Todo imperio tuvo o tiene características fascistas, esto es una aplicación totalitaria y violenta de su dominio reaccionario.
El estadounidense no ha sido la excepción y en su fase de instalación planetaria utilizó y utiliza métodos brutales.
Hace pocos años ubicó un enemigo asiático “por error”, o apuro frenético de su ambición petrolera, y le causó, por ese error o esa decisión aventurera, más de un millón de muertos. En 1945, para asegurar su instalación en el oriente, pulverizó a cientos de miles de personas, en un instante, en Hiroshima y Nagasaky.
En América no se ha hecho problemas para intervenir, al precio de la muerte, en México, Guatemala, Panamá, Nicaragua, Colombia, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, directa o por interpósitas garras.
Y en África, acaba de destruir con sus aliados a Libia y está empeñado en hacer lo mismo en Siria y Afganistán.
Su inversión y represión son planetarias y el control actual no sólo estatal sino que personal sobre millones y millones de individuos ha inaugurado la primera dictadura digital de la historia.
La victoria de Trump y de los sectores más reaccionarios en ambas cámaras legislativas refuerza esa línea imperial cada vez más fascista.
El pueblo de los EEUU, engañado por demagógicas y simplonas entelequias y llevado de la mano por su tradicional inmadurez cultural, verá muy pronto cómo se concentra cada vez más la riqueza imperial en su uno por ciento; cómo crece en poder su cúpula militar, industrial, bancaria, comunicacional; cómo se “privatiza”, cada vez más también, el manejo de las necesarias políticas públicas de educación y salud; cómo se discrimina a los trabajadores y cesantes negros, blancos, latinos, asiáticos, cristianos y musulmanes; cómo se reprime a los 20 millones de “indocumentados”; cómo se cobran nuevos impuestos a la pequeña y mediana burguesía y se exime de ellos al nuevo Presidente y su corte y cómo se expande el más inmenso poderío militar y comunicacional conocido en la historia humana.
La “ley y el orden” serán aplicados en los anillos de miseria de las grandes ciudades y se reprimirá, en la calle y en las casas, en primer lugar a negros, latinos y musulmanes.
En el plano internacional el gobierno de Trump apuntará a mejorar relaciones con los sectores más extremistas de Europa, en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, que esperan ansiosos.
Su “nacionalismo” tenderá a empatarse con el de Putin, para romper la coordinación ruso-china; las guerras tenderán a ser más selectas y “costosas” en términos tecnológicos, según lo resuelva el Pentágono y el nuevo inquilino de la Casa Blanca; al EI se le aplicará, seguramente, una guerra rápida de exterminio, paras mostrar avances; se acentuará el apoyo a Arabia Saudita en su criminal guerra en Yemen; podrá revitalizarse el “Plan Colombia” y el bloqueo a Cuba se mantendrá y acentuará.
Entre nosotros muchos de los que han sacado siempre paraguas cuando llueve sobre el Partido Demócrata estadounidense los cerrarán y se plegarán a la nueva política imperial, esa que anuncia que a la estrategia de los grandes consorcios capitalistas internacionales se suma ahora, sin máscaras, frenos ni detalles, el Capitolio y la Casa Blanca, “como corresponde a un gran país”.
Ellos intentarán frenar cualquier atisbo de unidad latinoamericana para enfrentar la nueva situación. Argumentarán, como siempre, que las mejores relaciones con los EEUU son indispensables “para nuestra democracia y nuestro desarrollo”. No tendrán ni una palabra para condenar atropellos a los derechos humanos allí y sólo los verán o inventarán en Venezuela y Cuba.
El domingo pasado Trump incendió el Reichstag y aquí, en silencio, muchos, como en febrero de 1933, lo están aplaudiendo. Hay cenizas y brasas humeantes en y de nuestra historia para ello.
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