamiento total, de seguro dramático. Unido a todo esto hay una impresionante perversidad en las autoridades en el manejo de las cifras, mentiras y montajes publicitarios y un inmenso etcétera.
Es por cierto la hora de respondernos las preguntas fundamentales, que han surgido en medio de todo este proceso y que provocan reacciones de asombro, desilusión, irritación y rabia ante tanta desigualdad, desidia oficial, indiferencia de las élites, ante los privilegios de las minorías, el dolor de los marginados y de los trabajadores.
Estos últimos que, por la excepción nacional de catástrofe, pierden sus ingresos cayendo inmediatamente bajo la línea de la pobreza.
El irónico emblema del liberalismo: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aunque en la práctica ello se traduzca que, sin estallido y sin pandemia, los ciudadanos /as en Chile siempre hemos estado en un abandono absoluto bajo la “normalidad del mercado”, sin beneficios básicos sociales y, hoy sin ni siquiera tener la tranquilidad de volver a recomponer sus labores, ya que las empresas pueden congelar sus funciones o su teletrabajo en cualquier momento, avalados por una legislación laboral infame.
Esta es la ética fundamental que fundó el liberalismo en el mundo, pero en Chile uno llevado al extremo, deshumanizando y desnaturalizando el concepto de la libertad humana, para omitir todos los valores del humanismo liberal y, así, sacralizar sin moral la economía como fuente de desarrollo.
Queda más claro que nunca, que en este trance histórico y ante la nula credibilidad de este gobierno, la inmensa mayoría de los chilenos, debemos ocupar un rol protagónico de participación e incidencia, siendo la tarea número uno cambiar una Constitución añeja y repleta de nudos, que son la causa evidente de la desigualdad en Chile.
Sólo un cambio de este nivel estructural podrá ser el inicio del fin de la angustia de nuestro pueblo, cuando al fin tengamos un Estado que no sólo sea afín a los grandes empresarios y que la gente vuelva a recuperar la esperanza.
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