El año pasado sirvió para celebrar el centenario de importantes acontecimientos, muchos de ellos de enorme trascendencia para toda la humanidad.
Algunos fueron recordados con variadas líneas en algún periódico o en una red social. Otros llegaron a ser motivo que se escribieran libros, como el centenario del nacimiento de John F. Kennedy. Pero ninguno reunió tantos libros, películas, artículos de prensa o comentarios como el centenario de la Revolución Rusa.
Es que esa Revolución fue el gran enemigo del sistema capitalista que domina el mundo desde hace varios siglos. Cuando los “socialistas” comenzaron a escribir sobre la “injusticia social”, al sistema que inició la “revolución industrial” se le comenzó a complicar el tranquilo camino que transitaba desde que Adam Smith escribiera La riqueza de las Naciones en 1776, que sirvió de base para la creación de un sistema económico, el capitalista, que ha gobernado al mundo.
Desde que se inició la Revolución Rusa, el capitalismo comenzó a defenderse. Primero al interior de Rusia, después en todo el mundo.
Nunca temieron en realidad que los soviéticos traspasaran sus fronteras para implantar el socialismo. La prueba está en que cuando debieron enfrentarse al nazismo no dudaron en apoyar militarmente a la URSS, armando sus ejércitos y apoyando su desarrollo industrial. Cuando los comunistas hicieron explotar su primera bomba atómica, que era una réplica de la usada en Hiroshima, el 22 de agosto de 1949, en Semipalatinsk, no asustó a los estadounidenses.
El peligro era la influencia que esa revolución tenia en los trabajadores que explotaban. Desde que Karl Marx publicó en 1867 Das Kapital y otros muchos pensadores enemigos del capitalismo escribieron contra el sistema, se había producido un fuerte despertar reivindicativo de las fuerzas populares en toda Europa y otras latitudes.
Con la implantación de un sistema socialista en la URRS esto se fueron organizando movimientos obreros, estallaron huelgas y hasta revoluciones como en Alemania en 1919.
Rosa de Luxemburgo, asesinada durante esa revolución, había escrito entre otras muchas obras Reforma o Revolución, Huelga de masas, partido y sindicato, La acumulación del Capital y La revolución rusa.
Claro ejemplo del peligro que externamente representaba la Revolución Rusa fue la República Española, duramente combatida y abandonada por las “democracias” occidentales, dejando a ese país en manos de la Dictadura de Franco.
El sistema capitalista, ya antes de la Revolución se había visto obligado a ir “cediendo” poder a “representantes” de sectores ajenos a los ejecutivos de sus empresas, como una forma de “aplacar” la búsqueda de justicia social o de hacer creer que estaba siendo aplicada.
Estas cesiones nunca mermaron en forma real su poder, porque la ejercían sus “acólitos”. Esto permitió que lograran finalmente hacer caer el “socialismo” y perecer la Unión Soviética.
Desde el día de la caída del Muro de Berlín el capitalismo recuperó plenamente la dirección de la sociedad. El capitalismo comunista de China es eso, capitalismo. Por eso hoy nuestro mundo está manejado desde los directorios de las corporaciones capitalistas.
Pero el sistema tiene un enemigo al que ahora combate con fuerza y determinación. Es un enemigo que ha reemplazado a la URRS y es quizá mucho más peligroso que ella porque además de representar a los pobres del mundo, a los marginados y explotados es quien dirige a miles de millones de seguidores de Jesús.
Su gran enemigo es el Papa Francisco, que hace unos días cumplió cinco años dirigiendo espiritualmente a los seguidores de Cristo y encabezando la lucha por los pobres.
Voy a dar un solo ejemplo de cómo lo combaten.
Hace unas semanas, en una clara muestra de los caminos que busca el sistema, Julio María Sanguinetti escribió en un diario español que Francisco “a cada rato desciende de la universalidad de su posición a minúsculos combates políticos de un inexplicable provincianismo argentino, al tiempo que no oculta la raíz populista-peronista que el historiador italiano Loris Zanatta reveló no bien fue ungido.”
Casi al terminar su artículo, desvela quienes lo inspiran cuando escribe “como ciudadano, en cambio, desearía que ayudara a defender la libertad individual, los sistemas democráticos y una economía moderna que, regulada por reparadoras leyes sociales, genere riqueza para poder distribuir.”
Al señor Sanguinetti, dos veces presidente del Uruguay, se le acusa que durante sus mandatos impuso las limitaciones de su Ley de amnistía dictada en marzo de 1985 en favor de las personas que todavía permanecían detenidas, condenadas por la justicia militar por delitos políticos.
El bloqueo a la investigación de los crímenes de la dictadura.
La obstaculización de la búsqueda de desaparecidos.
El no juzgar a los responsables, permitir que la Justicia Militar dependiente del ministerio de Defensa, trabara investigaciones de jueces ordinarios.
Proponer en 1986 la amnistía plena para los delitos de la dictadura.
Promover en 1986 la “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado”, haciendo así imposible juzgar a policías y militares que asesinaron y torturaron. Su presidencia se movilizó activamente contra la Comisión Nacional Pro Referéndum que combatía esa Ley.
Encomendar a un coronel de Ejército la investigación sobre personas detenidas y desaparecidas y aceptar su conclusión de que no había responsabilidad militar ni policial.
Nombrar al general Hugo Medina su ministro de Defensa Nacional cuando ese había sido el Comandante del Ejército durante la dictadura.
Permitir que los servicios policiales siguieran aplicando los mismos métodos que en la dictadura, lo que en 1989, produjeran una serie de muertes de detenidos por la policía que no se investigaron.
Este es un vocero del sistema capitalista que “juzga” y ataca a Francisco en nombre de una “economía moderna que genere riquezas para poder distribuir” y no de la justicia social.
Otro ejemplo de estos ataque, ahora con otra visión, es el aparecido en El País del 20 de Marzo, donde Rubén Amón, autor de libros futboleros, entre otras muchas calificaciones que da al Papa, dice “Francisco se jacta de oler a oveja y presume de su oficio de cura arrabalero, pero decepciona que tantas dudas a la teocracia no se hayan prolongado en una verdadera transformación de la Iglesia, más allá de la simpatía que le profesan los ateos y los descreídos, regocijados los unos y los otros en un antipapa canchero y hasta “pop”.
Francisco es un cristiano que ha dado fuerza al mensaje de Jesús que nos llama a tener preferencia por los pobres.
Sí, desde joven militó en el peronismo, que fue y es una forma de rebelión cristiana al capitalismo. No necesita ocultarlo. Por eso no viene a la Argentina. Sabe que si viene todo el país saldrá a las calles a saludar al Papa del “fin del mundo” sin recordar que los está llamando a luchar por los pobres y no lo están haciendo.
Francisco es en este momento el gran enemigo del sistema capitalista. El se ha definido desde siempre por los pobres y el capitalismo sabe que la rebelión de los marginados lo lleva a su fin. Sabe que con el mensaje de Francisco y las reformas al interior del aparato eclesial de la Iglesia su poder puede ser desbancado.
Que el espíritu del “fin del Mundo” es el espíritu de ese mismo Cristo que leemos en los Evangelios que Francisco nos explica mejor que muchos.
La “revolución proletaria” de Francisco es en este momento para el sistema capitalista, cuando habían recuperado el mando corporativos de la sociedad, mucho más peligrosa que la que se inicia en Petrogrado en 1917.
Saben los capitalistas, que Jesús no se detuvo ante nada al enfrentarse a los poderosos, sin importarle morir por ello, por la salvación de todos.
Francisco es el Mensajero de Jesús.
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