No serán pocas las columnas de opinión que se referirán a la elección en EEUU. Ciertamente el tema central y más apasionante es el triunfo de Joe Biden junto con Kamala Harris.
Un ex vicepresidente de Obama, del ala moderada del progresismo demócrata, de 77 años y una mujer profesional, con una trayectoria brillante en el área pública y afroamericana logra ser vicepresidenta. Aquí hay esperanza y anhelo algo que ya se vivió con el triunfo de Obama hace 8 años.
Con todo seguirá acaparando la atención el Presiente Trump y lo que él significa en EEUU y en parte también para nuestras democracias occidentales.
La forma y el tono en el que se dio la campaña, el proceso eleccionario, la demora en los resultados definitivos y la conducta permanente de Trump que denunció, falsamente, el robo de la elección o la supuesta corrupción del proceso indicando que no se respetan los resultados, hacen que este episodio sea revisado en profundidad.
Trump ya no es el candidato sorpresa de hace cuatro años. En esa elección de noviembre del 2016 se mostró tal cual era, alguien que desprecia la política, que no aglutina, que excluía y que agrede de manera consistente.
En esa elección tuvo el respaldo de la mitad del electorado norteamericano, y hoy esa votación aumentó en números absolutos.
Durante su presidencia no cambio un ápice su manera de ser e incluso profundizó sus conductas.
Mantuvo su desprecio hacia los valores tradicionales y fue un promotor de la segregación y enemigo directo de los temas de gobernanza global ya sea de calentamiento climático y medioambientales o los de migración y sus trabas al comercio global.
Lo que ha hecho en esta elección, de cuestionar con mentiras todo el proceso, no es más que la coherencia y consistencia de Trump con su historia política y con el apoyo de un número importante de norteamericanos.
Lo que debemos procesar y cuestionar es qué ocurre en una sociedad en la que luego de 8 años de haber elegido al primer presidente de color, Barack Obama, con todo el simbolismo que eso tuvo para EEUU y el mundo así como del progreso que tuvo esa administración, luego eligió a Trump. Hay una fractura en dicha sociedad.
Luego de esta elección queda la percepción que si no es Trump será otro quien encarne ese descontento con la clase política. Entre las causas que se pueden inferir de este apoyo están el malestar con las élites, la distancia con los tomadores de decisiones y el hastío con la política que significa que quienes le dieron su respaldo a Trump sean blancos y de zonas rurales con un cansancio manifiesto hacia la política tradicional.
Nada dice que esto no ocurra en nuestras latitudes. Cabría preguntarse qué hacemos en nuestro país para evitar que el hastío que existe pueda llevar a la ciudadanía a apoyar a personas con un perfil tipo Trump.
La sociedad chilena nos ha dado todas las señales que también existe ese cansancio y ese hastío. Ahí está el resultado de los pingüinos del 2006, de los estudiantes el 2011 y del estallido social que se traduce en el acuerdo por el plebiscito y un plebiscito que gana el Apruebo con una gran ventaja de un 80/20.
Esto nos obliga a generar las mejores condiciones para asegurar la legitimidad social del proceso Constituyente que estamos enfrentando. Debemos mirar con atención lo que ocurre con la participación de los independientes y los pueblos originarios.
Es ahí donde se debe poner el acento, energía y nuestra preocupación, especialmente de quienes estamos en la toma de decisiones u opinando en los medios de comunicación.
En particular en la política debemos trabajar por los escaños para que los independientes puedan tener una participación y apoyar a que el proceso Constituyente de que no vaya a perder legitimidad en el futuro. Esa es la tabla de salvación de la política y el entendimiento en Chile.
Por eso nuestras energías deben estar ahí, en los Constituyentes y no en las campañas presidenciales o municipales, sino que en tener los y las mejores personas para formar el organismo que creará una nueva Constitución.
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