Muchas cosas se pueden decir de Donald Trump candidato republicano a la Casa Blanca. La gran mayoría se enmarca dentro del código de la política del espectáculo, aquella marcada por decir lo que las encuestas muestran es la preocupación de tu público objetivo, que resalta sus preocupaciones principales y te vincula directamente con sus sentimientos.
Todo armado y diseñado como un buen reality show donde los protagonistas buscan vincularse con la audiencia por el escándalo, la pena, el chisme o simplemente el absurdo. Reality como el que el mismo Trump organizó hace no muchos años atrás donde no solo se hizo conocido por sus particulares formas de tratar a lo que consideraba eran “sus empleados” sino también a una audiencia cautiva que esperaba semana a semana para ver sus comentarios políticamente incorrectos cuando no sexistas y racistas así como la decisión sobre a cual de los jugadores despedía.
Porque de eso se trataba el reality de Trump, de despedir gente que no consideraba suficientemente buena para estar con él, con su negocio, con su dinero. Y por supuesto, en el camino maltratarlos.
Hoy en campaña las cosas no han cambiado mucho. Trump sabe de los sentimientos del estadounidense promedio, de aquel que tiene temor, ansiedad y preocupación frente al terrorismo y las posibilidades que su sueño americano se vea arruinado por la presencia de migrantes que le quitan el trabajo y promueven la criminalidad.
Así, ha consolidado su campaña como un nuevo reality centrado en el miedo, en este sentimiento irracional que lleva a las personas a tomar justicia en sus propias manos, a encerrarse en sus hogares, a comprar armas para vivir más tranquilas. Y las salidas comunicacionales tras cada uno de los atentados, incidentes de violencia y otros hechos de horror que ocurren en el mundo occidental evidencian una tendencia creciente de exaltación del temor.
Hay que resaltarlo, Trump no dice mucho de los muertos en oriente medio, de los problemas en África o cualquier otro contexto que no sea el suyo. Es posible que en su tablero ni siquiera aparezcan estos actores como importantes para fortalecer su estrategia.
Los extranjeros, los otros, son solo eso, parte de un escenario que genera temor y donde juegan un rol triste pero principal. Los mexicanos (concepto utilizado para nombrar a los latinoamericanos en general) son los criminales, los violentos, los narcotraficantes, los migrantes ilegales que pueden estar en tu barrio quitándote el trabajo o viendo como robarte. Los musulmanes han sido objeto de una violencia verbal que no se había escuchado en los canales oficiales por muchos años.
Trump juega su juego con maestría. Pasó de ser una hipótesis caricaturesca de un candidato insólito al candidato republicano sin problema de destruir al partido y a sus principales representantes en solo unos meses. El partido tiene mucho de culpa de tener hoy un representante tan extraño por haber dejado que crezcan las posiciones más radicales en todo el sentido de la palabra. No hay que olvidar que Sarah Palin fue candidata a vicepresidenta.
Es poco probable que Trump sea el próximo Presidente de los Estados Unidos, el país es mucho más que una audiencia pasiva que sobre estimula su temor con este tipo de discursos. Pero llegarán los debates y es posible que sean tristemente célebres por las salidas de “libreto” de Trump, por las incomodidades que hará sentir por sus posiciones racistas, xenófobas y machistas, pero el mayor peligro es que finalmente le ha dado voz y contenido a una población que basada en el temor es capaz de definir su política interior y exterior.
Ese es el gran logro de este reality, Trump aumentó su audiencia y su nicho de seguidores. Este discurso llegó para quedarse y esa debería ser una de las principales preocupaciones del próximo Presidente de los Estados Unidos; en realidad esta es una preocupación para todos.
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