Recientemente las autoridades del ministerio del Medio Ambiente han planteado la meta de carbono neutralidad del país para el año 2050, indicando que las principales estrategias para lograr dicha meta serían la descarbonización de la matriz energética, la electromovilidad y, por supuesto, la forestación.
Parecía que el postergado sector forestal chileno al fin tendría sus quince minutos de fama dentro de las políticas públicas, todo gracias al efecto COP25.
Sin embargo, el optimismo duró muy poco antes de que se desatara la controversia, ¿forestación con especies nativas o exóticas?
Nativas, respondió la Ministra Schmidt sin asomo de duda.
El debate es añejo, pero ahora ha escalado, ya que se trata de cumplir una meta ambiciosa y de repercusión internacional, que será ampliamente difundida durante la conferencia internacional de diciembre.
¿Deben los árboles exóticos aportar al cumplimiento de la carbono neutralidad?
No, responden los defensores de lo nativo. Las plantaciones productivas se cosechan a los 20 años y liberan todo el carbono acumulado. En la práctica, afirman con vehemencia, no almacenan carbono en forma permanente. Su fotosíntesis no nos sirve.
Los inventarios nacionales de gases de efecto invernadero indican otra cosa. Según las cifras oficiales el año 2016 el sector forestal capturó el 60% de las emisiones totales del país. Bosques nativos y plantaciones, unidos.
¿A quién debemos creer?
Una opción es recurrir a la experiencia internacional. Los defensores de una estrategia íntegramente conformada por forestación con especies nativas, cita un artículo denominado “Restoring natural forests is the best way to remove atmospheric carbon”. Los autores afirman que los bosques naturales podrían capturar hasta 42 veces el volumen de CO2 de la atmósfera, en comparación a plantaciones forestales industriales de rápido crecimiento compuestas por una única especie. Esta cifra se ha citado como el “argumento definitivo”.
Olvidan señalar, sin embargo, que las cifras se cumplirían bajo el supuesto de que los bosques naturales restaurados no se intervengan y sean mantenidos indefinidamente sin tocar, por todo su ciclo de vida.
Es decir, su estrategia es reforestar millones de hectáreas anuales de bosques, principalmente en los trópicos, no tocarlas y rogar que tampoco se quemen.
Esa misma estrategia es la que plantean otros autores al identificar 900 millones de hectáreas potenciales de forestación que, por supuesto, no deberían ser intervenidas para cumplir su rol de sumideros de carbono.
Estas propuestas, así como la planteada por la ministra Schmidt, se basan en el supuesto de que los bosques deberían cumplir una única función: ser sumideros de carbono.
Por supuesto, la mantención a perpetuidad de estos bosques también conllevaría aportes a la conservación de la biodiversidad y a la provisión de otros servicios ecosistémicos. Parece una solución perfecta.
Sin embargo, con todo lo bueno que parece, omite un detalle.
Durante todo el tiempo que estos bosques inmovilizados capturen carbono (se estima un mínimo de cien años para entrar en régimen de captura), seguirán existiendo demandas por productos derivados de la madera que será necesario satisfacer.
Esa demanda idealmente debería ser creciente en el tiempo, ya que muchos de nosotros esperamos que la madera reemplace en el futuro cercano a los bienes producidos hoy a base de plástico, en el caso de envoltorios y embalajes, o bien a insumos de construcción con alta huella ambiental como es el concreto.
De hecho, si aumentamos significativamente la construcción en madera, reemplazaremos las emisiones de materiales con alta intensidad de emisiones en su elaboración y al mismo tiempo, incrementaremos la tasa de fijación de carbono en la madera utilizada para la construcción. Esta estrategia también merece una oportunidad: plantaciones productivas, producción de madera, generación de bienes y construcción con esa madera, fijación indefinida de carbono, reducción de emisiones. No suena mal.
La producción y la conservación no deben ser vistas como opuestas. Es de toda lógica, pero en la práctica cuando hablamos de la gestión de los bosques, esa lógica se pierde y aparece esta controversia estéril.
En vez de enfrascarnos en esta controversia, deberíamos estar proponiendo una estrategia integral en la que nadie quede fuera: forestación de suelos desnudos sin exclusión de especies, conservación y manejo del bosque nativo. Además de restauración en sentido amplio, es decir, de plantaciones y de bosques afectados por incendios, así como restauración de bosques naturales degradados.
Esta sería una estrategia integral digna de la COP25, que no piensa en la existencia de una única bala de plata para enfrentar el cambio climático desde los bosques.
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