En el altiplano boliviano están en el periodo de siembra, está lloviendo, así que hay una energía de expectativas. En este contexto, desde fin de enero y hasta fin de febrero se realiza la feria de la Alasita, una feria en donde se venden objetos en miniatura para armar un altar con los deseos para el año en ciernes. Estos objetos acompañan a la deidad central de este periodo, el Ekeko, dios de la abundancia en el mundo andino.
Los mini objetos que se pueden comprar en la feria son múltiples: casas, autos, fajos de dólares, certificados de matrimonio y de divorcio, de nacimiento, de crédito, profesionales, entre muchos otros. También hay animales, alimentos frescos y perecibles, muebles, artículos de cocina, figurillas en determinadas posiciones sexuales, trofeos, cemento, ladrillos, herramientas, en fin, la vida misma. Para que los deseos del año se cumplan es necesario encenderle un cigarrillo al Ekeko, y que en su boca quede la colilla.
Los deseos que se cristalizan en las figuras y los bultos que carga el Ekeko apuntan a los elementos necesarios para sostener la reproducción y sostenibilidad de un hogar, y coinciden con la perspectiva puesta en el final de la campaña agrícola: la cosecha, que en Bolivia comienza en julio aproximadamente.
Actualmente, en Rimisp trabajamos con comunidades Quechua en alto Potosí, específicamente en el territorio de Torotoro. Y en ese espacio, como en muchos otros, los periodos de siembra están cargados de expectativas vinculadas al rendimiento de los cultivos y, muy estrechamente en este tipo de ecosistemas, a la disponibilidad del agua y el comportamiento de las lluvias. En la reflexión de un nuevo año, cuánto maíz, cuántos limones o cuántas habas se logre producir, con cada vez más frecuencia se vuelve al incierto comportamiento del clima.
Así, la posibilidad que las figurillas que se le encomiendan al Ekeko se tornen realidad están vinculadas también al comportamiento climático, directa o indirectamente. Una buena campaña agrícola podría permitir agrandar la cocina, terminar de pagar los estudios de un hijo, financiar una fiesta de matrimonio o construir una nueva cisterna donde almacenar aguas lluvias y así procurar acceso al agua con mayor regularidad.
Esta es una forma en la que se plasma la discusión del cambio climático en la ruralidad. Cuesta encontrar el concepto acuñado de manera científica, pero cada vez se asocia más a los resultados de las campañas y las decisiones que se deben tomar para cerrar bien el año agrícola. Y lo imprevisible del clima conecta con el comportamiento de las divinidades, a veces bondadosas y a veces castigadoras. En esas arenas se mueven muchas decisiones, y no solo en el campo latinoamericano, también me ha tocado verlo en África y Asia. Ahí, la política pública, el desarrollo de tecnologías, la transferencia de capacidades y el gran abanico de herramientas que avanza para generar adaptaciones al cambio climático es vital. No para invalidar todos estos ritos que mueven la religiosidad popular, que por algo existen, sino para aportar, complementar y no dejarle todo el esfuerzo de un año únicamente a la voluntad de los dioses.
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