Es probable que el presidente Donald Trump no esperara celebrar su primer año en la Casa Blanca en medio de una verdadera tormenta mediática. Porque es un hecho que la publicación del libro “Fuego y furia”, del periodista Michael Wolff, ha remecido todo su entorno, al exponer ante el país y el mundo aspectos de su personalidad y desempeño político que solo han aumentado las dudas sobre su capacidad para estar a la cabeza de la mayor potencia mundial.
Además, a la publicación del libro de Wolff se sumaron sus supuestos comentarios ofensivos hacia países africanos, Haití y El Salvador, al referirse a ellos, durante un encuentro con legisladores, según The Washington Post, como “países de mierda”.
Pero más allá de estas polémicas, lo cierto es que durante este primer año hemos podido conocer a Trump en acción, muchas veces “sin filtro” y enfrentado a todo tipo de situaciones. Y el balance sigue dejando más preguntas que respuestas.
Por ejemplo, el hecho de que los republicanos controlen ambas cámaras del Congreso, ha ofrecido un escenario particularmente positivo para la aprobación de los proyectos legislativos de Trump. Sin embargo, a pesar de eso, el mandatario ha visto frustradas muchas de sus principales iniciativas.
Su veto migratorio a ciudadanos de países musulmanes, su proyecto de construcción de un muro fronterizo con México y el desmantelamiento del llamado “Obamacare” son ejemplos de iniciativas que podrían haber sido aprobadas por el Legislativo, pero que fracasaron. Lo que deja a su reforma impositiva, aprobada en diciembre, como su único gran logro en política interna.
Además, en términos del funcionamiento de su propia administración, Trump ha sumado numerosas, por no decir demasiadas, bajas durante esta primera etapa de gobierno.
Basta mencionar nombres como los de Michael Flynn, quien renunció tras 23 días como asesor de Seguridad Nacional, salpicado por la “trama rusa”; Katie Walsh, destituida tras ser identificada como responsable de filtraciones; James Comey, el ex jefe del FBI, despedido por el mismísimo Trump, también por el caso de los supuestos vínculos de su equipo de campaña con los rusos; o Mike Dubke, quien dejó el cargo de director de comunicaciones de la Casa Blanca a solo tres meses de haber asumido, siendo reemplazado por Sean Spicer, que más tarde también sería removido de su puesto.
Asimismo, la relación del gobierno de Trump con la prensa debe ser de las peores que ha tenido algún presidente de Estados Unidos en toda su historia.
Enemistado con los principales medios de comunicación, el magnate ha optado por dirigirse al público a través de su hiperactiva cuenta de Twitter, instalando paulatinamente su retórica sobre las “noticias falsas”. Tal vez una estrategia para no tener que enfrentar el trabajo de “periodismo de datos” de los medios, que constantemente corrigen el contenido de sus declaraciones y anuncios.
Sin embargo, hay que reconocer que Trump ha buscado cumplir lo que promete y que es consecuente con su discurso: retirar a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), del acuerdo medioambiental de París o de la Unesco lo demuestran.
Básicamente porque él desconfía del multilateralismo y de toda institución que potencialmente pudiera representar un freno a los intereses de EE.UU… o los suyos.
Con niveles de aprobación que rondan el 40%, Trump se ha convertido en un gobernante que ha polarizado a todo el país; sus defensores son incondicionales, al tiempo que sus detractores no pierden oportunidad de atacarlo. Incluso dentro del oficialista Partido Republicano se vive un quiebre que se arrastra desde la campaña de 2016 y que dejó en evidencia que no todos ellos aprobaban su candidatura ni se sentían representados por él.
Y este 2018, durante su segundo año en la Casa Blanca, Donald Trump enfrentará su mayor desafío en términos de política interna, ya que en noviembre se realizarán las llamadas elecciones de “midterm”, en las que se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Una instancia que muchos ya ven como un verdadero plebiscito de la gestión de Trump y en el que los republicanos enfrentan la necesidad de retener el control de ambas cámaras.
Si finalmente los demócratas reconquistan total o parcialmente el Congreso, lo que quede de mandato podría ser particularmente difícil para Trump. Y sin espacio para actuar, es probable que Michael Wolff consiga suficiente material para una segunda parte de “Fuego y furia”.
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