Hace unos días hemos recibido la visita de Luis Almagro, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA). El ex Canciller uruguayo se tomó un tiempo de su agenda para compartir con jóvenes y personalidades interesadas en asuntos internacionales, en particular sobre la consolidación de la Democracia en América Latina.
En efecto, tuve el privilegio de compartir con Almagro en una franca charla junto a quienes en Chile forman parte de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia. A partir de ella, es que quisiera comentar algunos de los puntos que parecen más relevantes en el avance del proceso democrático en nuestra región.
En primer lugar, uno de los problemas generales en América Latina consiste en la falta de diálogo político entre las organizaciones partidarias existentes, los anteriores enfrentamientos entre izquierda y derecha, incluido el centro, que han sido reemplazados por las pugnas entre nuevas y antiguas organizaciones, movimientos y partidos. La evidencia de países estables es clara al señalar que sin diálogo fructífero y acuerdos nacionales que permitan establecer mínimos comunes, parece poco probable avanzar.
Un segundo elemento, que el diplomático llamó “enfermedades tecnológicas” están asociados a la presencia de corrupción como elemento permanente en la administración del aparato público por parte de grupos inescrupulosos que se olvidan de toda noción del bien común para sacar provecho particular en sus actividades públicas. Sin controles internos y externos es difícil promover un cambio estructural que promueva la probidad, eficiencia y gestión orientada al desarrollo por parte de instituciones que han estado bajo el control de los corruptos.
Como otra enfermedad tecnológica y tercer punto, señala la falta de adecuación de los partidos políticos a la nueva relación que, enfrentado ya el inicio del siglo XXI, esperan los ciudadanos tener con dichas organizaciones. Así mismo, las nuevas regulaciones que deben separar el dinero del ejercicio del poder y el financiamiento público de las organizaciones que se esperan estén al servicio del bien común.
Junto con lo anterior, me parece pertinente mencionar los resultados del Latinobarómetro de 2016 que señalan una baja en el apoyo a la Democracia como sistema de gobierno, de un 56% a un 54%, y un asunto igualmente grave es el aumento de los “indiferentes”, que sube de un 20% a un 23%, la más alta en 21 años desde que se utiliza este instrumento.
Ahora bien, como diría el doctor Pablo Guerra, también uruguayo, “si definimos que otro problema es la distancia entre gobernantes y gobernados y la escasa participación ciudadana en los asuntos públicos, entonces propiciemos nuevos mecanismos que permitan un mayor ejercicio de la ciudadanía activa”. Entonces, manos a la obra.
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