El curioso caso del revisionismo trumpista

A pocos días de la juramentación de Donald Trump como 47° presidente de Estados Unidos sigo pensando que estilo y política del nuevo mandatario es menos novedosa de lo que habitualmente se dice. Desde luego no es la primera vez que se enuncia una doctrina de aislacionismo y distancia de Europa Occidental. Ahí está la Doctrina Monroe de 1823, con su célebre "América para los americanos", sin tampoco pasar por alto la negativa de 1919 de un Senado de Estados Unidos, dominado por republicanos, a formar parte de la Liga de las Naciones, inspirada en internacionalismo de Woodrow Wilson.

Tampoco es la primera vez que el gigante hemisférico anticipa una expansión territorial, lo hizo con el destino manifiesto en 1845, que fundamentó la conquista del Oeste -básicamente a costa de México- que se proyectaría hasta el avance sobre el Pacífico Norte, o de las presiones imperiales sobre su entorno de la época del "Gran Garrote sobre el Caribe" ("habla suave y lleva un garrote y llegaras lejos) junto al intervencionismo en México y Centro América las primeras tres décadas del siglo XX.

El lenguaje apocalíptico sobre los adversarios ha sido utilizado ya en el pasado, con Ronald Reagan describiendo a la Unión Soviética de Yuri Andropov en marzo de 1983, ante la Asociación Nacional de Evangélicos estadounidense, como "imperio del mal". La invectiva sería retomada por La expresión "eje del mal" enunciada por George W. Bush en su discurso del Estado de la Unión de enero de 2002 para referirse a los regímenes que en dicha visión apoyaban al terrorismo, identificados con Irak, Irán y Corea del Norte, a los posteriormente agregaría Libia, Siria y Cuba.

La alianza política con los grandes intereses económicos domésticos ha sido la tónica desde la "época chapada en oro" posterior a la Guerra de Secesión, con apenas un par de presidentes enfrentándose a los titanes de la industria o gigantes bursátiles, con lo cual no es tan singular el papel recargado de Silicón Valley. Es que ni siquiera las restricciones migratorias son tan originales -aunque si la intensidad y los medios actuales- si se atiende a que la etapa de "Puertas Abiertas" a la inmigración, acaecida entre 1820 y 1921, fecha esta última de aplicación de un sistema de cuotas para responder a la reciente llegada masiva de corrientes de Europa del Sur y del Este, sin olvidar la ley de exclusión de los chinos en 1882.

Pero entonces, ¿qué es lo prometeico del 47° presidente en la historia de su país? Sin duda que nunca un mandatario de ese país había sido declarado "convicto" por un jurado local, aunque sin pena ni multa para cumplir con la decisión del Tribunal Supremo respecto de la inmunidad de sus acciones. Enseguida, su rol en la instigación de la insurrección de una turba sobre el Capitolio el 6 de enero de 2021 es inédita en la historia de Estados Unidos. Aunque hubo administraciones estadounidenses que se implicaron en golpes de estado en Asia y América Latina durante la Guerra Fría, los hechos descritos son completamente novedosos para la trayectoria de dicho país.

Aunque en mi opinión lo más curioso es que el país organizador y garante del sistema internacional, creado a su imagen y semejanza se transforme en un estado revisionista, retador de su propia creatura. Por cierto, no es que nunca antes lo fuera, el citado Woodrow Wilson planteó en 1919 cambios en el sistema internacional basado en la tradición de defensa de los Derechos Humanos y la necesidad de implementar instituciones representativas globales. Tampoco se trata de un cambio de la noche a la mañana. La crisis financiera de 2008 y su subsecuente recesión global fue la ignición de la crítica desde el centro al orden liberal de la posguerra. La debacle se había generado al interior de un Estado Unidos que no fue capaz de proveer estabilidad económica. Le siguieron los desplazamientos migratorios masivos en 2015, y un año después el Brexit y la primera administración Trump. Las derechas radicales del Norte se escoraron en programas proteccionistas y anti-pluralistas (mientras las del sur radicalizaron su libremercadismo). Finalmente, la pandemia y las guerras se sumaron a un cokctail que dilapidó la confianza en un sistema resguardado por Estados Unidos y sus aliados (G-7) que compartían sus valores. Las debilidades terminaron por fragilizar al máximo al sistema, tal vez por su lógica estado-céntrica de territorios estrictamente delimitados, su rígida jerarquía y un multilateralismo demasiado apegado a su raigambre anglo-sajona. Y sobre todo la emergencia del resto, potencias globales y regionales que en mi opinión difícilmente pueden ser agrupadas bajo el concepto Sur Global.

El antiguo orden se basaba, para John Ikenberry en su "Leviathan Liberal" (2011), en las premisas ideológicas liberales, tanto en lo económico vertido en políticas de libre mercado, como en lo político expresado en la defensa de la democracia y de valores entendidos universales, bajo la primacía de los derechos humanos. Finalmente, un multilateralismo que respondía a la propia tradición liberal para promover el comercio, desarrollo o los propios derechos humanos, expresados en las agencias de Naciones Unidas, o la cultura realista en la defensa, en el caso de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

En los estudios internacionales las potencias revisionistas fueron originalmente asimiladas al imperialismo que intenta cambiar a su favor una relación histórica de poder. Un Estado revisionista se orientaba a la consecución recursos y valores: territorio, estatus o mercados, por lo cual fomentaría un nuevo tipo de orden internacional para lo cual requería aliados colaboradores. Ya desde antes de la crisis pandémica varias potencias revisionistas como Rusia o China habían cuestionado el orden global, sumando el respaldo de Estados auto declarados "revolucionarios" como Venezuela o Irán, aunque sin la potencialidad de revisar por si mismos el orden internacional. Ahora Estados Unidos, sin estar en el mismo equipo sigue la misma lógica, una victoria que podría ser pírrica para los retadores originales.

Como el reloj de Mosieur Gateau de la película de David Fincher -basada en el cuento de Scott Fitzgerald-, Trump se ha propuesto invertir las ajugas del tiempo para enfrentar los desafíos de Estados Unidos. Entiende que hacer grande a Estados Unidos otra vez implica volver a la época del aislacionismo, antes que Washington se involucrara en la Segunda Guerra Mundial. Sus promesas arcadianas implican no solo barrer con el legado de Biden, sino que deshacer las instituciones con que Estados Unidos prevaleció en la Guerra Fría y la primera parte de la post Guerra Fría, con los años de 1945 y 1989 marcando sus cimas en el poder global.

Un delirio para algunos, un experimento para otros. De tal forma que las reglas globales de estirpe anglo estadounidense serán trocadas por una desglobalización que observará acuerdos específicos, cuando no simples imposiciones severas en las esferas inmediatas de las potencias mayores, esto último más próximo al modus operandi ruso bajo Putin.

Petro en Colombia acaba de probar un trago de la poción de costos asociados a la confrontación directa con Trump. Nos deja por lección los riesgos de uso incauto de las plataformas digitales para tomar medidas políticas por parte del primero y que la diplomacia coercitiva armada con la amenaza de alza de aranceles será el instrumento de presión predilecto del segundo, a quien los tratados de libre comercio poco le importan.

Pero hay más. La nueva administración anunció el congelamiento de la ayuda externa a terceros países, la eliminación de aportes a varias instituciones internacionales, incluso más allá de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y desde luego la suspensión de fondos para refugiados dentro su territorio (en consonancia con el fin de la era de las migraciones masivas como ha dicho el Departamento de Estado).

Trump parece haber comprendido la corriente de ciclos de auge y decadencia de las potencias identificadas por Paul Kennedy (1988) sintetizada en que cuanto más aumentan los Estados su poder, mayor es la proporción de sus recursos que se consagran a su mantenimiento. Dicho autor, criticado por vaticinar prematuramente la decadencia de los Estados Unidos -un año antes que el sistema soviético colapsara-, pensaba básicamente en el punto de equilibro entre generación de riqueza y gasto militar. Los imperios decadentes aceleran su caída al trasladar sus recursos a la defensa descuidando la economía. Pasó con España en el siglo XVII, Francia en el XVIII, Inglaterra a fines del XIX, y también con Estados Unidos -para Kennedy- al incrementar sus responsabilidades e instalar un barroco presupuesto militar de Guerra Fría.

Lo anterior significa que es posible contemplar enormes aparatos coercitivos estatales cuando ya ha comenzado la pendiente de debilitamiento económico de un país. Detener o graduar ese proceso depende de las habilidades de las elites para cristalizar consensos internos y hallar aliados externos. Trump en cambio surfea sobre la polarización doméstica y desprecia a ciertos aliados históricos, como el Canadá o parte de Europa Occidental. Su programa de recortes a la administración federal, encargado a Elon Musk -muy interesado en la desregulación del sector digital-, ocurre al mismo tiempo que moviliza el ejército y la guardia nacional a la frontera y amenaza a Panamá y a Dinamarca con expandir su dominio al canal y a Groenlandia. Todo lo anterior es oneroso, por lo que pueden ser exageraciones retóricas para obtener lo que realmente desea: ventajas para mejorar su posición competitiva sin invertir recursos. Aunque al final con Trump, quien ha elevado la incertidumbre a rango de doctrina, todo puede ser.

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