Este 15 de mayo el pueblo palestino conmemora el 76° aniversario del Nakba (la catástrofe), cuando en 1948, 750 mil palestinos fueron expulsados de su tierra mediante el terrorismo judío-sionista, sus propiedades fueron confiscadas y, desde entonces, a ellos y a su descendencia se les ha impedido retornar a la tierra que les pertenece.
La catástrofe
Esta catástrofe humanitaria fue provocada por la creación del Estado de Israel, proclamado el 14 de mayo de 1948. Este Estado se constituyó sobre el 78% del territorio de la Palestina histórica, pese a que la ONU le había asignado aproximadamente 55% en la partición aprobada en noviembre de 1947. Dicho territorio adicional fue conquistado en la guerra con los países árabes, que culminó con el armisticio de 1949.
Después de la Guerra de los Seis Días, en 1967, cuando Israel terminó por ocupar toda Palestina, se sumaron alrededor de 300 mil refugiados más. Hoy los refugiados palestinos suman alrededor de 6 millones de personas, repartidos entre Líbano, Siria, Irak, Jordania y Cisjordania, contándose entre ellos la mayoría de los actuales habitantes de Gaza.
Expansión y asentamientos ilegales
No está de más recordar que todas las conquistas territoriales de Israel han sido efectuadas contraviniendo claros preceptos del derecho internacional y de resoluciones de la ONU. Dicho Estado ha actuado siempre en base a una política de hechos consumados. Al respecto, resulta especialmente grave su política permanente de expandir sus asentamientos ilegales en Cisjordania ocupada, lo que es constitutivo de crimen de guerra.
Desprecio al derecho internacional
Ahora bien, transcurridos ya más de 75 años, durante los cuales el Estado de Israel ha actuado permanentemente al margen del derecho y asesinando palestinos casi diariamente; el 7 de octubre de 2023 fue atacado por Hamas. La versión israelí emitida ese mismo día hablaba de bebés degollados y mujeres violadas, afirmaciones respecto de las cuales se comprobaría posteriormente que no tenían ningún sustento. Sin embargo, esta versión fue acogida ese mismo día por las potencias occidentales y por el propio presidente de EEUU, Joe Biden, y hasta hoy son muchos los que la repiten desaprensivamente.
Por investigaciones posteriores, se puede afirmar -con algún grado de certeza- que el total de muertes alcanzó a 1.200 personas, entre los cuales se cuentan militares y civiles israelíes y efectivos de Hamas. Y además que muchos civiles murieron, en medio de la confusión, por disparos desde los helicópteros israelíes.
Sin embargo, prevaleció el falso relato israelí del primer día, lo que sirvió para enardecer los ánimos, tanto de los civiles como de los militares israelíes, los que llegaron a calificar a los palestinos como "animales humanos".
En todo caso, llama la atención que una potencia militar como Israel, que siempre ha actuado al margen del derecho -cuyo fin último es la paz- se escandalice, por haber recibido una dosis mínima de toda la furia homicida que durante 75 años ha descargado sobre el pueblo palestino. Y aún más, que reviva la ya desgastada imagen del antisemitismo y del Holocausto y su posible repetición, porque la desproporción de ese relato linda con el ridículo. Desde su fundación y por propia decisión, Israel adoptó una política de desprecio total por el derecho; en consecuencia, no tiene justificación su victimización cuando dicha política se vuelve en su contra.
Genocidio en Gaza
Desde ese 7 de octubre comenzaron los bombardeos indiscriminados contra la Franja de Gaza, con artefactos que, a la fecha, superan largamente la potencia de las 2 bombas atómicas lanzadas sobre Japón en 1945. Y comenzó también la segunda Nakba del pueblo palestino, ahora en Gaza, cuyos habitantes debieron abandonar sus viviendas para tratar de salvar sus vidas, aunque muchos de ellos no lo lograron. Han sido 7 meses de macabro peregrinaje desde el norte hacia el sur y viceversa, de un millón y medio de palestinos tratando de escapar de las bombas, los tanques y los drones asesinos.
Por otra parte, las declaraciones genocidas emitidas por varios jerarcas israelíes, incluida la "genial" idea del ministro de Patrimonio, Amichay Eliyahu, de lanzar una bomba atómica, se están materializando en terreno: asesinatos alevosos por francotiradores, que incluso impiden la ayuda médica a heridos que se desangran hasta morir; familias enteras exterminadas, escuelas y hospitales destruidos, más del 50% de las edificaciones en el suelo, y lo peor, casi 40 mil palestinos asesinados, de los cuales alrededor de 15 mil son niños. ¿Eran esos los "terroristas" a los cuales Israel afirma estar combatiendo?
En realidad, no debiéramos sorprendernos; Israel ya lo había anticipado. El portavoz del Ejército israelí, Daniel Hagari, declaró sin rodeos al comienzo de la ofensiva: "El énfasis está en el daño, no en la precisión". Mientras que el castigo colectivo lo confirmó el presidente israelí: "No hay inocentes en Gaza", proclamó Isaac Herzog.
Sin embargo, la perfidia israelí no termina ahí. Una vez que el ejército se retiró del hospital Al-Shifa se, hallaron tres fosas comunes con cientos de cadáveres, algunos de ellos mutilados, con signos de tortura y con disparos en la cabeza, a modo de ejecución.
El hambre como arma de guerra
Por si no fuera suficiente, la población sobreviviente ha sido sometida a la nueva arma de guerra israelí: el hambre. Israel ha bloqueado la entrada de ayuda humanitaria Y en una demostración más del grado de vileza que ha alcanzado la sociedad israelí, los colonos extremistas se encargan también de bloquear el paso de los camiones con ayuda e incluso, de destruir la mercadería.
Según el Programa Mundial de Alimentos (WFP), la mitad de la población del enclave enfrenta niveles catastróficos de hambre, especialmente los niños.
El nivel de crueldad que han ejercido las "Fuerzas de defensa de Israel", cuyo solo nombre ya constituye una burla sangrienta, difícilmente tiene parangón en la historia, incluso con el Holocausto. Y resulta irónico que sean precisamente quienes suelen invocarlo como símbolo de atrocidades, los que perpetran este genocidio, que quedará marcado a fuego en la historia del siglo XXI.
A estas alturas, resulta evidente que el Estado de Israel está aprovechando la oportunidad que le brindó el ataque sufrido en octubre pasado, para llevar a cabo lo que siempre anheló y que sus padres fundadores expresaban sin eufemismos: expulsar y exterminar al pueblo palestino.
El problema va mucho más allá que Benjamín Netanyahu; el problema es el sionismo, esa ideología perversa que constituye el ADN del Estado de Israel, que atribuye un carácter nacionalista al judaísmo y niega la existencia de un pueblo conocido como palestino y, por lo tanto, su derecho a vivir en su propia tierra. Por haber emitido claras definiciones en este sentido y por su firme oposición al sionismo, el prestigioso historiador israelí Ilan Pappé debió exiliarse en Inglaterra, tras recibir amenazas de muerte en Israel.
Y es así como hemos transitado, en 76 años, desde el Nakba al genocidio, con la complicidad de las potencias occidentales y sus medios de comunicación, para los cuales cada muerte israelí representa toda una historia de vida y lazos familiares, mientras que los palestinos asesinados no son más que un frío número. Y resulta lícito preguntarse, ¿cómo habrían reaccionado si los miles de niños masacrados en Gaza hubiesen sido judíos?
Imposible finalizar sin rendir un tributo de admiración al pueblo palestino, el cual ha demostrado, más allá de toda duda, que por el sentido de pertenencia a su tierra, que no en vano se denomina "Tierra Santa", es capaz de cualquier sacrificio.
Hace 2 mil años fue derramada en esa misma tierra, la sangre de un inocente llamado Jesús, hecho que, paradojalmente, se convirtió en un mensaje de paz, alegría y esperanza para toda la humanidad. Por esa misma razón de justicia divina, creo que tenemos el derecho a esperar que aquellos ríos de sangre inocente que hoy riegan el territorio de Gaza, fructifiquen y traigan pronto la tan anhelada paz y la libertad para el mártir pueblo palestino.
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