La crisis climática y ecológica, en la que la pandemia es una de sus muchas expresiones, es una amenaza a nuestra civilización. Sus causas ya las entendemos y las soluciones están disponibles, solamente esperan el convencimiento y valentía de las sociedades y sus líderes para ser tomadas y realizadas. Sin embargo, la gran dificultad radica en que se requiere de un considerable cambio de conductas, sobre todo de nuestra economía.
El cambio necesario en nuestra destructiva relación con la naturaleza implica al menos una radical disminución en la quema de combustibles fósiles y del extractivismo, una modificación en los patrones de producción-consumo y una variación en la manera que entendemos el desarrollo y la prosperidad.
El convencimiento para cambiar estas estructuras no es sencillo pero las circunstancias nos tienden una mano. En medio de esta pandemia hay dos cosas que sabemos, que somos capaces de cambios radicales frente a las amenazas ,y que actualmente nuestra economía no está operando con normalidad.
Que la economía no esté operando como siempre y que nos enfrentemos a la mayor recesión de nuestro tiempo de vida, significa muchas cosas.
Menos contaminación y destrucción, por una parte, pero también menos satisfacción de las necesidades materiales, entre ellas, de las necesidades básicas de las personas en situaciones más vulnerables.
La opción de volver al estado anterior a la pandemia, como una manera de solucionar los problemas de satisfacción de necesidades materiales, será empujada fuertemente desde sectores conservadores, para, precisamente, conservar poder y privilegios. Pero volver a lo anterior es volver a sumirnos en una trayectoria autodestructiva de la cual tenemos conciencia, incluso, desde antes de la aparición del COVID 19.
Con este telón de fondo, las decisiones que se tomen en los meses y años siguientes son cruciales para definir cual es nuestro futuro en el planeta y nuestra sociedad.
Es evidente que deberán tomarse medidas para favorecer el empleo, cualquier lección que podamos sacar de esta situación apunta a que no podemos seguir sosteniendo estructuras que favorezcan la extracción, precursora de la crisis; ni de la concentración, que dificulta la capacidad de resiliencia, tan necesaria en esta época
Mientras en el mediano plazo se requieren modificacionesprofundas en las estructuras, en el horizonte inmediato existen alternativas para iniciar una reactivación sustentable de la economía.
En Chile, un grupo de organizaciones ambientales y vinculadas a la economía (ChileSustentable, OPES, FIMA, Oceana y Greenpeace), han hecho una propuesta a las autoridades con una serie de medidas que mezclan las actividades de incentivo a privados e inversión pública directa acorde a un desarrollo económico sustentable.
Entre las propuestas orientadas al mundo privado, destaca la creación de incentivos y préstamos blandos a las empresas, como los ya anunciados por el gobierno, pero que tengan la toma de acciones concretas para neutralizar su huella de carbono y su impacto ambiental en un plazo determinado como exigencias mínimas a cumplir.
Es entendible, en el contexto actual que para estas empresas resulte muy deseable ser rescatadas, tener préstamos con aval del Estado y otras facilidades, pero ese esfuerzo público por ayudarlas debería responderse con un esfuerzo de estas por dejar de dañar el medio ambiente.
Aunque el objetivo de ayudar a esas empresas es la creación de empleos, ello no debe ser entendido como una contraprestación para el país, sino una externalidad positiva en su búsqueda por mayores ganancias.
En lo que se refiere a la inversión pública, destaca la solicitud de que se invierta en recuperación de ecosistemas, como infraestructura esencial para la vida y desarrollo del país.
La inversión en infraestructura siempre ha sido observada como una cuestión deseable por sus altos beneficios sociales, incluido el empleo. En estos momentos, aquella infraestructura que podría tener un mejor rendimiento es la “infraestructura verde” que nos inserte en un camino de resiliencia frente a la crisis climática.
Pensemos, por ejemplo, en la recuperación de bosques y humedales y en la protección de glaciares como actividades que podrían mejorar las condiciones hídricas en el centro y centro sur de Chile, produciendo empleo y beneficios de mediano y largo plazo que otras propuestas de infraestructura gris (como embalses o carreteras hídricas) no producen.
Por último, en lo que se refiere a actividades público-privadas, se propone convertir a Chile en un polo de desarrollo de la industria de valorización de residuos, entendiendo la necesidad de apuntar hacia una economía circular.
Crear industria con inversión pública que cumpla con estos criterios, significaría generar conocimientos y especialistas para avanzar en una industria que, sin dudas,tendrá que aumentar su importancia durante los próximos años en el mundo.
Las cuestiones que se proponen son un mínimo para comenzar un cambio de trayectoria que deberá profundizarse luego.
La necesidad de este cambio es tal, que incluso en las últimas semanas ha sido promovido, en alguna medida, por organizaciones y líderes de corte conservador, como el FMI o la canciller alemana, Angela Merkel.
Tanto la pandemia como la crisis climática son desafíos globales de colaboración, que requieren de grandes modificaciones, pero sobre todo, de la voluntad de las sociedades de comprender que las prioridades anteriores deben cambiar a la luz de los conocimientos actuales, y que si aspiramos a seguir teniendo un medio ambiente en funcionamiento adecuado para las generaciones actuales y futuras, ese cambio es urgente.
Afortunadamente, ahora tenemos una gran oportunidad.
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