Chile vivió a fin del año pasado tiempos convulsionados, marcados por la violencia de insurgentes apoyados en su vandalismo por sectores políticos minoritarios, pero sustentado en el malestar social de una enorme, diría inconmensurable, parte de la población. Millones, sin duda, molestos por la desigualdad de trato y los abusos.
Afortunadamente, a diferencia de otras crisis anteriores de nuestra historia, no acabó en un baño de sangre sino en un modelo institucional, marcado por el acuerdo político.
Recuperarse de las heridas y resolver las causas del malestar social y político acumulado por años requerirá siempre cambios sustanciales: supondrá aprobar la modificación de una constitución cuyo ethos es la lógica de la Guerra Fría, la del presidencialismo exacerbado, la de la desconfianza de la democracia y la del centralismo. Se hace necesario una constitución neutra, no axiológica, en la que se vea reflejada e identificada la inmensa mayoría del país.
Sin duda será un complejo proceso. Por eso es importante aprender lecciones de cómo otros países han resuelto situaciones similares. Una es la experiencia de Sudáfrica en su transición a la democracia y del fin del Apartheid.
¿Por qué mirar a Sudáfrica? Porque su ejemplo podría ser nuestro destino. El clamor de Nelson Mandela desde la prisión de Robben no difiere mucho de las quejas de los millones de chilenos que salieron a protestar a las calles principales del País: “Un país igualitario donde todos, blancos, negros, utus, indios y zulus, tengan las mismas oportunidades”. Estudiar su exitosa experiencia de proceso convencional y sus similitudes con la nuestra debería permitirnos concentrarnos en la importancia de los acuerdos y, de paso, devolver la tranquilidad a aquellos chilenos temerosos de lo que el triunfo del Apruebo y el fin de la Constitución de 1980 puedan significar.
Ambos procesos constituyentes nacen de un contexto de intensidad política y social acompañado de violencia insurreccional. Tras haber vivido bajo las leyes del Apartheid durante más de cuatro décadas, y luego de violentos enfrentamientos y matanzas, los sudafricanos consensuaron en 1991 que los ciudadanos eligieran a los representantes de ambas Cámaras del Parlamento, quienes cumplirían además el rol de asamblea constituyente. Un proceso similar al chileno, con la peculiaridad de la existencia en nuestro caso de un órgano distinto, llamada Convención Constituyente, que debatirá por hasta doce meses el texto a proponer a la ciudadanía.
El proceso constituyente sudafricano fijó, igual que en el caso chileno, límites y principios fundamentales que debían ser respetados por el órgano constituyente en la redacción de la nueva constitución. En ambos países no existía una “hoja en blanco” sino un proedimiento previamente reglado. En el caso sudafricano fueron 34 premisas. En el chileno, suponen el respeto a la democracia, a la república, a las sentencias firmes y ejecutoriadas y el respeto por los tratados ratificados por Chile, que incluyen desde el resguardo a la propiedad, la libertad de expresión, la igualdad ante la ley y la libertad de culto, entre otras premisas.
En ambos procesos existe una garantía de “consenso forzoso”: la cláusula de los dos tercios del órgano constituyente para aprobar una norma constitucional, obligó en Sudáfrica a un arduo trabajo de negociaciones entre los partidos políticos que tendió a la moderación. El proceso, una reproducción lógica del dilema del prisionero, problema fundamental de la teoría de juegos, supuso un importante grado de concesiones mutuas, moderación y consenso, no exento de críticas por una parte de las izquierdas.
Ambos países establecieron un sistema de ratificación popular de salida del proceso: en el caso chileno, un plebiscito de salida. La legitimidad y la validez de una constitución deriva de haber sido creada con la autorización y el consentimiento de los gobernados. Como señalaba Thomas Paine la constitución de un país "no es un acto de su gobierno, sino del pueblo que constituye a su gobierno".
¿Terminó Sudáfrica en un desastre? Claro que no: es un país bastante mejor que el que existía antes del proceso. Desde 1994 han vivido cambios notables en su economía, sus políticas, su educación y las relaciones de sus habitantes. Las reformas económicas han impulsado el crecimiento y la competitividad de sus empresas, la generación de empleo y la participación de estas en el mercado global. El porcentaje de crecimiento del PIB de los últimos años en tendencia positiva evidencia lo anterior. Sudáfrica tiene un asiento en el bloque de economías de los Brics -con Brasil, Rusia, India y China- y es miembro del G20.
La experiencia sudafricana nos enseña, además, dos lecciones útiles para que el proceso chileno funcione. El primero es que debe darse con una amplia comunicación entre la instancia constituyente y la ciudadanía, para lo cual resulta fundamental la participación popular directa, no solo en el proceso de ratificación de la Carta Magna, sino también en su elaboración. En el caso africano, la Asamblea Constitucional generó instancias de participación pública para solicitar opiniones y sugerencias de la ciudadanía.
El segundo es aislar a las minorías que desde el extremismo, llamen al boicot del proceso. En Sudáfrica un sector de la extrema derecha blanca (el Partido Conservador) y otro de la extrema izquierda negra (Organización del Pueblo de Azania, AZAPO) llamaron al boicot electoral, por razones opuestas pero convergentes. El éxito del proceso pasó por dejarlos en su rincón, solos.
El éxito del proceso de Sudáfrica nos permite abrigar esperanzas en el futuro. La constitución de 1993 proporcionó, como señala su preámbulo, “un puente histórico entre el pasado de un sociedad caracterizada por luchas, conflictos, sufrimientos e injusticias indecibles, y un futuro fundada en el reconocimiento de los derechos humanos, la democracia y la convivencia pacífica y desarrollo de oportunidades para todos.” Y funcionó allá. Acá, podemos abrigar la ilusión del reencuentro nacional, pues como señalara Heinz Klug, ex miembro del Comité Constitucional del ANC, “Hacer una Constitución es el proyecto de construir esperanza.” Exactamente lo que buscamos la inmensa mayoría de los chilenos.
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