Alto impacto ha generado en el país la noticia de un hongo llamado Sporothix brasiliensis, el cual se observó en algunos gatos y perros en el centro y sur de Chile. A partir de esta información, de manera natural, se ha generado una preocupación frente a la estrecha relación de los tutores con sus gatos, quienes pueden transmitir este hongo a los humanos. Esta posibilidad, si bien es real y se debe prevenir, no es nueva, dado que existen muchas enfermedades que son transmisibles desde nuestras mascotas hacia nosotros o hacia otras especies de animales silvestres.
Hace varios años en el mundo ha tomado mucha fuerza el concepto de "One Healt", o "Una Sola Salud", el cual busca trabajar en conjunto la salud de las personas, de los animales y del medio ambiente, dado que estas disciplinas están estrechamente relacionadas y puede ser determinante para el futuro de nuestra especie.
Pero más allá de entregar recomendaciones clínicas sobre las enfermedades transmisibles (por supuesto la primera indicación es llevar a tu mascota al veterinario y acudir el médico humano, según sea el caso), me gustaría aprovechar esta noticia que pone al gato nuevamente en la palestra, y centrar esta columna en cómo ha evolucionado la relación entre los gatos domésticos y los seres humanos.
La historia del gato tiene un origen difuso, entre 6.000 años AC en Chipre, o 1.600 años AC en Egipto; pero lo que está claro es que nuestra relación ha sido muy inestable. Si bien siempre se les ha asociado al control de plagas, y a veces a la cacería, en sus inicios se les relacionó con la religión, subiendo al pedestal de animal sagrado, siendo protegidos por la ley, venerados y embalsamados tras su muerte.
A principios de la Edad Media fueron introducidos por mercaderes en Europa, siendo muy valiosos sobre todo por el control de ratas, hasta que, a fines de ese oscuro periodo, la naturaleza independiente del gato, más algunos rasgos físicos y su asociación con los dioses equivocados, los llevó a ser relacionados con lo oscuro, lo pagano, el demonio y la brujería.
A partir de las primeras quemas de brujas, primero por la justicia civil y luego por la Inquisición en el siglo XIII, los gatos comenzaron a ser exterminados, reduciendo su número de manera exponencial, lo cual fue muy evidente en el siglo XIV, cuando llega la peste negra a Europa, transmitida por pulgas de ratas, generando una mortalidad muy grande, y una dificultad enorme de controlar, entre otras cosas, por la escasez de gatos.
En el sigo XVII el gato fue introducido en Estados Unidos por colonos europeos, pero al igual que su gran utilidad como controladores de plagas, también llegaron junto con ellos las leyendas de brujerías y oscurantismo. Durante algunos periodos se pagaban grandes sumas de dinero por su adquisición, y otras veces se buscaba su exterminio.
En el siglo XIX, Luis Pasteur asoció las bacterias con las enfermedades, lo que significó que las personas tomaran conciencia de la higiene, lo que generó un nuevo giro dramático en los acontecimientos: El gato fue considerado el único animal limpio que era permitido en los mercados de alimentos, adquiriendo un lugar destacado entre los comerciantes.
A pesar de ser adorado y rechazado, de ser protegido y masacrado, el gato ha perdurado a lo largo de la historia junto a nosotros, sin apenas modificar ni su anatomía, ni su genética, ni sus costumbres. Esto también es parte de su misterio.
La historia nos muestra que una relación tan fluctuante entre el amor y el odio puede generar muchos problemas para ambas partes. Cada uno puede reflexionar distintas aristas sobre esta columna, sin embargo, invito a pensar en que el odio, sobre todo sin mesura, puede ser muy dañino, pero el amor irracional quizás tampoco sea lo más recomendado. Insisto, como en tantas otras oportunidades, en el conocimiento, la empatía, la responsabilidad y el cuidado mutuo, como ruta hacia una relación de buena calidad.
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