La retórica confrontacional, llena de xenofobia y menosprecio racista hacia Latinoamérica y otras regiones y pueblos, nutrientes de las oleadas migratorias hacia los Estados Unidos, que ha exhibido el ya proclamado candidato republicano Donald Trump ha marcado las próximas elecciones de ese país con un efecto e impacto internacional de gran alcance.
Pero, se trata no sólo de un ajuste de cuentas hacia quienes le resultan molestos vecinos al sur del río Bravo, desde Chihuahua hasta Tierra del Fuego, sino que además de una irrefrenable obsesión por reinstalar una incontestable supremacía estadounidense, tal vez, como la que hubo brevemente al término del colapso de la ex Unión Soviética y del bloque europeo oriental, en los años 90, a fines del siglo pasado.
Se trata de reponer la unipolaridad, es decir, un periodo de la globalización marcado por un total dominio en los asuntos estratégicos a nivel internacional por las necesidades y requerimientos de la propia política interna de Estados Unidos y, en particular, por los intereses corporativos dominantes como de hecho ocurrió con la invasión a Irak; decisión geopolítica acicateada por los intereses de las compañías petroleras, que convulsionó y trastornó completamente la situación en el llamado Oriente Cercano, desde la que se incubaron engendros fundamentalistas como la organización de terroristas suicidas, llamada Estado Islámico.
Con tal afán, Trump dibuja un estado de decadencia para reclamar la omnipotencia. Ya es habitual en él, trata de imponer una pretensión extrema, la regresión a un gerente o gobernador mundial, algo similar al periodo de apogeo del imperio romano, ahora en versión gringa.
Ahora bien, su manía autoritaria va más allá de la política, su posición conlleva una involución cultural que reduce la mujer a mero objeto de consumo y reinstala la minúscula minoría blanca de los consorcios financieros de Wall Street, como el eje en las decisiones del Estado. Su política es clara, los negocios es lo único que importa. Otros temas, como derechos civiles, de género, sociales migratorios, ambientales, el desafío de la integración del país respetando la diversidad, de ellos es mejor olvidarse, la solución es un muro y darlos por resueltos.
No cabe duda que en el grupo de apoyo a Trump se respira un profundo resentimiento, de modo especial, contra el Presidente Obama. Para ese grupo de mega millonarios, amos absolutos en su entorno, dueños de comprar y hacer lo que quisieran, placeres, parejas, halagos, silencios y obsecuencia, para ese tipo de poder económico y social debe resultar insoportable la presencia de un negro en la Presidencia de los Estados Unidos. En el fondo, un descendiente de los esclavos que levantaron la Casa Blanca, como recordó Michelle Obama en la Convención Demócrata.
Cuando ese puñado de poderosos racistas ha pensado que los códigos de activación del arsenal nuclear de Estados Unidos, estaban bajo la responsabilidad de un hombre digno, tolerante, proveniente de una familia de inmigrantes, capaz de dialogar con Cuba y entenderse con sus pares, respetando su diversidad, ante esa realidad política y una evolución cultural tan radical, deben sentir convulsiones de rabia. Al final de cuentas, el espíritu de revancha es el principal ingrediente que les motiva.
Obviamente, si Trump llega a ganar no podrá concretar los abusos que ahora anuncia. Con Europa y Rusia se entenderá con el lenguaje de la fuerza y las presiones, lo mismo con el mundo árabe por su peso en las finanzas globales. A China no es mucho lo que puede levantarle la voz. En suma, si ganara la cuenta de la farra la va a pagar América Latina. De eso no hay que tener duda alguna, los que miran con indiferencia este choque de fuerzas, debiesen tomar nota que Trump es el llamado de la selva a lo más salvaje y reaccionario del conservadurismo mundial.
Por eso, que es tan triste y penoso el discurso de esos latinos, oprimidos y humillados pero inconscientes, que respaldan a Trump por su mensaje "simple", "de la calle", más otras justificaciones que se muestran en la prensa, y que resultan ser un pésimo argumento, de esos que hablan mal de aquel que se quiere defender y de quién los esgrime.
No puede ser una razón que por que parece ser un pobre personaje, carente de ideas, hay que apoyarlo. Esa tabla de medir es de una sumisión espantosa a la vulgaridad, a la falta de perspectivas, es resignarse a la estupidez como norma de conducta cívica.
De modo que bienvenido el apoyo entregado por el senador Bernie Sanders a Hillary Clinton. Es un ejemplo de lucidez y generosidad, en sus palabras: hay que impedir la división entre latinos, afroamericanos, musulmanes y mujeres. Como buen socialista su objetivo es derrotar la estrategia del desgarro social, de la ausencia de ideales y de valores compartidos, de la vulgaridad y la idiotizacion mediática, del matonaje racial y la supremacía del dinero. Así lo esperan los que añoran un planeta respetuoso de la diversidad y de una sociedad que haga realidad la integración social.
Lo que se juega es si volverá o no la política del "big stick", si habrá o no habrá un mayor espacio para el continente, o si caerá toda la prepotencia del imperio sobre nuestros países. En una sociedad tan mediática como la que vivimos, hay que opinar e influir. Una regresión a la expansión y el dominio mundial en la médula del núcleo de poder global puede desatar tensiones que queden fuera de control y caotizar más de lo que está la situación internacional.
La convocatoria de Barack Obama debe ser escuchada, no hay que rendirse, hay que votar. Aquí no hay sutilezas, la opción que se imponga marcara la diferencia, no hay similitud entre quién gana o pierda. Para América Latina, ante la soberbia de la política de confrontación imperial, está de por medio su propia dignidad como parte del mundo global. Ni más ni menos. No hay que perderse.
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