Ad portas de las elecciones presidenciales en Venezuela, hemos sido testigos de cómo, mañosamente, se busca enlodar un proceso eleccionario abierto, transparente y con la presencia de observadores de todo el mundo. Ciertamente, podemos tener diferencias y opiniones disímiles del proceso venezolano, pero distinto es desconocer y respetar la voluntad de todo un pueblo que se ha dado un gobierno por la vía democrática y haciendo uso de su legítimo derecho a la autoderminación.
En este contexto, es que hace un rato los chilenos hemos ido detectando tremendas similitudes entre personajes que hasta hace algún tiempo parecían diferentes. Y en esta ocasión me referiré al presidente Sebastián Piñera, al ex presidente Ricardo Lagos y al escritor con pretensiones políticas, Mario Vargas Llosa, quienes han manifestado abiertamente su “preocupación” por las elecciones en Venezuela.
Primero decir que los tres afirman ser liberales en lo valórico y profundamente democráticos. Dos de ellos han protagonizado gobiernos de corte profundamente neoliberal, a pesar de que uno es de derecha y el otro, dice ser de izquierda. El tercero, fue partidario de una dictadura primero, se transformó en progresista después y tuvo las mismas pretensiones que los dos primeros, pero fue derrotado por Fujimori en Perú.
Luego, el presidente Piñera y Vargas Llosa, han ido mutando desde ser fieles servidores y protegidos de Dictaduras Militares, a convertirse en emergente demócratas. Lagos, por su parte, a pesar de haber luchado contra la Dictadura en Chile y haber sido víctima de una grotesca intervención extranjera durante el gobierno de la Unidad Popular, hoy se revela como fiel partidario del mismo tipo de intervención de la que fue objeto y se dedica a apoyar y a promover golpes de Estado. Lo hizo el año 2002 como Presidente y lo vuelve a hacer ahora como ciudadano “influyente”.
Es decir, Piñera, Lagos y Vargas Llosa, son solo partidarios de la democracia mientras los gobiernos se mantengan fieles al proyecto neoliberal y se enmarquen en el Estado Nacional como súper estructura política de la dominación.
En las últimas semanas, los tres, y desde distintas posiciones, se han plegado a esa parte minoritaria de la oposición venezolana que ha decidido no participar en las elecciones presidenciales y que continúan optando, como lo hicieron en el 2002, por la intervención extranjera con un golpe de Estado, liderado por EE.UU, tal como sucedió en Chile y el resto de América Latina en los años 70s.
De hecho, Ricardo Lagos, reconociendo a la breve Dictadura de Pedro Carmona, ha declarado que las elecciones de Venezuela son una farsa. Vargas Llosa, en una demostración más que elocuente de su falta de coherencia y de su servilismo a los intereses de las grandes corporaciones internacionales, ha declarado, que todas las dictaduras son malas, lo que nadie podría desconocer, pero a reglón seguido, ha revelado que él apoya una intervención militar en Venezuela, como si de los golpes de Estados y las intervenciones militares extranjeras, alguna vez hubiera surgido una democracia. Mal ahí Vargas Llosa.
El presidente Piñera, por su lado, ha evidenciado su ciega subordinación a la política exterior de Trump, que a través de su Vicepresidente ha llamado a la OEA a suspender a Venezuela, aplicándole la Carta Democrática, anunciando que nuestro gobierno, el de todos los chilenos, no reconocerá las elecciones por ser estas, según él, una farsa. Es decir, se ha sumado al coro de países que hacen lo mismo desde el Grupo de Lima.
En los casos de Lagos y Piñera, llama profundamente la atención que planteen que las elecciones en Venezuela, organizadas por un poder independiente, en un país que tiene un Presidente electo en comicios democráticos y que va por primera vez a la reelección, con un sistema de partidos y con medios de comunicación que a diario critican al gobierno, no entregan garantías suficientes, cuando ambos estuvieron dispuestos a participar en elecciones organizadas por un Dictador como Pinochet, aceptando de paso, una Constitución hecha a la medida, con una serie de amarras antidemocráticas que nos ha costado más de 25 años comenzar a superar.
Creo que de todos aquellos que han abrazado la tesis de la intervención militar en Venezuela debieran preocuparse de los problemas de sus países y poner por sobre cualquier otra consideración, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, respetando el camino que cada país resuelva seguir para mejorar las condiciones sociales y políticas de su pueblo. Eso sí, con un requisito inexorable: que los problemas de la democracia, se resuelven con más democracia.
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