Con la tesis que México se ha "aprovechado" de Estados Unidos, Donald Trump ha firmado el decreto que ordena la construcción del Muro en la frontera entre ambos Estados y ahora prepara una expulsión "militar" de inmigrantes, con ello desea dar un golpe terminal a la inmigración que desde el sur latinoamericano, se dirige hacia sus ciudades en busca de trabajo y mayor seguridad.
Por esa frontera no pasan terroristas islámicos.Se trata de una inmigración que abarca cada año a millones de personas que escapan de la pobreza, de la violencia política o simplemente delincuencial, entre ellas infinidad de niños y adolescentes que sueñan con huir de la exclusión y la desolación de sus barrios en que impera la ley del más fuerte, lugares en que no es fácil arrancar de la prostitución, y quedar atrapado como "soldado" de alguna pandilla es el pan de cada día.
Y así como hace décadas llegó la madre de Trump desde Escocia, ahora son trabajadores latinos los que se esfuerzan para zafarse de las villas miseria, de la marginalidad y el narcotráfico, con la idea de hallar el llamado "sueño americano", aquel destino venturoso vendido por una incesante presión comunicacional, que hoy les espera con la puerta trancada, con un guardián furioso, presto a cerrarles el paso.
Paradojalmente, no son escasos los científicos, técnicos y profesionales que se sienten atraídos por la magnificencia mediática que rodea a la principal potencia geoestratégica del globo, sea para investigar, invertir o buscar nuevos horizontes. Son muchas decenas de miles de valiosos cerebros, que se pierden para los países de América Latina y que, en la xenofobia reinante, gracias a la retórica de Trump, ya no tomarán como antes ese riesgo en sus vidas.
La tesis del aprovechamiento no deja de ser paradojal, sobre todo si se tiene presente que los Estados Unidos arrebataron a México, un territorio tan enorme como 4 veces es hoy América Central, equivalente al 55% de la superficie del país en aquel momento. Más de 2 millones cien mil km cuadrados son, también poco menos que cuatro veces lo que son España y Portugal, que cubren casi totalmente la península ibérica.
Todo este despojo culminó durante la guerra sostenida por ambos países, pero provocada por Estados Unidos, entre 1846 y 1848; como gente civilizada este final devastador para México, fue suscrito en el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1948, en la misma capital, Ciudad de México, la que estaba bajo el mando de la fuerza militar de ocupación de los Estados Unidos.
No faltan los historiadores "mal pensados" que ven la causa en la codicia y la corrupción de ciertos mandos militares mexicanos, que con las honrosas excepciones de siempre, se vendían por cuatro chauchas, en una estrecha alianza con una corte oligárquica, también dotada de una inagotable sed de dinero, quienes fueron en su estulticia, determinantes para que México no pudiera defenderse y aceptara tan vergonzoso dictado.
Independientemente de ello, los Estados Unidos son hijos de la inmigración. La civilización humana se ha forjado con enormes desplazamientos de población, etnias, pueblos y personas que así lo han practicado durante miles de años. Por ello, la mayoría social opositora a Trump, insiste que una nación de inmigrantes no puede negar sus raíces y humillar su propia historia.
En efecto, Trump no está volviendo la grandeza perdida a los Estados Unidos, lo que está creando es un duro aislamiento para esa nación, el proteccionismo de altos aranceles es un intento de volver a un capitalismo subsidiado, pero sin "nuevo trato" a la clase obrera, con que los países occidentales lograron superar la crisis del capitalismo, desatada en los años 30 del siglo XX. En ese plano, el "verdadero trato" será duro, para abaratar los costos de una débil competitividad ante China y Europa.
Ahora bien, la civilización es hoy demasiado interdependiente como para que esa receta sea eficaz. Forzar el aislamiento que inspira la política de Trump puede colapsar ese país que depende de los demás Estados y naciones. En rigor, el encierro le conduce a una asfixia auto provocada. La potencia que dé la espalda a la globalización y que trate de cerrar a machote sus fronteras, no podrá mantener, si la tiene, la supremacía global o no podrá alcanzarla, si desea tenerla.
Volver a un mundo unipolar, solo con Estados Unidos mandando no es posible. Por eso, el error es creerse lo que dice Trump, que México fue aquel astuto nativo de las caricaturas (una versión gringa del indio pícaro), que se aprovechó de la buena vecindad entre ambas naciones, cuando los grandes y estratégicos beneficiados fueron los propios Estados Unidos, que al incluir en sus lazos preferentes a un país importante como México no hicieron más que fortalecer el liderazgo global que buscaban.
Ahora pareciera que la acción del gobernante, sembrando vientos que cosechan tempestades conseguirá justo lo contrario, por lo que pronto se echará de menos a Barack Obama con el recuerdo de un Presidente amigo y no enemigo de países soberanos, que pueden parecer menos que las grandes potencias, pero que hoy resultan ser actores igualmente decisivos en el mundo.
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