En los últimos años, Viña del Mar ha sido testigo del sombrío eco de un problema que afecta a muchas ciudades costeras en todo el mundo: la destrucción de sus dunas en nombre del desarrollo urbano. El hecho de urbanizar el campo dunar de Viña del Mar, situado fuera del área protegida o Santuario de la Naturaleza (2012), ha trascendido los límites de lo razonable. Esta expansión ha superado completamente la capacidad de carga de un ecosistema frágil y valioso.
Las dunas costeras, de tipo colgantes, no solo tienen un valor paisajístico incalculable, sino que también desempeñan un papel vital en la sostenibilidad de la costa. Estos ecosistemas únicos proporcionan una serie de beneficios ecosistémicos que lamentablemente no se tuvieron en cuenta al otorgar los permisos de edificación. Entre sus funciones más destacadas se encuentra la protección contra la erosión costera, la creación de hábitats para la fauna y flora silvestre, y la regulación de la dinámica de las playas.
Paradójicamente, las dunas actúan como una barrera natural contra los embates de las temporadas de viento y lluvias, como las experimentadas durante el último invierno. Su origen geológico las convierte en un objeto de profundo interés científico, y su existencia representa un equilibrio frágil en el ecosistema costero. Sin embargo, en pos del desarrollo urbano, estas dunas y su matorral han sido sistemáticamente destruidas.
La construcción de edificios y la infraestructura relacionada, como carreteras, sobre estas áreas vulnerables, ha desencadenado consecuencias devastadoras para el medio natural y el hábitat de especies de aves playeras, como el zarapito. En un ecosistema tan delicado como las dunas costeras, construir de esta manera es poco menos que un ecocidio.
Es preocupante que el actual plano regulador comunal tenga el potencial de sumar 1.000 departamentos adicionales a esta área ya sobrecargada. Esta expansión sin control es absolutamente insostenible y pone en peligro tanto la integridad de Viña del Mar, su vocación turística y uno de sus principales ecosistemas costeros.
Los dos notorios socavones, que han llenado titulares y captado nuestra atención, además de dañar la imagen turística de Viña del Mar y la infraestructura, han subrayado lo insustentable que es construir sobre dunas. Esta tragedia ecológica ha generado una discusión crucial entre el municipio, ministerios, empresas y la comunidad en general.
Aunque la protección de ecosistemas frágiles en entornos urbanos puede ser un desafío, como bien se ha demostrado con los humedales, aún es posible implementar criterios sustentables. Esto podría haber comenzado con la preservación de la superficie del santuario y una planificación urbana más consciente de la fragilidad del entorno natural.
Es imperativo controlar la expansión urbana desenfrenada y la falta de consideración por la fragilidad de estos entornos. La construcción de edificios ha perturbado el delicado equilibrio de las dunas, dejándolas vulnerables a colapsos y hundimientos ante futuras precipitaciones.
Los socavones de Viña del Mar son una dolorosa lección sobre la importancia de una planificación urbana responsable y sostenible. Las ciudades deben considerar cuidadosamente la fragilidad de los ecosistemas costeros y buscar alternativas de desarrollo que no pongan en riesgo la salud de estos entornos naturales y, por ende, la de las personas.
La preservación de las dunas costeras no solo es esencial para la protección del medio ambiente, sino también para garantizar la seguridad y el bienestar de la comunidad. El caso de Viña del Mar es un claro recordatorio de que construir sobre dunas es insustentable, y que es fundamental priorizar la conservación de estos ecosistemas vitales para el futuro de nuestras ciudades y del planeta.
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