En los reportajes de los periódicos europeos hasta fines de febrero se hablaba mayoritariamente de una situación sanitaria distante y situada en el lejano oriente que era de observar probablemente con cuidado, pero no de alarmarse. No pasó una semana y el tono y la cobertura habían cambiado de casi la displicencia a llamados apremiantes y exigencias perentorias a la autoridad.
Hoy pareciera que en todos los países se ha detenido o al menos atemperado el crecimiento de la enfermedad y sus resultados letales, siendo Italia y España los países más afectados.
Es interesante constatar que más allá de la celeridad o decisión con que se tomaron por parte de los gobiernos centrales las medidas sanitarias, ambos países por razones distintas pasaban por una situación política interna de enorme complejidad y polarización. En España hay fuerzas poniendo en cuestión tanto su estructura institucional como la propia unidad del Estado.
Distinto ha sido el caso de países que en medio de la crisis han visto sustantivamente fortalecidos sus liderazgos como es el caso de Alemania o Francia u otros como los nórdicos, especialmente Suecia, que han apostado, hasta ahora con éxito, a la disciplina y cultura cívica de sus poblaciones evitando medidas más coercitivas de prevención.
Contrasta esto último con la deriva claramente autoritaria de países como Polonia y Hungría, pero también Rusia y Turquía fuera de la Unión, cuyos gobiernos han aprovechado la situación para correr aún más el cerco de reducción de libertades públicas tras la crisis de las migraciones desde finales del 2015.
En este contexto, es importante consignar tres complejos de temas que serán relevantes y estarán entre los que han de determinar la forma y el carácter del tiempo posterior a la emergencia.
El primero, sin duda, es la economía. A diferencia de la crisis de 2008, que fue un fenómeno básicamente financiero que afectó los flujos de dinero y crédito, esta lo hace con los procesos productivos efectivos, con la secuela de destrucción de puestos de trabajo y por tanto, la falta de ingresos de amplios sectores de la población, más allá de los muy fuertes sistemas de seguridad social que existen en la mayor parte de Europa.
Es casi una metáfora o una advertencia que Austria, país pequeño, pero muy rico, haya alcanzado hace pocos días el mismo nivel de desempleo que tuvo en 1946, el año después de ser derrotada en la segunda guerra.
Europa cuenta con enormes recursos materiales y financieros para enfrentar la crisis, amén de condiciones institucionales para intervenciones públicas, pero también es cierto que se trata de economías que a raíz de la crisis del 2008 habían reducido sus instituciones públicas de manera importante, incluso en inversiones en salud.
En Alemania, el 2019 se disminuyeron en 37% las camas de cuidados intensivos. Y se trata aquí además de economías muy interrelacionadas dentro y fuera de la Unión donde las economías funcionan con una moneda común. No pocos análisis de estos días agregan ante esta constatación entre paréntesis el adverbio “aún”.
El segundo elemento es enfrentar las debilidades y carencias del rol y estructura de la Europa comunitaria. El manejo de la economía tanto durante la emergencia como y sobre todo tras ella en el caso especialmente de la UE dependerá del grado de fortaleza con que salga la comunidad de esta crisis. Las señales hasta ahora no son del todo auspiciosas. Es difícil imaginarse que saliendo de estos tiempos no se abra un muy sustantivo debate acerca de las instituciones y más aún del sentido de la construcción Europea en que se cuestione desde la viabilidad del Euro hasta la aceptabilidad en su seno de países que ya no cumplen con estándares básicos de democracia y derechos humanos.
El tercero y muy imbricado con el anterior es el de las formas y los recursos no solo institucionales con que los países han contado en una crisis de esta naturaleza que irán desde el debate abierto sobre la forma de federalismo en Alemania hasta la de sistema político en España, sin dejar de mirar críticamente dónde se han omitido inversiones y precauciones.
No es del todo aventurado afirmar que la crisis sanitaria en Europa desnudará y abrirá un complejo e incierto debate acerca de las instituciones nacionales y de la Unión que se cruzará con las políticas que se implementen nacional y colectivamente para recuperar la economía y dar satisfacción a poblaciones que saldrán muy dañadas es este trance.
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