Los resultados de la última encuesta Casen traen algunos resultados positivos: Chile es el país con menor pobreza de Latinoamérica y se informa que la extrema pobreza ha bajado a 2% como promedio y que la desigualdad se redujo, sin dudas alentador. Sin embargo, si se analizan los datos en forma más fina se observa que la baja de la pobreza en la primera infancia (0 a 3 años) se ha lentificado respecto a los otros grupos etarios. Además, aquellas niñas y niños nacidos fuera de Chile pero que participan de algunos beneficios de nuestro sistema nacional, como por ejemplo los jardines infantiles y las escuelas, son más pobres, tanto en el nivel de pobreza extrema como pobreza no extrema, sumando un total de 11% respecto a los nacidos en Chile, que tienen 6,1%.
Frente a estos datos, nuevamente se han levantado voces de diferentes sectores señalando lo que implica que este grupo etario que se encuentra en pleno crecimiento y desarrollo, estableciendo aspectos basales que dependen en parte importante de las influencias que recibe, sea el más pobre en el país.
Para quienes hemos trabajado permanentemente en el sector y por décadas, estos datos no son nuevos en cuanto al rezago que implican, tampoco las primeras reacciones que estos anuncios generan y que luego desaparecen o poco se concretan en medidas de Estado que puedan cambiar significativamente la situación.
Los tiempos actuales no han sido fáciles; la pandemia del Covid-19 y sus consecuencias, han profundizado las oportunidades de atender este grupo en forma más integral, en especial mediante las salas cunas, jardines infantiles y escuelas. Conocido es lo que ha costado que las familias vuelvan con sus hijos a estos establecimientos, donde no solo atienden lo educativo, sino también la alimentación, haciendo una importante contribución a mejorar condiciones de pobreza y a controlar aspectos como la salud u otros.
No está de más señalar que los niños y niñas de familias extranjeras son algunos de los que tienen mejor asistencia, lo que evidencia cuánto valoran la educación formal para sus hijos.
Desde luego, se agradece que diferentes personalidades aboguen por la educación de la primera infancia, pero es importante que haya una demanda y presión social de las familias y en especial, un actuar de quienes toman estas decisiones para hacerlas reales.
Sorprende la poca valoración de este tema y el no reconocimiento del nivel de sala cuna en el proyecto de Constitución de la República; igualmente lo demuestra la eterna existencia de proyectos que descansan en el trámite legislativo y que requieren mejoramiento en su mayoría, lo que muestra que esta urgencia por atender mejor a la primera infancia, no es tal. Llamamos una vez más a la sociedad y a quienes tienen el poder de generar proyectos de calidad para la niñez y con el financiamiento adecuado para asumir este requerimiento, es nuestra apuesta por un Chile mejor. Mediemos para que la prioridad por la primera infancia, sea al fin una realidad.
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