El Canciller de la Democracia

Hace unos días falleció el ex-Canciller argentino Dante Caputo. Amigo de Chile y conocido en la región por su gran manejo diplomático, a Caputo le correspondió dirigir las relaciones internacionales del Gobierno del Presidente Raúl Alfonsín, cuando su país recién recuperaba la democracia.

Lo conocí hace más de una década, cuando arribó a la Organización de Estados Americanos como Secretario de Asuntos Políticos. Era un personaje, en la dimensión histórica de la palabra, con una profundidad intelectual y política que difícilmente se puede encontrar en la actividad política contemporánea. 

Tuve el privilegio de forjar con él una gran relación personal y profesional y, junto a otro de los políticos más queridos y respetados de Argentina, el ex Vice-canciller Raúl Alconada Sempé, constituimos el primer equipo político de la “gestión Insulza” en la Organización de los Estados Americanos.

Durante el período que compartimos el quehacer diplomático, pude compenetrarme de los pensamientos de un gigante de la politología y las relaciones internacionales. 

Aún cuando resulta una tarea titánica intentar sistematizar sus ideas, podría afirmar que Dante asumía la política a partir de una simple premisa, “la justicia solo se plantea entre fuerzas iguales”, máxima emanada del texto de Tucídides “Historia de la Guerra del Peloponeso. Por tanto, en el marco de la natural desigual distribución del poder, las fuerzas progresistas debían concentrar sus esfuerzos en generar esquemas organizacionales que permitieran, en la media de lo posible, equipararse a las grandes potencias del momento.

Fue con esta convicción que, como Canciller del Presidente Alfonsin y después como Secretario de Asuntos Políticos en la OEA, Caputo abogó por la formación de esquemas y convergencias multilaterales como piedra angular del quehacer diplomático.

El Consenso de Cartagena, el grupo de apoyo a Contadora y las bases del Mercosur, fueron instancias que nacieron con el sello de esta convicción que tenía como objetivo reunir a los latinoamericanos, con la finalidad de “sentarse en la mesa”de los grandes del mundo, para exigir respeto por la soberanía de sus pueblos. 

Resulta difícil explicar a las generaciones actuales las enormes dificultades del quehacer político durante la Guerra Fría, el coraje y la convicción que se necesitó para rebelarse al pago de la deuda externa contraída por las dictaduras, o a la intromisión de los sudamericanos en el conflicto armado centroamericano, en la década más negra del continente. 

Según Caputo, el diseño y ejecución de estos proyectos se fundan en dos pilares esenciales: primero, la construcción de confianzas recíprocas entre los dirigentes políticos nacionales y segundo, el proceso de diálogo fecundo, que arrojó consensos básicos entre ellos, centrados en la búsqueda de condiciones de vida digna para nuestras sociedades, como supremo ejercicio de la soberanía nacional.

En los tiempos que corren, cuando la diplomacia política ha sido reemplazada por meras gestiones de comercio internacional, resulta una corriente contracultural plantear esfuerzos por la construcción de agendas comunes, en un hemisferio condenado geopolíticamente a vivir juntos y que intenta sobrevivir al enfrentamiento perenne de las potencias de turno.

El legado de Dante Caputo, en su pensamiento y quehacer internacional, tiene un lugar asegurado en la historia, no sólo por el coraje e inteligencia con que colaboró en la inserción de la Argentina en la comunidad internacional, en el tramo final de la Guerra Fría, sino por la vigencia absoluta de los postulados que defendió y practicó. 

Para él, el fortalecimiento de la democracia debe constituir una fórmula institucional que evite incurrir en dilemas dañosos, donde cualquiera de las alternativas planteadas represente un costo insoportable para nuestros pueblos. 

En este contexto, los modelos democráticos deben admitir singularidades, siempre en el marco de constituir un método que redistribuya equitativamente poder y bienestar, entre los miembros de su comunidad y no como un instrumento utilitario de consagración del autoritarismo. 

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