Las llamas queman el Amazonas, valorado en muchos estudios como el pulmón verde del planeta, decenas de miles de focos arrasan, en Brasil y otras naciones, una superficie más extensa que el tamaño de varios países juntos, con un impacto ambiental en tiempos de calentamiento global, de consecuencias imprevisibles.
La Amazonia, una región que se caracteriza por la humedad y las intensas lluvias cae devastada por la explotación irracional, no hay un desastre casual o por una inusual coincidencia de factores, la simultaneidad de miles de incendios inquieta aún más a la opinión mundial por la intencionalidad qué hay en ellos, es decir, interesados concretos que ven en quemar la selva y los bosques una ocasión para instalar o extender explotaciones industriales y/o ganaderas que den ganancias no importando como.
Desde inversiones forestales y proyectos mineros hasta hacendados en busca de predios dónde aumentar la masa ganadera, grandes y pequeños agricultores, excursionistas irresponsables y aventureros incitados por el discurso provocador de los gobernantes, por distintas razones, la ausencia de conciencia social, respeto medioambiental y el afán de ganancias fáciles y rápidas han confluido en una tragedia ecológica de alcances sociales y económicos incalculables.
Hay una manera de vivir que está en crisis, la codicia de hacer dinero como sea, satisfacer las necesidades inmediatas y consumir sin límite, total que venga después de mí, el diluvio. Es la desconsideración con los demás, con la comunidad y la naturaleza; en definitiva, el exacerbado individualismo que trastoca valores y genera la ley de la selva en las relaciones humanas.
Al final de cuentas la sociedad neoliberal que se impuso en la globalización está fundada en el más intenso individualismo, de modo de ahogar el sentido de cooperación y de actuar asociados propio de los seres humanos tras el objetivo de anular o alejar cualquier avance o propuesta de vida social en comunidad que se asemejara o pudiera entenderse como cercana al socialismo.
Además, la soberbia de ciertos gobernantes, como Bolsonaro, que se visten de ultra nacionalistas para tapar la ineptitud de sus administraciones ante la tragedia ecológica, resulta ser un factor que agrava y crispa la situación con tensiones increíbles. En este caso, la subordinación de Piñera ante el líder de la ultraderecha en Brasil confirma que por una toma televisiva hay gente capaz de hacer cualquier cosa. El ex capitán sometió al multimillonario.
Hay otros que, como Trump, van más lejos y desconocen el fenómeno mismo del calentamiento global señalando que es “un invento chino”, desentendiéndose de sus obligaciones, con sus propios Estados y naciones, así como con la humanidad en su conjunto. Parece que algunos irresponsables esperan que el mundo esté achicharrándose antes de actuar como es debido.
La conducta de gobernantes, como Trump y Bolsonaro, entrega muestras claras de encontrarse lejos de estar a la altura de lo que la situación demanda hoy de los hombres de Estado y de gobierno para mirar a largo plazo, por el bien del planeta.
El resultado de todo ello es que se ha entrado en una etapa de profundo deterioro estructural como efecto inevitable que la sociedad humana requiere de aquello que algunos porfiadamente quieren desconocer, esto es de la organización comunitaria, del sentido de colaboración y el tipo de gobierno que sea capaz de velar por “el libre desenvolvimiento de todos” y no solo por el placer de una exigua minoría.
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